viernes, marzo 31, 2006

Se murió nuestra Jimena


Prohibido olvidar



Ese suspiro que nos hacía feliz

Un relámpago nos azotó

Era tu aliento y el cariño

Tu mirada que curtió mi bondad.

Eres ese viento que hoy beso

El sueño donde existiremos juntos

La eterna grafía tejida a la eternidad,

Y qué tormento, hermana de mi alma,

Sin ese soplo tuyo que nos hizo sobrevivir.

Eloy Jáuregui

Descansa hermana de mi alma porque hoy

yo también he dejado de caminar.

i.m. Jimena Pinilla Cisneros 30/03/2006



martes, marzo 28, 2006

¡Jóvenes, se acabó el verano!




Monica bella, bautizada Bellucci



Rodar una escena de amor y a los dos minutos darle el
pecho a la nena fue muy bueno para mí, me pareció muy sano
pasar así del papel de actriz al de madre.

Le figaro. M. Bellucci con niña en su regazo.

Mamma mía. Monica Bellucci, 1.78 sin puntitas de pie, 90-60-90, sin hueso. Color de pelo: castaño oscuro. Color de ojos: marrones. Natural de Citta di Castello, Umbría, Perugia. Nació el 30 de septiembre de 1968. Tiene la edad exacta, es decir 35 años y no importa que al cierre de esta edición tenga 38. Ahora, en los albores del S. XXI ha condensado en su corpus a otras esfinges sagradas del enorme pórtico del cine italiano. Veamos: Silvana Pampanini [Miss Italia 1946], Silvano Mangano [«Arroz amargo», 1949] Ivonne Sanson, Sophia Loren, Lucía Bosse, Rossana Podestá, Antonella Lualdi, Lea Massari, Gina Llollobrigida, Sandra Mila, Gloria Guida, Valeria Golino, ¿Sigo? Luego. Es la carne hecha arte o al revés.
Como cuenta mi envidiado Rubén Amón de El Mundo de Madrid, Monica luce de negro, igual que una viuda siciliana. Tiene las manos largas y finas, como una pianista curtida en Schubert. Lleva puestas unas botas de tacones afiladísimos, intimidatorios. Y deja caer sobre el flequillo una cascada de cabello caoba, a semejanza de las antiguas esculturas helenísticas. Monica Bellucci —dada a conocer por Dino Risi y Marco Modugno en «Briganti», 1990»— cuando habla de su vida dice de la a la z sin distancias, presunción ni censura. Nada de cuestiones prohibidas ni de preguntas vetadas, aunque la musa de Giuseppe Tornatore [«Malena», 2000] cuenta de su papel de puta en « ¿Cuánto me amas?» con seguridad y arrojo –película aún no estrenada en Lima para variar--, una comedia de Bertrand Blier quien sin tener en cuenta que la buena de Monica recién ha parido, su hijita ha cumplió los 16 meses, le ha encajado el papel de prostituta casi sin batuta.
La cosa es así: Una mujer de la noche [Monica] acepta la oferta de casarse con un hombre y sólo por el cochino dinero. Sin embargo, no será tan fácil dejar atrás su vieja vida. En el Pigalle, el palacio de los clubes nocturnos de París, ella es quien encarna la belleza profesional asolapada. Y ella es la Bellucci cárnica, ya ustedes se imaginan no me hagan hablar. Cuando un cliente la ve, se queda sin aire. Este cliente, interpretado por el calvo Bernard Campan acaba de ganar la lotería y no tiene un pelo de cojudo. ¡Puta, que lechero, dirían en le barrio! Tras preguntarle a Monica: « ¿Cuánto?», le pide llevarla de blanco al altar y que se convierta en su esposa para siempre. Increíble, Monica acepta. Pero no es fácil despedirse así como así de la noche, la juerga y el polvo olvidable de la noche anterior. No es sencillo dejarlo al Charly [Gérard Depardieu, más libidinoso que nunca] y a su mundo de la noche. No es un guión difícil. Ya lo sé. Es difícil ser Monica y no deslechar a cualquiera así vista de sotana.
Monica es la continuidad de la belleza que soñamos desde la cuna y hasta la cama –yo imaginándome ser Rómulo y Remo en una misma persona y las italianas las lobas de leche para mis dientecitos de leche--. Sí alguna vez fue Laura Antonelli y otras Ornella Mutti mis lobas. Sí, algunas noches también entraron a tallar Edwige Fenech y casi siempre Stefania Sandrelli o Sylvia Koscina o Agostina Belli. Y ya, déjense de 4 cosas, el trasero de Debora Caprioglio que fue mi delirio. Pero Monica habita en mi cuarto del noveno arte desde nonato. Ese habitáculo donde hablo solo y sólo del erotismo manual.
Una entrevista en la RAI fue su epitafio de postgrado. Le preguntaron: «No hay ninguna actriz [italiana] con una gran carrera que no haya hecho de puta». ¿De verdad cree que es un requisito imprescindible? Monica respondió casi quitándose la truza: «Lo dije de broma. Pero sí es cierto que ha habido papeles de puta magníficos que han hecho historia en el cine. Estoy pensando en Sophía Loren en «Matrimonio a la italiana» con Marcello Mastrioanni, o Catherine Deneuve en «Bella de día» o Giuletta Massina en «Las noches de Cabiria». Una actriz es actriz aunque trabaje de meretriz». Glande mi Monica.
Miento cuanto digo que sueño con ella amarrado a la lámpara de pie. Monica [sin tilde], tiene grafía diferente a las Mónicas de aquí. Mónica Cabrejos es mi PBI [Producto Bello Interno] es decir, nuestra hembra de bandera así me odien en el balneario de Asia por racista, pero advierto, la zamba es nuestra mujer de diferente manera y en diferente plataforma. Recuérdese no más los versos siguientes a la Belucci:
«Deja Mónica ya esa historia / de mi mentira y tu verdad. / No me cuentes tus memorias / que no las voy a contar, basta de copas, /y de palabras vueltas del revés / no ves que ya empieza a amanecer. / Anda quítate la ropa de una vez.»
[«Mónica». Joaquín Sabina].
Ojo a lo que dice su último director, don Bertrand Blier: «Monica o Daniela encarna lo que ella es, es decir una mujer de hoy. De este época. De una época en que las mujeres ya no se pasan los días cortando tomates. Hay algo de opulento en ella. Y a los hombres nos gusta la opulencia. Nos gustan mucho las mujeres que sabes por dónde cogerlas, con las que hay donde agarrarse. Si no, para escalar una pared lisa nunca sabes dónde clavar los pitones. La mujer eterna es la que por lo menos tiene «materia». La película es sin duda franco italiana. El director es francés, pero la actriz principal es italiana. Y todo en ella, su cuerpo, sus senos, su trasero, es Italia, es ópera. Aquí no hay música de acordeón. Hacia el final de la película, cuando ella tiende su ropa interior en el balcón, uno se acuerda de Sophia Loren en «Una jornada particular»…

Leer más en: «El Más vil de los ofidios». Eloy Jáuregui. Alfaguara 2006. En prensa.

Combo, punta y patada: Elecciones 2006


«Abugattás equivocado, Toledo es la puta del sionismo.» El terrorismo mediático limeño, que ha hecho uso de sus mejores estrategias en esta campaña presidencial, nuevamente ha convertido las indignadas declaraciones de Daniel Abugattás, vocero del PartidoNacionalista Peruano (PNP), en el epicentro de un supuesto terremoto que favorecerá a los candidatos de la democracia neoliberal y sepultará las aspiraciones de Ollanta Humala.
Todo esto empujado por el poder sionista que presiona detrás del presidente peruano. Hace un año, Alejandro Toledo hizo su "muy esperada" visita a Israel, postergada varias veces desde que asumió como Presidente de la República del Perú. Precisamente, el motivo de este relego fue la negación de su entorno sionista (su esposa Elian Karp, su jefe de seguridad Avi Dan On, ex agente de Al Mossad, además de sus amigos magnates Adam Pollack yJoseph Maiman) de aceptar la visita a Palestina y en consecuencia saludar a sus autoridades, pero sobre todo, el repudio a tener que rendirle honores a la tumba del fallecido líder palestino Yasser Arafat.
Durante los últimos años Toledo y su entorno, sabían que si visitaban Israel, tenían que hacer lo mismo con el oprimido pueblo palestino y con el, en ese entonces, al todavía vivo Arafat. Lo intentaron dos veces, pero una supuesta preocupación que este desaire le siente mal a la comunidad palestina en Perú, no le permitía decidirse, sin embargo, hace un año, lo hizo con todo el desparpajo, argumentando el desaire, justificando que sólo se había tratado de una descoordinación protocolar entre ambos países y de falta de tiempo en su agenda viajera. Entonces, lo hicieron cínicamente...

[Leer más en Revista Mariátegui. mariategui@riseup.net / 28/03/2006]



Wolfe, Capote y Mailer, ya fueron


La invención de la crónica según Susana Rotker


Se suele creer que ellos lo inventaron todo. El primer equívoco de esos que dicen que saben de periodismo es que precisamente el periodismo y la ficción son dos escrituras diversas. Se cagaron. No es así. Son dos tejidos, uno ejecutado con mano virgen, la otra con dedo mañoso. El segundo yerro, que el primer puente entre ambos --o cómo se penetraron los unos a los otros, lo construyeron Tom Wolfe, Truman Capote y Norman Mailer con el nombre de Nuevo Periodismo.
El hallazgo de este libro revela --y qué cosa quieren-- que la crónica es la unión entre periodismo y ficción, y que nació mucho antes de latinoamericanos como José Martí, Rubén Darío o Manuel Gutiérrez Nájera, entre otros.
Omite, no obstante Susanita Rotker a los peruanos González Prada, Valdelomar, Ricardo Palma, Manuel Atanasio Fuentes, a las doñas Clorinda Matto, a Mercedes Cabello y a los olvidados por las vacas sagradas: José Antonio Román, Manuel Beingolea, José Gálvez, y el puneño Gamaliel Churata. Dice el-jauregui: No se olvida, se hace la cojuda como muchos en el Perú.
Rotke explica que el asunto está a caballo en el paso del siglo XIX al siglo XX, y que el transformismo sucedió en castellano. ¡Oh lengua bendita, cuánta sangre corrió por tus fauces! Que junto a los restos de una retórica romántica, la modernidad, la industrialización y el cosmopolitismo provocaban un sismo que estos autores reflejaron en sus obras.
Por eso dizque se funda entonces el modernismo que, lejos de concentrarse en la poesía, abarca también la crónica. Los líricos, a la vez, eran redactores y corresponsales. Y en ese tembladeral supieron mezclar literatura y periodismo en la justa dosis. Textos en apariencia perecederos, escritos para el cierre de alguna edición de diario o revista, resultaron obras fundacionales de la excelencia en la escritura periodística latinoamericana. El protagonista de esa revolución fue José Martí. Y de esos hechos trata La invención de la crónica.
Susana Rotker (Caracas 1954-New Jersey 2000). Egresada de la Escuela de comunicación Social de la Universidad Católica Andrés Bello, Caracas. Doctora en Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Maryland. Se desempeñó como periodista en El Diario de Caracas y El Nacional. Su trabajo Fundación de una escritura. Las crónicas de José Martí fue acreedor del Premio Casa de las Américas, rubro Ensayo, en 1991. Autora también de Los trangresores (1991), Ensayistas de nuestra América, siglo XIX (1994), Cautivas. Olvidos y memoria en la Argentina (1999), Memoria de Fray Servando Teresa de Mier (1999) y Ciudadanías del miedo (editora, 2000). Enseñó Literatura Latinoamericana en la Universidad de Buenos Aires, la Universidad de Maryland y la Universidad de Rutgers (New Jersey).

“La invención de la crónica” está disponible en la librería del Fondo de Cultura Económica. Jirón Berlín 238 Miraflores, Lima 18 PerúTeléfonos: (511) 2429448, 4472848 y 2420559.
Para los fichos que manejan dinero electrónico lo puede adquirir en: www.fondodeculturaeconomica.com/detalleLibro.asp?ctit=064503R&ori=edi

lunes, marzo 27, 2006

Apenas cinco razones para no votar por Ollanta




UNO. Porque erradicará la corrupción sistémica que habita en el Perú desde que llegaron los españoles.

DOS. Porque cambiará los contratos traferos con los que se vendió el Perú al gran capital Transnacional.

TRES. Porque acabará con la clase política y sus capitostes que han gobernado este país dejándolo en la miseria.

CUATRO. Porque modificará radicalmente la Constitución oprobiosa que firmó el asesino Fujimori en 1993.

CINCO. Porque acabará con la derecha cavernaria que lucró con el trabajo de los pobres y se llevó la plata al extranjero.

Lo que dejó Santana en la noche de Lima


«B ush es el diábolo, Dios es el símbolo». En el concierto del martes en Lima con 35 años de retraso respecto a la fecha en que estaba previsto inicialmente. Santana pidió a los más de 25.000 espectadores que acudieron al concierto dejar "a un lado el miedo, el odio, la revancha y la cólera, porque eso sólo le pertenece a Bush y no a nosotros".
El artista, de 58 años, recomendó a su auditorio despertar "a tu propia luz, para que veas con otros ojos y pienses con otra mente".Un momento cumbre fue su interpretación del "Concierto de Aranjuez", del español Joaquín Rodrigo, poco después de expresar su agradecimiento por su retorno a Perú, "esta tierra sagrada de platillos voladores".El concierto, que puso fin a la gira latinoamericana de promoción del disco "All That I Am", brindó a Santana la posibilidad de tocar finalmente en Perú, después de haberlo intentado en 1971.
Ese año, en el que gobernaba el Perú la Junta Militar de Juan Velasco Alvarado (1968-1975), el rockero fue devuelto al avión poco después de aterrizar en Lima, a causa de un supuesto plan de estudiantes comunistas para boicotear su concierto, pretexto cuya veracidad siempre ha permanecido en duda. Lo cierto es que lo botaron porque era una artista valiente y que esa noche en el estadio de San Marcos le iba a decir sus 4 verdades a los cachacos.

[Eloy Jáuregui Bailando Samba Pa’ ti con mujer de piel morena y con la luz apagada]

Conversación en tiempo de Romero



Emotiva, visceral, fuerte, vibrante, así será la producción discográfica de Bárbara Romero cuyo proceso de mezcla está siendo terminado. Bárbara traerá de vuelta melodías que hablan de la realidad, de los sentimientos, de la pasión, del desborde, de la transgresión, de lo prohibido.

Bárbara Romero debuta en la composición con el tema “Hoy me entero que te vas”, registrado en la Asociación Peruana de Autores y Compositores, y que trata del drama de aquellos que son abandonadas por sus parejas a causa de una tercera persona.

El disco, minimalista e intenso, tiene en la dirección musical al maestro Lucho Valverde y en los arreglos de dos temas al pianista limeño-neoyorkino Lucho Cueto. A su vez, será homenaje al bolero peruano, guitarrero y filoso que representa un personaje como Pedrito Otiniano, y tributo a intérpretes femeninas como Fetiche, Olga Guillot, La Lupe, Eugenia León y Sophy, que han exhibido sensualidad y atrevimiento sin pudor. Traerá también otros matices del romántico ritmo, sea en ondas del pop como del toque caribeño.

Por otro lado, Bárbara está escribiendo artículos de actualidad. El que dedicó al legendario músico Ray Barretto ha sido reproducido en las webs mambo-inn.com (Perú) e hispanokultur.de (Alemania), y será publicado en la revista Urbania. Asimismo, ha sido invitada a cantar el 29 de marzo en la importante Celebración de la Mujer en las Artes que se llevará a cabo en Mission Cultural Center de San Francisco, California.

El disco de Bárbara Romero disolverá el cliché que asocia al bolero con el recuerdo y la nostalgia y nos tocará a todos con su palpitante actualidad como si se tratara de una crónica cantada. Y es que a diferencia del destino impuesto en las tragedias griegas, toma el pulso de las canciones y se rebela a pura voz. Por eso, Bárbara sentencia lo mismo que dice un personaje de la novela El beso de la mujer araña: "Los boleros dicen un montón de verdades".

Escribe Agustín Pérez Aldabe
aaarseniooo@yahoo.com

miércoles, marzo 22, 2006

En defensa de la soltería



[Tomado del Informativo INSE. Director Mario Gonzales]


Cuestión previa. Si lee este articulo, le advertimos, como lo hace Dante a los que llegan al infierno: abandonen toda vileza. No pretendemos una apología de la persona, de un político. Nos interesa el ser humano.

Nació en Lima, Perú, hace 47 años, de origen mesocrático, es una militante socialcristiana que desde los 18 años se afilió al Partido Popular Cristiano (PPC), uno de los partidos tradicionales con gran influencia en la ciudad de Lima y en muchos lugares, imperceptible como organización política, especialmente en la provincias andinas de su país. Es un partido nacional deficitario.

Estamos refiriéndonos a Lourdes Flores Nano, ella esta en plena campaña electoral para acceder a la presidencia del Perú (periodo 2006 – 2011). En el fragor de esta pugna electoral sus rivales, unos mas enconados que otros, la han convertido en objeto de algunos ataques, probablemente exitosos, que no han pasado desapercibidos y, de acuerdo a la conveniencia propagandística, ella, los han enfrentado con aplomo y solvencia. En el lenguaje del pueblo peruano, con mucha cancha, podemos afirmar sin duda, aunque dudamos de la eficacia electoral de sus respuestas o sus silencios.

¿El Informativo, haciendo propaganda por Lourdes?. ¿Nos hemos sumado a la senso-persuasión del electorado?. No. Nada mas lejos. Estamos haciendo un esfuerzo de objetividad (aceptamos su relatividad) y tratando de tomar distancia, aún cuando el proceso electoral esta en su apogeo, para destacar un asunto delicado: el de los armas ideológicas en la confrontación política.

El tratamiento de este aspecto es muy importante por las conexiones e implicancias con los modos de ver y leer el mundo, con la visión de las cosas, con la ideología (esa difunta ubicua y con buena salud), con las opciones políticas del ciudadano. Muchas veces los debates mas simples, los eslóganes mas elementales resumen y rebalsan de esencias ideológicas que nos muestran la cara mas sincera (por lo tanto real, auténtica) de los actores sociales, del ciudadano, de cada uno de nosotros.Estamos hablando de un aspecto de la propaganda política que se despliega bajo la forma de periodismo político o, simplemente de propaganda enfocada en un asunto personal, privado, particular de Lourdes Flores: su soltería.

[Sigue en: inseperuanp@yahoo.es 23/03/06]






La Sonora sigue matando [de ritmo] *



Según el DRAE, el diccionario de la Real Academia, en su acepción más categórica habla sin dudas de lo CLÁSICO. Dícese de aquello que se considera modelo en su género. Agrega que así se denominan a los periodos de mayor esplendor literario, musical y acaso artístico de un país. Y Punto. Y agrega otras normas lingüísticas que no vienen al caso y que tiene que ver con la antigüedad grecolatina y otras mariconadas de costumbres establecidas.
La Sonora Matancera, agrega más que añade a esta explicación una sola y única oración en el sentido de la fe fundamentalista: Sé es clásico cuando sé es inmortal. Cuando para una tumba hay una rumba y allí mismo funciona la filosofía de la pelvis, la metafísica del catre o como dice Lucho Delgado Aparicio, cuando se existe en perpetuo ejercicio de la desarticulación sacro–ilíaca.
Cuando se habla de cultura de masas o popular hay un subrayado y en negritas que se refiere única y exclusivamente a la música. Ninguna otra expresión es masiva ni verdaderamente popular por su genética integral para embargar todas las partes sensibles del cuerpo y las insensibles de todos los cuerpos, si los hubiese. Y si “América Morena”, como diría Jorge Amado y luego reafirmaría Nicolás Guillén, tiene múltiples riquezas naturales, es su música la que amalgama el espíritu de los pueblos y galvaniza las estructuras con el alma casi siempre sedienta en sus genes –los glóbulos negros--, ardiente de sus gentes.

Contaba Carlos Loza, chalaco insigne, que la gente del Callao conocieron antes que otros a la Matancera a través de las emisoras de onda corta que lograban captar y sólo los viernes, por ejemplo, Radio Progreso de La Habana o la mismos Suaritos o la CMQ, y muchos antes que los discos de la Sonora llegasen por barco. No creo que exista mejor texto periodístico que se hayan escrito en formato libro en el Perú que no sea este homenaje que rubrica Víctor Montero en 1976 “Ahí viene La Sonora Matancera”. Es decir, el antecedente a este nuevo libro ampliado y mejorado. Cierto, en ese entonces no tuvo la difusión que se merecía pero a pesar de ese hecho, el texto está agotado de ahí que esta nueva versión del 2006 es de lectura obligada para los amantes de la música y para las amantes de los amantes.

Montero inaugura una escritura. Yo diría que en lugar de computadora digitó este texto y testosterona con los botones de una rockola. Y este texto no es como le dicen: Nuevo Periodismo o Literatura de la no ficción o Paraperiodismo. Es crónica acrónima y diacrónica. Es decir el tejido sincrético del contar cantando lo encantado. Inventa los vasos y besos comunicantes entre todos los ritmos que expone La Sonora y todos aquellos otros ritmos que él le imprime a su libro. Montero sería Lino Frías --el mejor pianista del grupo-- en todo caso si hubiese tocado con La Sonora. En el libro hay capítulos escritos en guaracha, en guaguancó y hasta en bolero.

De estructura axial, arbolaria, de plataforma tramada de hipervínculos, se narran los sucesos que ocurren –en su parte más importante para los peruanos-- desde julio de 1957 cuando en su mejor momento, La Sonora llega a Lima y desde el aeropuerto de Limatambo hasta el sexto piso del Hotel Bolívar, cuando la multitud de sus seguidores apenas si los dejan respirar. Historiografía comparada. Aparecen desde el presidente Manuel Prado y hasta un gol de taco de Toto Terry. Se cuenta como Celio Gonzáles es llevado en hombros luego de su actuación en la Plaza de Acho y hasta el hotel y qué sucedía con la Guerra Fría. El Perú ya tenía Miss Universo, Gladys Zénder y Guido Monteverde se quejaba por los precios altos para oír cantar a Celio y Carlos Argentino, los dos únicos cantantes no estrellas todavía de la Matancera que llegaron esa vez. Cierto, no puedo negarlo, ese libro, el de 1976, fue un hallazgo más que deslumbramiento para este cronista. Miento si digo que Montero no fue mi inspirador para que yo construyera un estilo y una devoción.

Yo fui cantante como tantos de mis colegas. De a oídas, cierto, gracias a “Los aretes que le faltan a la luna” de Vicentino o “Aunque me cueste la vida” de Alberto Beltrán, y fui bolerista a los 7 años a mi manera y casi con mamadera. Luego con el programa “Ritmo y sabor con la Sonora Matancera” de Radio Libertad –me hice acólito y casi alcohólico precoz--. Allá en los sesentas, cuando la Sonora fue religión en casa de mis padres, empezaba el asunto con el programa al mediodía y uno sin reloj sabía que ya llegaba para el almuerzo el cebiche de bonito con cebollas groseras que preparaba mi madre pero con tierno esmero y luego era fe sagrada empalmar con Radio Victoria y cerrar la faena con “Los Embajadores Criollos” de Rómulo Varillas y “El animador de los multitudes”, don José Lázaro Tello.

Libro riguroso este de Víctor Montero. Hay inmersión como la entienden los periodistas de raza. Son vidas comparadas a la manera de Plutarco no tanto en sus VIDAS PARALELAS sino en existencias para la resistencia. Vidas cotejadas por los espejos del ritmo. Por los géneros e industrias culturales. Crea así el corpus literario con dos pistones, el del CLASICO y el del IMAGINARIO. Montero refunda La Habana y otras ciudades latinoamericanas con una nueva geografía. Lo digo despacito: aquella del amor sonoro.
Y déjenme decirle que Montero también en su momento fue impulsor del emblemático espacio radial "Ritmo y Sabor" y que por buen tiempo condujo el programa junto al maestro Javier Chávez Campoverde y otras voces que habitan en el altar sagrado la música popular. A decir, don César Matías, Guillermo Hernández, Róbinson Tuesta, Raúl Bautista, Carlos Pacchioni, Humberto Chacaltana, “Pachuco” González, Jorge Eduardo Bancayán. Yowad Ali Moli, Yolbi Traverso, David Rivas y otros maestros que de la radio hicieron un pretexto sonoro para hacernos felices.

Esta mañana en ayunas, observaba una joyita que tengo todavía en video. Es de 1989, en el THE CENTRAL PARK DE NEW YORK, UN HOMENAJE A LA SONORA POR SUS 65 ANIVERSARIO. Trece Cantantes –solo queda vivo Nelson Pinedo—y no puede ser más feliz. Sabía que esta noche estaría en este auditorio donde hace dos años presenté mi libro USTED ES LA CULPABLE. Y me puse a llorar porque mi hermano Felipe Gómez, quien se murió el lunes, no le quedó fuerzas para venir a este homenaje, pero yo sé que desde el cielo y con Celio me está oyendo.

Ya lo dije, este texto es La escritura versus La escuchura. Léase la obertura del mismo, en la sección boleros, los de la cuna y los de la cama, lo de oír y los de bailar. Bailar boleros de Vicentino es hacer el amor con ropa y en una loseta. La frase no es mía pertenece a una pituca que me dejó porque no conocía el bulevar de Asia. "No me quieres porque sabes que soy pobre, no te importa que yo pierda la razón, sólo a ti te interesa que sea el cobre, el metal que te alquile el corazón, cuando llegue tu vida al ocaso y te encuentres despreciada por doquier, sufrirás en silencio tu fracaso, llevarás en tu alma un padecer..."

Y es que La Matancera sin ser un orquestón -digamos como la de Benny Moré- practica la primera virtud que Adán descubrió cuando le sacaron la tarjeta roja del paraíso: el ritmo. Sólo su dúo y luego trío de trompetas y sus tumbadoras les dieron a los países empobrecidos del Río Bravo para abajo, un estilo jadeante para respirar aire moruno, un toque mañoso para tomar la sopa y harto swing para caminar engorilados hasta que la tierra se canse de dar vueltas. Además, La Matancera fue la universidad del vivir entre el hilo negro del pecado y la virtud, porque, amén de los extraordinarios cantantes que se pusieron por delante, siempre respetó aquella melodía cotidiana de la filosofía doméstica de cualquier hijo del vecino. Que eso, como lo dijo el maestro Hegel, es bien jodido.

Y la primera visita de La Sonora, en el 57, cuando todavía no existía el pollo a la brasa, cuando todo se oía en blanco y negro y ni la televisión alumbraba por estos lares, algunos elegidos pudieron palpar en vivo con las orejas, con el canorte y con las tripas lo que significaba aquella sagrada agrupación de morenos endiablados; y hasta Fernando Farrés, el animador de turno se niega hoy a creer que fue precisamente él, aquel cristiano que presentó a los ídolos celestiales en carne, piltrafa y hueso y gracias a los auspicios del Té Único.

Por ahí andan las grabaciones de aquella fecha memorable, Celio -el Borges del guapachá- entonando Quémame los ojos y a Carlos Argentino –judío raro por bueno-- preguntándose adonde llevar a su novia para que no le miren el culo los sapazos. Las crónicas de la época dicen que los zambos de La Sonora se perdieron una semana en el Callao y que se tuvo que traer otra vez al mismísimo ministro de gobierno, Esparza Zañartu para que a punta de bayoneta y lengüeta los vuelva a convocar para la despedida en el Cine Miraflores de Surquillo y el Grill Bolívar. No lo puedo negar. Qué cara está la vida, y que ganas de volverla a vivir con estos maravillosos viejos.

* [Texto leído en la presentación del libro: “Tiempo de Matancera, Crónica del gran espectáculo de la vida”. Víctor Montero. Norma, Lima 2006 ]

martes, marzo 21, 2006

Jean colgado al amanecer



En la [lengua joven] sembraré tu nombre
Para que ruede lejos
De las cosas efímeras.

Rostro de muchacha, Vida Perpetua,
Juan Ramírez Ruiz




Atenta, ella escribe sobre el estanque
La perfección de la usura a espuma y celo.
Yo aguardo marcado de estruendos y profecías
La ceremonia gitana del grabador ciego
Cortejo su danza arponada al círculo lunar
Y ni la tarde logra quitarme su cielo dormido.
El orleaje de mareas su quilla sudorosa
Quiera mi creador tocar la orilla de sus grafías
Esos himnos, mi Señor, que exhala su penacho
Salmo del dardo cabalgando sobre sus párpados
Mis brazos se aferraron al sólido desconcierto
El durazno de piel es ese sedado callo
Que roza de tactos el aroma de mis dedos.
Tus talones desnudos como hociquillos en hogueras
Las dóciles plantas de sus pies labiando los grabados
El estandarte añil pendulante del nudo de los cielos.



[Del libro Maestranza, Eloy Jáuregui /Art Lutrec, Lima 2005]

miércoles, marzo 15, 2006

Cuando un amigo se va



Que no calle su música

Felipe Gómez Tarazona nació el 25 de mayo de 1953 y murió el 13 de marzo del 2006.
Fue un ser especial, cariñoso y amante de su familia y de sus amigos.
En 1968 llegamos juntos a vivir en la Residencial San Felipe y desde esa vez jamás dejamos de ser vecinos. Nuestras familias eran casi de la misma sangre y más de una vez juramos ser más que hermanos.
Jóvenes, nos enamorábamos de las mismas muchachas, de los mismos tragos y nos gustaba la misma música. Junto a otros amigos de la juventud como Manono y Sarita Azambujar, Bruno Mendizábal, Juan y Johnny Guerrero, Boris y Erick Joly y el gran Pocho Mora inventamos la felicidad a prueba de balas.
Felipe Gómez tuvo cuatro hijos. Isela, Felipe, Jon y Carlos. Su, mujer Marisol, fue la compañera que jamás lo abandonó porque él era un hombre generoso en extremo y dulce en su trato.

Era un melómano empedernido y fundó grupos y manchas de muchachos que eran amantes de las músicas alternativas y el rock pesado.
Desde que se dedicó al comercio de los discos, primero en La Colmena junto a Fernando Sánchez y Omar Córdova y después
En la tienda del jirón Quilca, nuestra amistad se hizo indestructible.
Felipe era un entusiasta del fútbol, la literatura y el cine y estaba
siempre atento a la asistencia de sus amistades. Nunca lo vi triste y al contrario, la sonrisa y su ternura eran la única forma de entender la vida.


Desde hace unos meses fue atacado por un cáncer. Luchó hasta sus últimas horas allá en su casa del edificio Los Fresnos. Dios lo cobije siempre en su gloria junto a sus padres.
Porque para evitar su olvido me encargo yo.

Buen viaje Felipe

Aquí duerme y yace quien amor mató con su dardo, un pequeño y enorme estudiante que se llamó Felipe Gómez. Todo lo dio y eso el mundo lo sabe: Rezar a Dios por él estos versos: Concédele reposo eterno, Señor, y claridad infinita para jamás olvidarlo.


Eloy Jáuregui. 15 de marzo del 2006

Sharon, video y canchita


«Tener vagina, actitud y pensar en este país es una combinación letal.
Lo digo porque jamás he fingido un orgasmo en cámara
y aunque antes era más dura y estaba dispuesta a
pelearme, ahora soy más femenina y más coqueta».


Sharon Stone. Revista Rolling Stone


Uno.
Está por llegar a la ciudad la segunda versión de otro film pero con la misma diva. No me interesa –y mucho menos que haya cumplido 48 años por aquello de la gallina vieja y el buen caldo--, yo me quedo con la primera. Porque gracias a una sola cinta, no a las dos ni a los más de setecientos videos de Montesinos que obran en manos de la justicia postfujimori, Sharon Stone se hizo eterna otra vez y para siempre y yo exigí ipso facto su deportación. Atracción Fatal, el video, llegó a mi departamento –a mi vida y qué demonios, hubiese dicho Bogard—gracias a la curiosidad de mi hijo, un amante púber del sétimo arte en tono neohueverista: canchita de microondas con harto olor a mantequilla Dorina, el teléfono timbrando enloquecido, el vecino escuchando Doblenueve como un coloso de los decibles; es decir, sin el simbolismo gótico de las salas de cine, las verdaderas salas de cine con cortinas y luces azules y naranjas, silencioso chocolateros, linternas de acomodadores, una vecina de minifalda y la ceremonia de las transfiguraciones.
Sharon no es única. Como la Bardot o la Monroe, sus nombre se inician con el mismo grama, es decir, mujeres binombres, como sus tetas y nalgas. Pero además, ella tiene ese algo diferente: vagina militante, cerebro diletante y feminismo galopante. Un macerado explosivo que recarga su sentido del glamour y de la hiperfeminidad, así como la utilización efectiva y consciente de su aura sexual. Aquello le vale las más envenenadas y/o sublimadoras etiquetas en estos pudibundos tiempos, las que la siguen proclamando como la máxima sirena, hechichera y tentadora de la pantalla. Una digna heredera del gancho sexual y procacidad verbal a lo Mae West que proclamó aquello de que cuando era buena, era muy buena. Pero que cuando era mala, era mucho mejor. Recuerdo además que Sharon dijo que si fuese otra preferiría ser su amiga que su enemiga.
Stone, que en español amén de piedra se dice de lo empinado, trae cola. Con esa facha de gélida reina de la belleza encubridora de un volcán o una gran pasión –alguién la comparó con Grace Kelly ardiente a punto de erupción-- y no se equivocó. Además, Stone posee un cuerpo para el pecado y una mente para los negocios, un coraje sensual inimitable, una voz tentadoramente grave y esa impagable sabiduría que sólo prestan la edad y la experiencia. A pesar de los años, nadie duda que ella ha sabido, de manera muy inteligente, erigir de forma perdurable –casi dos décadas ya de reinado- una versión muy de principio del milenio de la letal femme fatale del Hollywood clásico.


Dos.

Y una tarde volvió Sharon Stone y recordé que alguna vez dijo en perfecto español: «el sexo es perfecto cuando el cuerpo está supeditado al espíritu». Espiritual, yo, asumí su cuerpo virtual, poseedor del pecado de la carne humana hecha verbo y adverbio y parte de la rabadilla. En realidad la Stone fue según mis infalibles y poco maquilladas estadísticas, la última sex symbols que produjo la industria carnal del celuloide. Después llegaría Madonna, pero se despanzurró por el escaso manejo de sus feromonas leporinas y, JLO, pero perdió porque sólo con el culo uno no conquista el mundo a menos que tengo el cerebro caído.
Uno es un cruel polígamo con las estrellas. Los sex symbols de toda la vida no existen --ya lo dijo Vásquez Montalban--, y estos cuerpos están ligados a las estaciones del crecimiento, a los pelajes hirsutos y al desgaste del propio símbolo-émbolo. La primera de este tipo de damas, lo confieso, y sólo para mí solo fue la señorita Liz Taylor. Después, la madura Jessica Lange. Luego, La señora Demmi More, y finalmente, imperecedera Sharon Stone, aunque los de la última generación dirán que uno es un vejete y exigirán que debiera cambiar de sex symbol como ellos de calzoncillo. Jamás. Sharon, que nació junto a la carretera –Jack Kerouac le hubiera dedicado con gusto rijoso un capítulo de su road soul—de Meadville, Pennsylvania un 10 de marzo de 1958, es decir, hasta esta noche febril, ha cumplido los 48 añitos y está de rechupete por decir lo menos. Cuanto más madura, más sabia, cuando más experta más punzo provocadora. Repito, Stone es bella, rica, rubia y adorada, se ha erigido en una de las máximas deidades modernas sexuales para los de base cinco.
Y dominadora de aquel mejunje lúbrico sin forro, envenenó mis glóbulos negros desde aquella cruzada de piernas mientras la interrogaba Michael Duglas, el policía más feliz del planeta, y ante la sorpresa de Paul Verhoeven, el director de Atracción Fatal, que ya rodando la escena, recién cayó en cuenta que la Stone estaba sin calzón frente a su cámara y se quedó callado a ver cómo quedaba el asunto y la imagen es epopéyica en el momento que aparecen la sombras de sus vellos pubianos --los bigotes del goce, diría Zelada—y la otra noche, con mi bata de seda y canchita laig, poseso en el shock de la revisión de Sharon, descubrí que le cine es el arte de la civilización de la memoria. El cine sólo existe a partir del recuerdo-cama, como un espectador recreativo en aquel trance especial de la historia que elaboramos con la remota felicidad contra los olvidos.
Stone, como la escritora Catherine Tramell hace historias con su histeria. Poseída por una carga sexual inusitada es capaz de generar pandemia en los que vemos cine en primera fila y conozco a varios en mis pagos. El personaje de Sharon no sólo es creíble, sino coherente y consecuente. Esa seguridad en sí misma, esos juegos eróticos, esa arrogancia y aparente frialdad, la misma ambigüedad sexual, son parte de la fragilidad emocional de alguien que ha visto como moría toda la gente a la que había amado a lo largo de su vida (sus padres, el tutor, la amante, el amante rockero). Esa misma muerte que la ronda, la lleva a escribir sobre crímenes, a terminar sus libros de forma trágica y a rodearse de gente que vive con el peligro: ese policía “pistolero”, el ama de casa que acuchilló a su familia, o esa amante lésbica que mató a sus hermanitos.

Tres.
Sharon –digo yo—de pronto no existe como existe una norteamericana de dietas y gym, a quien le friega los aprietos de Bush. Digo, de pronto Sharon sólo existe por y para el cine, sin él sería una imagen. De repente sólo es producto del espectador tipo. Es decir, aquel que hace del acto cinematográfico un ritual. Néstor García Canclini advierte en su: Consumidores y Ciudadanos, conflictos multiculturales de la globalización [Grijalbo, 1995], que el espectador de cine es un invento del siglo XX y que existe sólo desde la construcción de las salas estables a partir de 1905. Dicho de otra manera, solamente desde esa fecha, aparece un nuevo ser humano con hábitos de percepción y asistencia, con una nueva distinción entre lo real y lo imaginario y otro sentido de lo verosimil, de la soledad y de la ritualidad colectiva.
En aquel tiempo, éramos pues sangre y carne de ese sujeto-objeto: el espectador. Un mirón, mezcla de voyour y sapo ilustrado por las luminarias del ecran. Un observador privado en funciones públicas aunque cerradas. Entonces, la cultura del clip era una pesadilla real. Hoy es un sueño hecho video y DVDs. Videos hechos de cine, no hechos en casa. Las salas de cine son cada vez más pequeñas y las pantallas de televisión más grande. Videos y DVDs que remplazan e virtualizan el acto, mas no lo imitan: carne del sueño imaginado, ahora (siempre jamás) domesticados, para ser consumidos después de los fideos de miércoles y entre Sakura card captors y Celebrity Profile, después de Sabina y Santana, antes de Santiago Roncagliolo y su premio Alfaguara.
Sí, dirá usted, pero el cine está hasta el cien. No es cierto. Ahí están las multisalas donde gracias a ellas podemos seguir viendo el cine en el cine. Naief Yehya dice que debemos recordar el eslogan que se hizo famoso justo cuando las videocaseteras, en aquel tiempo de formato beta, irrumpieron en el mercado y pusieron a temblar a medio mundo. Los pesimistas, que eran mayoría, sintieron que los días del cine en la pantalla grande estaban contados. Por eso se insistía en que «el cine se ve mejor en el cine», feliz juego de palabras que intentaba conjurar el riesgo de que el público siguiera abandonando masivamente las salas cinematográficas.
Pero el cine, con videos y DVD o sin ellos, siempre vivió entre conflictos. Retener al espectador en un negocio que resultaba caro lo obligaba al boleto oneroso. Más que virus, el cine es pasión y por eso resistió esta nueva prueba, como había ya resistido la anterior, también catalogada en su momento de mortífera: la televisión como negocio de entretenimiento masivo. Y ya ve usted, cada vez se hacen más películas, cada vez vemos más televisión y más películas en el cable. El cine es distinto en video o DVD pero eso no lo hace menor ni mejor. Los nuevos formatos tienen una disculpa: imposible comercializar una película en video o DVD sin tener primero una película. ¡Adán, gracias por tu costilla¡
Fue así con Sharon Stone en pelotas y en mi cama, es que recordé su turbulenta vida sentimental –tenía una fama de amante compulsiva, interesada e insaciable--, sus películas banales, aquella con Stallone en El especialista –perdón Lucho Llosa—que fue considerado tan desastroso como «el Hindenburg estrellándose contra el Titanic», sus escenas eróticas sin dobles, su filosofía fría de témpano emocional carente de la más mínima emocionalidad, su matrimonio con un coleguita, el muy poderoso editor periodístico Phil Bronstein y esa frase que delata su coeficiente intelectual de 154: «Soy una superviviente, en absoluto una víctima. He vivido experiencias infernales, pero elegí que me hicieran fuerte en vez de destruirme». Sin duda esa es mi Sharon, lástima que sólo exista para el cine y su cuerpo para las películas y ésta, la otra noche, mientras mi hijo dormía, sólo lo haya gozado en video y con canchitas y entre mis sábanas.


jueves, marzo 09, 2006

El País de los Poetas Muertos





«Escribo con los ojos/ con el corazón, con la mano/
Pido consejo a mis orejas/
Y a mis labios/ cada verso que escribo/ es de carne y hueso./
Sólo mi pensamiento es de papel.»

Pequeña música de cámara. Jorge Eduardo Eielson.

ESCRIBE: Eloy Jáuregui [*]
Hace un par de años, ante la apatía de la costra intelectual peruana respecto a la vida de sus escritores y artistas, escribí esta crónica en recuerdo –y reclamando para nadie—un asomo de dignidad, respeto y cariño para ellos. Nombraba la miserable existencia del poeta Paco Bendezú, mi amigo y cómo la muerte le había largado su ramalazo definitivo de factura. Ese texto tenía un epígrafe de Jorge Eduardo Eielson de su Pequeña música de cámara, un ser especial que entendía la vida con un solo pretexto, existir inmisericorde para forjar la belleza. Ambos amaban Roma, ambos eran de la extraordinaria generación poética del cincuenta. Bendezú y Eielson ahora están en el cielo. Quién intentará arrancarme de mi corazón tanta tristeza.


Uno.
Esa mañana del invierno de 1985 en el asilo Canevaro, Rafael de la Fuente Benavides, el poeta conocido para la gloria ajena como Martín Adán, yacía triste solitario y final. Tres horas antes se había despedido de este mundo a los 77 años y sobre la camilla del mortuorio, lucía terno gris, camisa a rayas jironadas y corbata color papel Japón. De esta manera y no de otra lo encontró el escritor Maynor Freire. El recinto era el lugar más desolador de este planeta y el sordo murmullo de la eternidad contrastaba con los ojos aún brillantes del muerto solemnemente peruano. No obstante, un detalle contrastaba con esa elegancia infinita: al malogrado escritor de «Intensidad y altura» le habían robado los zapatos lustrados y los calcetines acocayados. Otros ancianos de utilería, así lo metieron al catafalco y así lo encerraron para siempre. Ya por la tarde llegó la televisión y con ella los funcionarios, los doctos y los culturosos. Martín Adán recién conoció la fama, él que siempre dio batalla, esa vez se marchó avergonzado, con el humillante rótulo que tienen los fríos famosos y los epónimos descalzos.
Otros poetas han corrido igual suerte y el panteón nacional de los que escriben poesía está repleto de muertos antalogados pero miserables. Malaya la suerte del poeta César Calvo, agobiado de vida, se murió de la enfermedad del alma. Ya cadáver envuelto en banderas en la Casona de San Marcos, seguro que sintió a la poeta Rosina Valcárcel que organizaba una colecta para la movilidad de los que llegaron a despedirlo. Igual despedida tuvo el poeta y novelista Eleodoro Vargas Vicuña, sin un cobre, fue asistido por los escritores Oswaldo Reynoso, Miguel Gutiérrez y Esperanza Ruiz para que los burócratas de Essalud liberen sus restos y que sus amigos lo lleven a enterrar a sus pagos de Acobamba en una combi, él que fue un bregador penitente y un vital enamorado, terminó entre las briznas de la desolación como un intonso anacoreta.
¿Y nuestro Cesáreo ‘Chacho’ Martínez? Nada, que descuidado de afectos tutelares en el Hospital María Auxiliadora de San Juan de Miraflores, a punto de ser polvo, estuvo días sin salida oficial por falta de liquidez y por culpa del rector fujimorista de La Cantuta, un tal Quito, quien un año antes lo puso en la calle porque dice que el hombre se la pasaba pensando en las musarañas y un día, el buen ‘Chacho’, encontró sus almanaque Bristol y sus recortes de Cavafis dentro de una caja de leche Gloria en el patio principal de la universidad. Ya reconocido por su temprana muerte, tuvo que intervenir Nicolás Linch, en ese tiempo, ministro de Educación para que ‘Chacho’ sienta por última vez el afecto de sus amigos en un rincón del cementerio de Huachipa.


Dos.
Hace unos días, el joven periodista Jerónimo Pimentel en la revista Caretas Nro. 1808/29 de enero del 2004, escribió una crónica sobre la situación del poeta Francisco ‘Paco’ Bendezú. El artículo 'Queda Poesía, queda Esperanza' denunciaba el abandono moral en el que se encontraba ‘Paco’. Cierto, el poeta estaba postrado en una cama inmunda viviendo en el agónico hedor del olvido. Escribía Pimentel: «Paco Bendezú está muriendo. A nadie le importa. Su voz trastabilla como la luz del único foco que lo ilumina en una casa desierta, cuya fachada descolorida es deleite de pandilleros y barras bravas. […] Tiene gota, tuvo también una trombosis, y aunque no lo dice, padece un cáncer generalizado. El médico de Neoplásicas le dijo que no valía la pena intervenir. "De algo se tiene que morir uno", fue su sentencia. […] Una gran mosca revolotea como si fuera atraída por la conversación, pero se dirige a un balde con agua colocado al lado de la cama. Gruesas frazadas lo abrigan como si estuviésemos en un invierno ruso, no en el agobiante verano de la Lima húmeda. Las gotas de sudor testimonian la incongruencia. Pero la voz no se apaga”. [y así sigue Pimentel].
De pronto, del fondo del pórtico intelectual bien acomodado de la junta de regios escribas nacionales, surgió un murmullo cómplice y fanático de las indolencias. Aquellos que todavía creen en la poesía exótica y delicada del onanismo Penthause, de la cultura ilustrada Ace Home Center y del colectivo Café Ole, y colocaron su chilla en el cielo. Que en la arcada de la sagrada poesía peruana no debían entrar enfermos de cáncer, ni moscas que no sean azules, ni olores que no se parezcan al baysol. En el diario Correo del lunes 9 de febrero, el laureado poeta nikkei, don José Watanabe, entrevistado por Manuel Eráusquin con ocasión de su enésima antología poética, decía bien enojado, que la crónica del joven Pimentel era lacrimógena porque «hay una esfera privada del poeta que no debe ser resaltada, más aun cuando la persona se encuentra en una situación lamentable».
Qué buena conciencia maestro. Es decir, nuestro amigo Francisco Bendezú, dos veces Premio Nacional de Poesía [1957 y 1966] y autor de una obra única y de dimensiones transculturales sin precedentes [agarra música, arquitectura, escultura y pintura] amen de doblar con el surrealismo y la poesía clásica española para ensabanarse en la erótica y la embriaguez metáforica, que así se escribe poesía, digo profesor, y no de otra manera. Y hoy resulta, que el hombre sobrevive enfermo y en una soledad espantosa y que necesita seguir sufriendo y cada vez más solo y que esa vaina es su esfera privada y que miércoles pues, que se esté muriendo, que para eso hay buena banca. No maestrito, qué cosa me está diciendo, que en el Perú, el mejor poeta es el poeta muerto. No pues, así no juega Perú.

Tres.
No conozco poetas en este valle de lágrimas que tengan RUC, AFP y CTS. No hay. En el Perú mataron por apestados a César Vallejo, Domingo Martínez Luján, Eufemio Lora y Lora, José María Eguren, Abraham Valdelomar, Gamaliel Churata, César Moro, Carlos Oquendo de Amat, Guillermo Mercado, Luis Nieto, José María Arguedas, Mario Florián, Sebastián Salazar Bondy, Gustavo Valcárcel, Washington Delgado, Juan Gonzalo Rose, Manuel Scorza, Javier Heraud, César Calvo, Luis Hernández, Juan Ojeda, Mario Luna, Juan Bullita, Cesáreo Martínez, Armando Rojas, María Emilia Cornejo, Ricardo Oré, Carlos Oliva y otros tantos. Y en menos de ochenta años, los peruanos perdimos a nuestra vanguardia de intelectuales más valiosa.
¡Ah los poetas! esos seres tan especiales que no hablan con Dios, ni conmueven a Satanas, ni enamoran a las nínfulas más bobas de la Av. Javier Prado y hasta el balneario de Asia. Me refiero a los que escriben con los huevos en una realidad que idiotiza, achicha, embelesa y embrutece. Y como los poetas dicen la verdad, palo y carretilla con ellos. Y como los poetas no compran en Wong ni usan tarjeta de crédito, harto descrédito con los pobres. Y como los poetas no se bañan en la playa Los Cocos ni conocen Totoritas, a cojudearlos con él «mañana te pago». Y cuando los poetas se enferman. Nada, que sufran por cojudos. Y porque los otras aplican la táctica de la araña –abren las piernas para trepar—pues para ellas el reino de los cielos.
Ya sé señorita, señora. La muerte indigna es una traición al principio de crueldad. El espíritu en su manuscrito fracasa como el imaginario tiempo-imagen. Esto lo sabía bien Jorge Luis Borges. De ahí sus muertes solemnes incluso a manos de un cuchillero como Rosendo Juárez que: «para morir no se precisa más que estar vivo». E ilimitado, abstracto, casi futuro, el muerto no es un muerto: es la muerte. Y como Paco Bendezú se murió de infinito y definitivo, dónde diablos están sus amigos. De los otros no hablo, que para eso tengo a los cuervos de González Prada: «Con los ojos de acero, no se hieren los ojos, se taladran los pechos». Y ya lo dijo Quincas Berrido da Agua –según Quinteria que estaba en su costado izquierdo--, “que cada cual cuide su entierro que imposibles no hay”. Salud y larga vida. Porque de lo bueno, ‘Paco’. Visítenlo a allá en su tumba, que los ministros están en otro cosa. ¿Y Romualdo?, ¿Y Sologuren? Nada, que ojala no los frieguen las moscas.

[*] Tomado del libro “El más vil de los ofidios” que se publicará en junio del 2006

miércoles, marzo 08, 2006

María Felix se come al Capitán Azul






Para Felipe Gómez Tarazona


Boquiabierto. Empapado de la sorpresa, a mis 7 años el circo fue mi perdición y mi vicio. La carpa encapsulando las luces, los trapecistas -siempre eran hermanos de la gravedad o su ausencia-, las malabaristas, las fieras y elefantes y, cierto, esos seres especiales llamados domadores: acaso Melquíades cruzado con Mandrake metiendo la cabeza en las fauces del felino. Cierto, mi primer circo se llamó el África de Fieras y no podía quedar en otro lugar que no fuera frente a la Plaza Grau. Qué de algodones rosados, qué de butifarras y Bidú Cola, y claro, los payasos, absurdos personajes a quienes siempre guardé en odioso afecto anticlasista.

Por esos años, mi madre alimentó mi defecto. Una matinée me llevó a descubrir una película que hacía honor a su nombre, El mayor espectáculo del mundo (1952), del ahora mítico Cecil B. De Mille. Era un documental del famoso circo de Barnum que de película de género de pronto se convierte en un drama agarrando policial: el tren que trasladaba a ese fabuloso circo de tres pistas de descarrila y se escapan los tigres de bengala y una docena de payasos son atomizados a dentelladas por sobones. Ya en 1928, Chaplin produjo El Circo y fue un bodrio –los genios también son humanos, como los periodistas- y años más tarde, hasta el hormoniento John Wayne hizo una de payasos con ese bombón que Claudia Cardinale. ¡Vade retro!

Quincas, el de Jorge Amado, decía bien: “Que cada quien cuide su entierro que imposibles no hay”. Y los periodistas no siempre nos escapamos de este insólito destino. Hace un tiempo, este cronista fue un hombre de la televisión. Y junto a Beto Ortiz, Elsa Ursula, Mauricio Fernandini, Bibiana Melzi y otros compañeros (disculpen la pequeñez del cariño), trabajamos en Panorama, aquel programa estelar de los domingos. Y la televisión era distinta y uno podía regresar los domingos a las once de la noche a su casa y ser un peruano digno.

Y el periodista de televisión –porque la televisión es un medio de infraestructura miserable- vive el doble de angustiado. Que el turno de cámara, que el turno de edición, que el turno de efectos y el archivo y ojalá no falle la cámara y las luces y el trípode y los créditos y la música y el videofont. Y los lunes, en la torturante reunión, pues había que proponer tres reportajes como mínimo. Y el director aceptaba a regañadientes y había que convencerlo y agarrar el teléfono y coordinar las entrevistas y que éstas no se crucen y la movilidad y la orden de salida. Uno trabajaba los 7 días para que el domingo aparezca el reportaje y dure 12 minutos y una hora más tarde nadie se acuerde de la bendita nota que a uno le había costado sexo, sudor y lágrimas.


Y nadie se salva de la rumba y a cualquiera se lo lleva a la tumba. Ocurrió la semana de Fiestas Patrias. Y yo fui el premiado. El director, un hombre que sufría de los rigores del aburrimiento creativo, espetó: “Agarra una cámara y tráeme un reportaje de las fiestas”, y agregó, mientras ingería sales y otras cápsulas: “Que no se parezca al del año pasado”. No dijo más y siguió jugando al solitario.

Nueve de la mañana. Éramos cuatro en la unidad móvil: el camarógrafo, el asistente, el “caña” y un servidor. Pasamos el día entrevistando al que vendía banderas y al que levantaba un tabladillo para el desfile, y al policía de tránsito y al dueño de una sombrerería, y a un mendigo y a dos travestis. Eran las 5 de la tarde y no había reportaje. Todos respondían lo mismo a la pregunta: ¿Y a usted, cómo le duele el país? De pronto, aparecimos en la Plaza Grau y en algo estuvimos de acuerdo: no visitar el American Circus, aquella portentosa carpa que se levantaba frente a nosotros.

Agotados y por la fuerza de las cosas dijimos: “Bueno, entrevistamos al chimpancé, a ver cómo siente las Fiestas Patrias”. El dueño del circo se negó irremediablemente pero nos dio una pista: Entrevisten al domador de leones, es un pata bien bacán”.
El Capitán Azul, el domador, era un tipo adusto de mirada lacaniana. A regañadientes aceptó sentarse frente a la jaula de sus cuatro leones y refunfuñando se colocó el micro pechero. Era un duro a toda prueba. Y yo lo interrogué sobre cómo diablos domaba a tamañas fieras. El tipo –sobrado- me respondió como di estuviera en una pollada: “Mira, choche, aunque no me creas, yo sólo les mento la madre”. “Perdón, de qué país es usted”, inquirí. “Pues de aquí no más, causita, de la rica Vicky”. Entonces nosotros, que nos imaginamos que los domadores venían de Singapur pasando por el Salto del Tigre de la Malasia, nos quedamos ignominiosamente culifruncidos.

El domador vivía a la vuelta del circo, esquina de Abato con Sebastián Barranca, en un callejón de un solo caño. Era hincha de la Alianza Lima y hermano del Señor de los Milagros. Le encantaba la Sonora Matancera y lloraba con las películas hindúes. Insistí por el nombre de sus animalitos: el león más grandazo se llamaba Uñita y los otros Camotito, Pinina y la más brava María Félix, una leona son siliconas, de fauces que parecían embadurnadas de carmín y rouge escarlata y harto famosa por sus romances con leones testiculares. El domador dijo que el estilo es el hombre y que él les daba de comer carne de burro sazonada con palabrotas y que para que se duerman tranquilos les cantaba el bolero “Sabor a mí”.

Cuando regresamos al canal, el director me miró con ese desdén que tienen los divorciados por quinta vez. “Qué María Félix ni ocho cuartos, regresen mañana con otra cosa más interesante, cojudazos”. Y claro, entonces uno se siente un depravado místico y se encebolla y lo agarra la “depre”.

Esa noche soñé con el primer león que en mi vida, aquel que el seminal Víctor Mature –más conocido como “Bistéc de mariposa”-, y en el film, a la sazón, Sansón, atrapaba a la fiera por la boca y la volteaba para adentro como un calcetín de payaso. Sansón, por cierto, antes de perder la cabellera y/o la fortaleza de manos de Dalila, que no era otra que la multiorgásmica Hedí Lamarr, tremenda leona del octavo arte. Y soñé también con el león de la Metro Goldwyn Mayer y hasta con León Trotsky cantando rancheras. Porque un periodista sin reportaje es como un hombre en el limbo de la flacidez.

Pero no hay sin suerte. Al día siguiente, mientras arrastraba los pies de plomo rumbo al bendito canal, titular de los diarios colgados en la esquina casi me deja en el interregno de los seres inmortales: “Leona se come a domador”. Y la noticia ampliaba que la noche anterior, en la última función del American Circus, el famoso domador El Capitán Azul, ebrio de groserías que lanzaba contra la coqueta leona María Félix, fue atacado por ésta, quien lo había convertido en un verdadero lomo saltado.

El domador agonizaba en el hospital mientras yo corría al canal para encarar al director del programa, que por supuesto ya estaba enterado del asunto y con ese tufo que tienen los hombres que fueron mordidos por las María Félix de glúteos almohadillados, me desahuevó: ”Ya ves, cojudo, yo siempre dije que eras un buen periodista”.
El reportaje se redondeó con la entrevista que le hice esa mañana al domador yerto y cubierto de gasas y esparadrapos, como una momia en cuidaos intensivos, donde apenas repetía:”Ay, María; ay, María”. El domingo de Fiestas Patrias, el reportaje hizo 40 puntos de rating. Hoy nadie lo recuerda ya, a sus leones y al agonizante domador de la boca sucia.

La laguna en llamas

Para Luz María Flores Cabello.


Me miró. Nos miramos. El hombre tenía la gelidez maléfica e la hondura de los que miran inexorablemente para adentro. Me miró otra vez desde las tinieblas del recinto. Yo ya no quise mirarlo, lo juro. Luego me apuntó con su dedo de uña bermeja cual venablo del averno y sentenció: “Así que sigues con al negra y con la rubia”. No dijo más. Yo sentí aquello que parecía un halago y playboy más activo que nativo y que luego supe era mi dramática sentencia. Afuera, la noche congelada lucía más negra que las fauces de un otorongo.
El hombre medía una altura son talla y lucía un inmenso sombrero rodeado de una cinta con monedas de plata. El poncho que le cubría hasta las botas mostraba un bordado de pieles y plumas de extrañas especies perniciosas y sus dientes ocres dejaban escapar el tufo rancio a los viejos arcanos inmortales del otro lado de la existencia. Cierto, por sus ojos el hombre no parecía de este mundo; sin embargo, era conocido en toda la comarca como Juan Manuel Meléndez, aunque los lugareños y aquellos a quienes les había salvado la vida con su cura conspicua le decían, con reverencia prensil y un eterno agradecimiento yendo y viniendo por todo su espíritu, El Maestro.
¿Vacaciones? El oficio, aquel del eréctil periodista, me llevó esa vez desde las norteñas playas de Colán –unas vacaciones expropiadas a un colega víctima de una tempestad de ron- hasta las alturas del departamento de Piura. Yacido sobre la arena con el sol clavado en el pipute, de pronto el bendito celular y la voz del jefe. Que debía aprovechar la estadía en el sólido norte, que en las lagunas de Las Huaringas un chamán había patentado una cura contra el cáncer de la infidelidad y la comezón del sétimo año y que ya me enviaban al camarógrafo, y que me esperaban en Lima en cuatro días con un reportaje de mi firma, es decir, trabajado con los pantalones en la mano.

Camino al cielo

Desde Piura y hasta Huancabamba, la capital de la provincia que limita con el Ecuador y donde se ubican las Lagunas Negras, una sola línea de buses –propiedad del ex congresista y peor compositor Miguel Ciccia- realizaba el viaje cada 24 horas. El ómnibus que nos tocó lucía emperifollado con ekekos, amuletos, estampitas y cuanta frase hablaba con detalle del más allá. El mismo conductor era un tipo extrañísimo de bividí tostado en aguafuertes de pusangas y que cada cierto trecho entonaba un lamento a vidente alunado. Extraño, la travesía a Huancabamba dura exactamente 13 horas y existe una sola parada en el pueblo de Canchaque. Allí cenamos entre lamparines, sombras chinescas y aromas a gallinas recién sacrificadas a la espera de la ceremonia del amarre eterno.
Luego, la carretera se estriñe en la noche y contra la montaña, las visiones se ocultan tras la vegetación y sus trampas y se llega a las cumbres de la cordillera de Chimbe. Ahora cruzamos por los páramos del gran maestro Florentino García y de su primo, es espiritista Abraham García, experto en las artes de adivinar las enfermedades escritas en las entrañas del cuy. Hay un estremecimiento en aquellos que se persignan, los que saben que estamos ingresando al lugar sin límites, los que viajan a curarse de hinojos, los que llegan a encontrar la salvación. De pronto, la madrugada y la bajada por el camino sinuoso a Huancabamba a dos mil quinientos metros sobre el nivel del mar, el pueblo grande, de gente que observa el cielo y solloza, de aquellos que sólo aguarda la paciencia de Dios.
Mauriola, un periodista de Huancabamba, nos sirve de guía. El hombre trabaja en la radio y se conoce el valle que sube creciendo hacia el infinito y donde a las laderas se ubican las fincas de los curanderos. Más arriba y cerca de los 4 mil metros sobre el nivel del mar esta la laguna de Las Huaringas. Pero, ojo: ésa es la más serena. A ocho horas a lomo de mula se encuentra la gran Laguna Negra, temible, casi imposible de visitar para los que no reciben una preparación previa. Cierto, en una quebrada paralela se encuentra Sondorillo, aquí es donde viven los “maleros”.

De chamanes se trata

Los lugareños aseguran que se llama chamán a esos que llegan al grado superior del curanderismo. Es decir, que manejan la “vara sonajera”, una especie de maraca que durante sus ritos raramente sueltan. Luego viene el curandero, después el espiritista y a éste le sigue el yerbero y finalmente el vidente.
En la zona norte peruana se reconoce como chamán al especialista mágico religioso, digamos, casi un médico que cura toda clase de males, que es también sacerdote, un místico, un inspirador y hasta poeta. Como asegura el antropólogo José Carlos Vilcapoma, el chamán posee un arte particular. Para practicarlo acude a la danza, al canto y la música. De esta manera entabla relación con los muertos, “demonios” o “espíritus de la naturaleza”, realiza viajes cósmicos convertidos en sierpe, puede bajar a la profundidad de la oscuridad para desentrañar el mal o hacer pacto con los dioses.
Y como en la zona de Alto Moche, en Trujillo, goza de fama José Wilmer Monja, un chamán que se hacía pasar por ganadero, y en Túcume, el mítico Santos Vera tenía propiedades de verdadero Dios, así, en la quebrada de Las Huaringas se disputaban el título del chamán del siglo don Pancho Guarnizo –viejo sabio de 15 mujeres y 18 novias- y el arriba mencionado don Juan Manuel Meléndez. Fue este último el que nos recibió en su casa de las faldas de la quebrada aquel jueves pasadas las nueve de la noche. Algunas velas indicaban dónde se iba a instalar la “mesa”: un manto donde ubican espadas, cráneos, animales disecados, cuernos, piedras y otros objetos que llaman “artes”. Es una suerte de quirófano donde trabaja El Maestro. Cerca de cincuenta personas se ubicaban alrededor de la “mesa”, todos pacientes atrapados en la fe ciega, todos a la espera de que el chamán los “limpie” de todo mal.
Yo insistí en hacerle la entrevista antes que apague las velas e inicie la “limpia”, y Meléndez se negó. Volví a insistir y El Maestro, otra vez, me pegó con otra sentencia: “Las sombras hablan sólo mientras callo”; no dijo más. Luego inició su sesión. Sus cantos se escuchaban hasta el galpón donde nos mandó a meditar mientras él entraba en trance. Tres horas después, su sombra apareció con una caja plateada debajo de su poncho. Me llamó por mi nombre son que yo le haya dicho cómo me llamaba. Era una botella de Chivas Regal. “Es bueno para el frío”, me dijo e insistió: “Tómatela sin recato, que la vas a necesitar para más tarde”. Cuando en la madrugada partimos en sendas mulas hacia las lagunas, me contó de sus cosas, de que su sesión chamánica era una lucha a muerte contra las fuerzas del mal, que era cierto, que limpiaba el sarro espiritual y el óxido del alma.Ya en la laguna nos mandó a quitar la ropa con un frío de 5 grados bajo cero y nos ordenó que nos sumergiéramos en las aguas. A mí se me había adormecido todo aquello que antes lo tenía caliente. Luego me pasó sus espadas en cruz, me rezó algo así como: “Vamos levantando/ por ahí vienen floreciendo/ en sus hierbas y en sus flores/ te levanto caballero/ de la noche a la mañana...” Aquella vez, el cielo encapotado de la laguna se oscureció al mediodía y Juan Manuel Meléndez nos apuró a volver: “A esta hora llegan los gentiles”, dijo, y apresurados tuvimos que montar y regresar a la carrera. Ya en su casa le pregunté por aquello de la “negra y la rubia” del principio. “Tienes que dejar a una: la negra es tu mujer, la rubia, la cerveza”. Pasaron unos meses y yo no le hice caso. Un tiempo después me divorcié.

lunes, marzo 06, 2006

El zurcido invencible

La máquina es la negación de lo humano.
Salvo cuando no produce plusvalía u oxidada melancolía.

Grupo Obrero de Poesía/ Primero de mayo.



Uno.
La imagen tiene ese tinte más que ese color tan especial de 1958. No es una imagen, es el recuerdo de la imagen. Es la máquina, no cualquier aparato motor, la máquina de coser de mi madre, con mamá incluida y sonriéndome de soslayo embargada por la ternura de mi asertiva sorpresa. Era un armatoste de fierro –la máquina, no la madre mía aunque se parecía--, con silla propia y pedal. Era un ingenioso armatoste de coser Singer con sonido a dormidera incorporado y que luego serviría de triciclo. Mi madre cosía con la radio encendida. Era su ardid sonoro en un oído como su orquesta filarmónica en el otro donde sostenía como arete gigante el aparato de radio Philips con FM y onda corta modelo ataúd que le servía para alargar su mirada al fondo del follaje los sonidos.
Un reportaje del nacional Guillermo Descalzi en la televisión norteamericana hace un tiempo retrataba a una niña costurera en Centroamérica. La imagen desparramaba afecto y afabilidad. Era una foto en movimiento y entonces recordé la maquina de coser de mamá. El primer lujo de mi familia allá en Surquillo. Entonces no existía la televisión tal como la conocemos ahora y todo era mejor; lo juro: Fue una infancia feliz la mía, se comía bonito escuchando a Daniel Santos y crecía sin soplarme al áspid de Magaly Medina o soportar a los chuscos sabuesos de Frecuencia Latina --¿quién conoce el paradero de Hildebrandt?--; repito, aquel redil de los mártires del «periodismo de investigación» --¡tamaña jauría doméstica y de canes tras la carnaza sanguinolenta desparramada por sus patrones!--. Mi madre, decía, cocía camisas rojas con máquina judía. Sólo aquel tizne sirvió para la dignidad de mi fe.

Dos.
Platón [en el Fedro y según el descolgado Umberto Eco], dizque el griego Hermes --el mensajero entre los dioses y los humanos--, supuesto inventor de la escritura --aunque el placentero Jacques Derrida explica que fue más bien Theuth, hijo de Amón--, bueno ambos, si ustedes quieren, presentaron su invento al faraón Thamus, alabando la nueva técnica que permitiría a los humanos recordar lo que de otro modo olvidarían. «Mi habilidoso Hermes o Theuth –les dijo el faraón--, la memoria es un gran don que debería mantenerse siempre viva y entrenándola continuamente. Con vuestro invento, la gente ya no se verá obligada a ejercitar los recuerdos. Evocarán las cosas, no debido a un esfuerzo interno, sino gracias simplemente a esa pericia tan ajena al alma». Sin duda, era muy sabio el tal Thamus pero andaba más preocupado en la redondez de las nalgas que en la rivalidad de lo oral frente a los gramas.
Con Derrida uno sabe que la escritura es un «fármaco» de la memoria y que un rey de aquellos tiempos --que es voz que habla, jefe de familia y origen del logos-- no tiene la necesidad de la escritura, y la misma se transforma más que en un regalo, en un peligro: puede provocar el olvido de la memoria, puede dispersar la palabra lejos de su origen, y así, resulta cuestionadora del poder mismo del padre. Cierto mi amigo. Vladimiro Montesinos le hubiese obsequiado un video 3D si habitara en ese SIN sin fin. Y es que la palabra atrapa ese doble carácter del término phármakon que en griego significa tanto veneno cuanto remedio: mientras que Theuth considera que la escritura puede servir como remedio, para Thamus tiene el carácter de un veneno, y no sólo para la memoria. A saber, todo fármaco representa un desplazamiento con respecto a la vida natural: es una forma de enfrentar el mal por desplazamiento o irritación. Del mismo modo, la escritura es contraria a la vida, en tanto supone un desplazamiento --de la voz, de la presencia, de la palabra proferida, del dador de sentido--: bajo la excusa de suplir la memoria, permite que el que la utiliza sea más olvidadizo.
Ordenémonos. Cuando Thamus rechaza la escritura se está oponiendo a un modo de grafía: cuando el rey rechaza el invento como nocivo, no se refiere al tipo de escritura que realizan sus escribas –los ayayeros de Baruch Ivcher Bronstein, por ejemplo--, escritura que retiene y transcribe la palabra viva, sino a la escritura que desplaza, difiere, aleja esta palabra. Hay una simiente buena, la que produce, y otra estéril, la malgastada, la que comporta el riesgo de la diseminación. Si comparamos, insisto con instinto, esta última escritura con la pintura, llegamos al Sócrates que daba cuenta del carácter subversivo de la misma, de su poder de cuestionar el poder de la pólis, en tanto alejamiento del orden real, y en tanto carácter de simulacro, máscara o frente a lo real. Este doble aspecto del fármaco: veneno- remedio, es lo que indica el «doble» en la filosofía, en tanto término «indecidible» que escapa definitivamente a su lógica binaria pero que se ajusta al uso que hacen algunos plumíferos del periodismo pestífero peruano que hoy abunda en medios decanos y televisión.
La escritura, como cualquier otro invento tecnológico, hubiera hecho innecesario el poder de algunos humanos de la imaginación inmemorial al que sustituiría y reforzaría hasta el nunca jamás, así como los autos –excluyendo de taquito las combis-- nos hacen menos proclives a caminar o el sexo virtual totalmente ajenos al gozo de la penetración carnal. Si señora –si las hay--, la escritura, decían los abuelos de [el ser y la] nada, o sea los presocráticos, era peligrosa porque disminuía los poderes de la mente ofreciendo a los mortales un alma petrificada, una caricatura del juicio, una memoria vegetal, un recuerdo en conserva y hasta un caldo de gallina en sobre.

Tres.
Mi hijo Alonso –siempre en ayunas-- me asalta con una verdad. «Creada las computadoras se está matando a los libros», dice mientras mira mi billetera. ¡Vaya al diablo el perrito y la calandria! Un amigo en la librería Crisol preguntó por un texto disimulado: Borges: Álgebra y fuego de J.O. Pickenhayn. El vendedor lo mandó a su casa con un CD-Rom. Y entre el pasado de la memoria y el futuro de los libro hay una verdad que está más allá de la máquina Singer de mamá. Hace años, la única manera de aprender otro idioma [además de viajar al extranjero] era estudiar en un libro del ICPNA o escucha a los gringos bajando de un Panagra en Limatambo. Lo actual es factual. Nuestros hijos a menudo aprenden escuchando discos duros, comiéndose un DVD-RAM, atragantándose con MP3, viendo películas en versión Handycam original y en la ducha o descifrando las instrucciones de un gadgets en una lata de placas digitales con tecnología clear type.
Lo mismo ocurre con la información geográfica. Cuando niños, conseguíamos mejor información sobre países exóticos, no de los libros de texto sino leyendo novelas de aventuras y desventuras [Verne, mi favorito, por ejemplo o Robert L. Stevenson, Zane Grey, Jack London, H. G. Wells o Los piratas del Mar Rojo de Karl May, un primo lejano de Carlos Marx]. Mis hijos al contrario, penetraron con mayor precisión cartesiana mucho antes que yo en el mismo tema viendo DVD pirateados en El Hueco, series de HBO de un solo ojo, partidos de la NBA con tres canastas, oliendo yerba en las orillas de Chepeconde o masturbándose con Playboy, Venus, Private o G Channel por el cable cuando no, tirando lente al Perro callejero del inglés Martin Amis, quien hace de sus personajes expertos en el «Jodiar» --traducido del «Hatefuck» [coger o tirar por odio]-- y hasta el dominatrix de los soldados estadounidenses torturando por le anillo de cuero a cuanta musulmana caiga en ese lagar llamado Abu Ghraib.

Cuatro.
Pero volvamos a la máquina del tiempo. La civilización hebrea está basada en sus libros porque está sostenida en el hecho de que fue una civilización nómada. Los egipcios podían grabar su historia en obeliscos de piedra. Ojo, Moisés jamás. Para cruzar el mar Rojo, antes que un el yate Karisma, un libro era/es un instrumento más práctico para recoger la sabiduría. Por cierto, otra civilización errante la árabe, se basaba también en los libros porque le otorgaban mayor importancia a la escritura que a las imágenes.
Y los libros también tienen su ventaja con respecto a la computadora. Aunque impresos en papel ácido, que sólo dura setenta años, aproximadamente, son más duraderos que los soportes magnéticos. Además, no sufren cortes de corriente y son más resistentes a los golpes. El hecho de que en el futuro los usuarios sólo se comuniquen por Chat, correo electrónico o por Internet será una gran bendición para los libros y para la cultura y el mercado del libro porque habrá otro atmósfera y otro romance con la sabiduría.
En una librería, digo yo, hay demasiados libros. Yo recibo u observo libros todas las semanas. Si las computadoras consiguen reducir la cantidad de libros publicados, supondría un avance cultural enorme. No es así y me jode. No obstante, acepto esta idea curiosa según la cual cuanto más se dice en lenguaje verbal, más profundo y perceptivo se es. El poeta Mallarmé nos enseñó que basta con decir une fleur para evocar un universo de fragancias, formas y pensamientos. Ocurre a menudo en poesía donde menos palabras dicen más cosas. Tres líneas de Pascal hablan mucho más que trescientas páginas de un largo y tedioso tratado sobre la moral y la metafísica o las quinientas de las memorias fastidiadas y/o cojudas de Bryce.
Vivimos ya en la época del hipertexto. Pero éste no es un sistema enciclopédico o lingüístico. Un hipertexto textual es finito y limitado, aunque abierto a innumerables y originales consultas. Cada usuario puede añadir algo, y se puede crear una especie de historia inacabada al estilo del jazz. Tenemos así una nueva cultura en la que hay una diferencia entre producir infinitos textos e interpretar con precisión un número finito de escritos. Como lo pensadores contemporáneos acepto que la verdadera oposición no es entre computadoras y libros, lap top o poemarios, o entre escritura electrónica y escritura impresa. Al contrario, los escasos que piensan que el lenguaje aparentemente reducido, anoréxico o bulímico que hoy utilizan los jóvenes al «chatear» no reduce las lecturas ni mucho menos las escrituras. Al revés, le agregan un lenguaje nuevo a la comunicación que debemos admirar si no aceptar.
Finalmente, a mayor revolución informática, más libros impresos. Los de ayer y los de ahora y los de mañana. Así también, a mayores revoluciones tecnológicas menos imbéciles y más bibliotecas como la que inaugura mañana el gran maestro y vecino Sinesio López. Los hombres –y no me importa que las mujeres sigan leyendo a Deepak Chopra-- no dejarán de leer jamás [libros] y aquellos que imaginan un mañana sin ese artefacto o volumen de tapa, páginas y diseños llamado, si señor, libro, serán los obtusos del ayer con una profecía apocalíptica sin ningún fundamento de futuro, sin una metáfora de vida y sin un poema de aliento. Un retrato amoroso de una máquina de coser Singer –la máquina de mi madre-- es apenas una imagen que mejor estaría en un libro, siempre y que así sea para que nadie la olvide.

Hidalgo maestro [y vida] eterno


«De algún modo somos hechura de sus esperanzas y sus anhelos.
Por alguna razón, con ellos vinculada, El Perú nos pertenece.
Ese lazo que puede escudar su nombre en la palabra tradición o
patriotismo se nos hace visible a través de modos invisibles».

Mis trabajos y los días. Luis Jaime Cisneros


Para Renato Cisneros y que siga.

Luis Jaime Cisneros es incansable. Tiene cuajo y vitalidad de añejo. Académico tenaz, hombre de esquina lingüística rozada y admirado profeso- confesor, no le pierde pisada a lo que los de a pie llamamos actualidad. A la pulsión política, a la longevidad llaman un clásico. A su tarea de escritor y a mirar al Perú todavía como un lugar decente para vivir y sobrevivir. Ahora me está observando ahí en su estudio biblioteca con su talante de ser viejo y cada vez más sabio. Este es un homenaje a su brillantez y larga vida.
Este hombre que hoy lleva consigo casi 85 años es universal, pertinaz y desprendido. Uno lo observa y pareciera que esta abrigado por lo apacible de la atmósfera amén de la luz malva de la tarde se filtra por las cortinas de su estudio de la enorme biblioteca de su casa en la avenida La Paz en Miraflores a un tris de la quebrada de Armendáriz. Y ahora me está explicando más que contando de su abuelo, don Luis Benjamín Cisneros, poeta romántico contemporáneo de Ricardo Palma, fundador de la Academia Peruana de la Lengua, un espíritu omnipresente, casi un espectro que nos vigila apacible y sonriente. Y luego habla de su padre --es jodido hablar de los padres—Luis Fernán Cisneros, poeta periodista, diplomático, como buen peruano, desterrado por liberal, demócrata y libre pensador.
De repente, sus ojos adquieren un brillo inusual. Y don Luis Jaime que está confesando que su padre tenía una curiosa actitud para la lágrima. Y en ese tiempo él no lo entendía, era tan seguro y dispuesto. Y luego, cuando aquel hijo cumplió los 50 años recién entendió porque lloran los hombres. Y recuerda una discusión del viejo con un sujeto encerrados en el estudio. A los gritos se dijeron de cosas. Luego explicaría conmovido: “este hombre me ha venido a ofrecer dinero” y de puro valiente se echó a llorar como un niño y se perdió al fondo de la casa. Fue una situación límite ahí delante de toda la familia. Y luego Luis Jaime que lo rememora por su humor chispeante y porque leía a voz en cuello y después de los almuerzos El Quijote, que después el ajedrez y más tarde las palabras cruzadas.
Tintineando sobre el escritorio me cuenta que su madre alcanzó una pasión inusitada pro la música. El violín, el piano. Y que todos los hijos heredaron ese prodigio y tocan juntos y hasta podían ofrecer un concierto de pe a pa. La familia limeña de pronto se vio embarcada a Buenos Aires. Así Luis Jaime realizó los estudios en escuelas públicas argentinas. Su contacto con la instrucción universal lo fue dotando de una pericia especial por la investigación, las ciencias, las artes. De esta manera también se convirtió en un apasionado por el teatro y las operas. La prensa porteña pasaba por su mejor momento y aquel cotejo de las noticias en los diarios lo hizo un potencial periodista. Sin embargo cuando culminó la secundaría la inclinación por la Medicina casi lo convirtió en otro. Las letras lo salvaron.

Hidalgo, nueva versión

Hablemos entonces esa tarde de El Quijote. Y léase quién fuere lo que nos contamos. Que estando fresca todavía la tinta de impresión, hacia la primera mitad del año de 1605 viajaron, desde la península para América, cientos de ejemplares de la novela del Quijote. A bordo del galeón «Espíritu Santo» y, según cuenta Irving Leonard, doscientos sesenta y dos libros tenían como destino la ciudad de México. Dice también que en la nave «Nuestra Señora del Rosario» venía un encargo mayor. Eran sesenta bultos que un librero de Alcalá de Henares, un tal Juan de Sarriá, remitía a un socio que se había acuartelado en Lima. El valioso recado, que tenía como destino el puerto del Callao, llegó primero a Cartagena de Indias y, de allí, a lomo de mulas, pasó a Portobelo y luego a la ya traficada Panamá.

La historia oficial cuenta que de esta manera el Quijote comenzó sus aventuras por el Nuevo Mundo. Lo que no logró jamás Cervantes lo conseguía su criatura, dice. No obstante, nadie ha podido dar cuenta de qué pasó con los diez bultos que se perdieron en el camino. En realidad, sesentaiseis ejemplares se extraviaron, según ciertos monjes despistados de la orden jesuita, en la frondosidad de la selva centroamericana, producto de un hurto de pájaros sin colores de los que ya no hay más. Otro dato creo que exagera. Según una colectividad nativa -ya desaparecida por la ferocidad de los sicotrópicos duros-, esas moles de palabras atamaladas fueron consumidas por el fuego inexplicable que bajó como melaza de ron de piratas desde la copa de un guayabo, hoy convertido en un muñón sin ramas.

La versión de José Antonio Roldán vendría cierta en aquel tiempo. Cuenta el descubridor de «El limbo de los perdidos», que recogió en la costa de Andros la historia de un sujeto prieto de ojos alucinados, sobreviviente de un naufragio excepcional, aquello que balbuceó más que habló instantes previos a morir de eructos pestíferos: «Deciros a vuestra merced que he bebido en Calango del agua del clavelito y que, aunque parezca afrecho de bruja, no lo es, y ya he dicho que todas las cosas trastruecan y mudan de su ser la naturaleza de los encantos». Que un gaznápiro palurdo hable como la misma inflexión y acento que el mismo don Quijote no ha dejado dudas que los bultos que se extraviaron en el istmo llegaron primero al valle de Mala antes que a las bodegas del socio del tal Juan de Sarriá.

No hay duda que gracias a Cisneros que Don Quijote de la Mancha cabalgaba ya en Lima con tufo a camarones cañetanos como en Toledo o en Villanueva de los Infantes [1], a más velocidad que Rocinante y el rucio de Sancho, que ganaban piso a 31 kilómetros en días de verano y 22 en días de invierno en Castilla. Por eso, su saber supino de tapadas y rosquetes, de cómicos y alcahuetes, de soplones y celestinas, de frailes y bandoleros que en aquel tiempo abundaban en exceso [¡Oh, grande Mónica Sánchez en 'Eva del Edén', está buenaza!] en la Ciudad de los Reyes. Y ya pasaron cuatro siglos y don Quijote goza de buena salud y Lima, bueno, sigue igual.

El médico Cisneros

Y yo le digo que no lo imagino de médico. El afina el humor. Me dice que él tampoco. Pero en Buenos Aires los médicos eran políticos, pintores, líricos y hasta poetas. Luis Jaime estudió cuando se consolidaba la Reforma Universitaria argentina como vanguardia en el continente. Y tuvo como profesores a Amado Alonso, Pedro Henríquez Ureña, Ricardo Rojas, Francisco Romero. Que conoció al Papa Pío XII y a Tagore a quien le tocó su enigmática sotana gris. Y le dio la mano al Príncipe de Gales. E igual, hablaba de tango como de fútbol y hasta de la bomba atómica cayendo sobre el Japón. Que cuando terminó la Segundo Guerra y triunfaron los Aliados, junto con sus compañeros universitarios obligaron al diario bonaerense La Nación a que toque la sirena por horas y abrigado pro los dirigentes de la federación estudiantil armaron un mitin histórico en la Plaza Francia que no tenía cuando terminar.
Tuvo un hermano militar y hasta ahora no se explica por qué. Luis era menor, se hizo merecedor a una beca del gobierno argentino. Es que era un tipo especial, corajudo y audaz hasta sus cachas. Su madre lo bautizó como el “gaucho” porque cierta vez, a los 7 años se cortó los dedos con una navaja y no lloró de puro guapo. Luis, el “gaucho”, fue de la misma promoción que el general Videla y otros militares que terminaron de golpistas y que insuflaban una inclinación por un orden harto vertical. Luis, al Perú regreso como alférez. Cierto, tenía una virtud, le encantaba la lectura. Por eso en casa a nadie le jodió.
Sus maestros en la facultad de Medicina terminaron de premios Nóbel. El Dr. Bernardo Houssay y el médico Francisco Leroi. Luis Jaime se especializó en cirugía. Su internado lo estaba cumpliendo no muy a gusto en el pabellón de niños e infantes cuando el Dr. Nicolás Romano se dio cuenta de su incomodidad y le enrostró que era un engreído y lo pasó a la galera de ginecología. El practicante Cisneros se quería morir. Otra vez regresó a pediatría. Su maestro le dijo: “Oiga, lo que usted quiere es que el paciente le otorgue el diagnóstico. No Cisneros, es la revés”. Luis Jaime hasta ahora se repite esa llamada de atención. Y que era preferible escuchar y no abrir la boca en vano. Ahora me está mirando, baja los ojos y humilde me confiesa: “Sabe, creo que ese es el secreto de mi habilidad como docente”.

El periodismo digno

En 1947 la familia retornó y se radicaron en la casa de Miraflores. La medicina quedó como un buen recuerdo para curar las gripes y las tristezas. Luis Jaime retomó sus estudios de filología románica y la literatura. En 1948 de doctora e ingresa a la docencia en la Universidad Católica. Después pasa a dirigir el Instituto de Filología y la Escuela de Periodismo en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Continúa en el Instituto Riva Agüero. Cuando se casó supo que había que reforzar la economía familiar y ahí se inicia en el periodismo.
Desde ese tiempo Luis Jaime Cisneros va tallando la imagen de gran maestro. Escritores e investigadores que fueron sus alumnos así lo confirman. Cisneros es el profesor de las grandes cátedras, de la clase ilustrada, de la enseñanza interdisciplinaria. Su prédica se entronca en la comprensión de un país ilegible siempre utópico. Así, genera seguidores continuos, discípulos perpetuos, alumnos atemporales.

El Quijote en Lima

Cuando la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española, como celebración del IV centenario del Quijote, presentaron en la Universidad Católica la Edición Extraordinaria de la obra de Cervantes, publicada por el Grupo Santillana bajo el sello Alfaguara, él estaba ahí. Cierto, era el 2004 y Luis Jaime Cisneros fue el encargado del discurso central. Y el preceptor algo afónico de sabidurías aprovechó para pegar una conferencia magistral sobre Cervantes, el Quijote, Sancho Panza, la textualización infinita, el vuelo de la imaginación, los lenguajes excéntricos concéntricos, el genio alucinado de la lengua, la locura de la lectura encantada, en fin, dijo lo que había que decir (que no se había dicho) y habló lo que hay que hablar cuando de genios se habla. Luis Jaime Cisneros era el mismo Quijote galopando sobre los campos de Castilla y llegó al mar de Barcelona y pasó por Chincha y hasta se detuvo en Surquillo a pegarse unas copas en medio de unas coplas: «Bailan las gitanas/ mírales el rey; / la reina con celos, / mándalas prender...».

Dijo el maestro que la novela no estaba terminada porque cada lector la vuelve a inventar y rescribir. Cada lectura es una aventura, cada uno es un Quijote a su vez y revés. Entonces es fregado, a veces, lidiar con el castellano lejano pero vale la pena porque Cervantes habla de justicia, de poderosos, de humillados, de soberbios y de truhanes. Cuenta de amores y desdichas, de blasfemos y adulones. Y acaso así no es la vida. Y que lo diga Vargas Llosa, quien confesó que no a todo el mundo le puede resultar igual de fácil su lectura, que reconoció que no pudo con la obra la primera vez que intentó leerla en sus años de estudiante, que estaba en el último año de la secundaria cuando intentó leerlo y, simplemente, no pudo [2].

Es sábado en su casa y el teléfono y las visitas no paran. Ahora lo están llamando de la Academia de la Lengua, él como presidente tiene que solucionar un asunto sobre una estrofa apócrifa del Himno Nacional. Y llega uno de sus alumnos y lo apura para que firme una carta de recomendación para la Complutense de Madrid y luego tiene dar curso a un oficio para ser jurado de Himno de Lima. Pero este hombre no se agota.
Se ha levando de su asiento muelle junto a enorme tigre de bengala –Borges habita entre nosotros—y me muestra los originales de su libro Introducción de la Sicopatología del Lenguaje y uno se muere de envidia por la vitalidad de este maestro de la vida que de pronto sintió que tenía mayores motivos para seguir habitando en estos páramos cuando nació Luis Jaime Cisneros III, el hijo de Luis Jaime Cisneros Hammann, su hijo periodista de la agencia francesa AFP, casado con otra periodista, Rafaela León, de los León de esta villa del Señor. Y ahí está el abuelo retozando con el nieto. Y lo miro y él me mira. Y es casi un retrato como aquella vez cuando fui redactor y él director del diario El Observador en los ochenta y todos vivíamos imaginando distinción en aquel tiempo, cuando ser periodista era un lujo del peruano.
Cuando esa vez, a finales de 2004, el maestro Luis Jaime presentó la edición de El Quijote cuatrocientos años más tarde [3] y al cupo y con todos los honores este otro debut, Cisneros dijo en el campus de la Universidad Católica, entre afónico y emocionado: “Cuatro siglos celebramos de este libro. No es fácil hacerse a la idea pero vale la pena intentarlo [...] Propongo reflexionar por lo que significaba por entonces asumir empresa semejante. Estamos ante Cervantes descubriéndose a sí mismo. La novedad consiste en mostrarse como hombre preocupado por el libro que el propio lector tiene entre manos. Lo inesperado [y por lo tanto, lo realmente novedoso] es que le mismo lector se sienta un poco protagonista o testigo de todo ello, por cuanto con él es la cosa; para él esta confesando Cervantes todo el maremagno que lo embarga”.
Entonces, yo escribí una crónica a la sazón en el diario Perú 21. Él, maestro sencillo y frecuente, me envío un correo electrónico que a la letra [digital] decía así: “Sí mi amigo, es verdad: cada vez que leo el libro descubro algo nuevo. Y he pensado con Ortega, que es porque cada vez que lo leo, mi circunstancia se encarga del marco y los matices. ¿Usted se imagina hoy a Sancho en el Congreso, aplaudido a rabiar por los Valdez y los Pachecos y los Mufarech y los otros de cuyo nombre no puedo acordarme? Ya somos dos los que abiertamente nos confesamos lectores: el año entrante seremos más. Un abrazo: Luis Jaime Cisneros V”.
Ha caído la noche en Miraflores. Me despido, dejo al maestro sumido en su nieto de 8 meses que no pare de sonreírle. Él alza la mirada, me dice adiós y yo le deseo solamente la eternidad.

[1] Villanueva de los Infantes es aquel lugar de cuyo nombre no quería acordarse Cervantes, según desvela un estudio realizado por un equipo científico de la Universidad Complutense.

[2] «La cantidad de palabras cuyo significado no entendía y el tipo de retórica en que estaba escrito el libro prácticamente lo alejaron del Quijote», ha dicho sin vergüenza.

[3] Bajo el sello de Alfaguara, la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua, apareció simultáneamente en todo el planeta en edición popular.