martes, junio 26, 2007

MELODÍA Y AGONÍA SOBRE EL RING





Cortázar: el boxeo y el jazz,

dos pasiones de cronopios

Entrevista por Antonio Trilla. Madrid en 1983







Lo encontré de casualidad. Él esperaba a unos amigos sentado tranquilamente en un café, mientras leía el periódico. Sabía de su rechazo a las entrevistas pero me acerqué igual, porque también sabía que el gran cronopio que era, guardaba cuotas parejas de humor, generosidad y "buena leche", como decimos en mi tierra. Y que, como buen gato de jazz, amaba la improvisación. Alcancé a explicarle, algo cortado, que había estado buscándole porque quería hablar con él sobre boxeo y jazz, dos de sus grandes pasiones, cuando dispusiera de quince minutos.


- Ahora mismo -me sorprendió.- ¿Querés un café?

Y ahí estaba, sentado frente al escritor con el que había compartido días, noches y madrugadas, como lector frenético de sus cuentos y novelas; con el hombre al que admiraba por su compromiso con las luchas sociales de América latina, por su valiente respuesta a las dictaduras militares en ese continente, por su amor a la "dulce Nicaragua".
- En España, como tú sabes, el boxeo tiene un marcado rechazo en los ámbitos intelectuales -algo que no comparto desde luego, como buen aficionado al boxeo que soy- salvo quizás algunas importantes excepciones como los directores de cine José Luis Garci o Gonzalo Suarez.


¿Por qué y cómo te interesaste en el boxeo?

- El por qué nunca me lo pregunté... A mí el boxeo me interesó desde muy niño. Sabes que en la Argentina, el boxeo es un deporte muy popular. Cuando yo era niño tuvimos un gran campeón de peso pesado, Luis Angel Firpo, que tuvo una carrera espectacular. Él fue a pelear a los Estados Unidos, y disputó el título mundial de peso pesado con el norteamericano Jack Dempsey, en 1923. Dempsey era un gran campeón y terminó venciendo a Firpo, pero después de que Firpo lo hubiera noqueado y de que el referee y el público ayudaran a Dempsey a levantarse. Técnicamente Firpo había ganado la pelea y Dempsey debió haber sido descalificado. Pero el combate siguió y finalmente, Dempsey le ganó a Firpo. Todo esto está contado en La vuelta al día. Yo tenía en ese momento nueve años y aquello fue como una tragedia nacional, porque en la Argentina se consideró un robo al país aquella pelea. No faltaron los que pedían romper las relaciones diplomáticas con Estados Unidos. Aquella pelea creo que definió mi pasión por el boxeo, porque yo quedé muy impresionado por lo de Firpo y empecé a interesarme por ese deporte que, en esos años, ocupaba mucho espacio en los periódicos. Leía todo lo que se publicaba sobre boxeo y escuchaba por radio las peleas más importantes. Desde luego, que, como vivía en una casa llena de mujeres no había nadie dispuesto a llevarme a ver una pelea.





- "Torito", el boxeador, es un personajee que conecta contigo, que te es profundamente simpático y que, incluso, pareciera que te provoca ternura...

- Sí, era justo Suárez, un boxeador desllumbrante... Cuando yo era adolescente o quizás algo más adelante, la aparición en Argentina de Justo Suárez, el "Torito de Mataderos", fue otra conmoción. Era un boxeador extraordinario... Suárez era brillante, espectacular y de una gran simpatía. Conectaba muy fácil con la gente. Y curiosamente, también terminó perdiendo al final en los Estados Unidos, como esta contado en Torito. Justo Suárez terminó de un modo trágico, abandonado por todos después de la derrota y murió tuberculoso en un hospital de provincia en Córdoba. Para mí, su muerte -que fue una verdadera tragedia del depoorte- fue también un acontecimiento importante. No me perdía una sola pelea suya. Un día, estando yo en París, en la época en que vivía todavía en la ciudad universitaria, recordé todo aquello y de golpe me senté a la máquina. En dos horas escribí el cuento, con datos muy precisos sobre sus combates, porque lo había seguido a lo largo de toda su carrera. Durante dos horas me sentí Justo Suárez y escribí como un boxeador.






- Tú has dicho muchas veces que, en esa época, eras un esteta, un hombre que vivía a espaldas de la realidad de América latina y de la historia. Cuando ibas al estadio, a ver boxeo, ¿también eras un esteta?

- Sí, yo he dicho alguna vez que iba a ver boxeo al Luna Park con un libro bajo el brazo y era así. Era el joven esteta para el que el boxeo también era un espectáculo estético. En esa época yo miraba todo con un criterio exclusivamente estético, y lo veía como un fenómeno estético.

- ¿Sigues siendo todavía un buen aficionnado al "noble deporte de los puños", como se dice en España?

- Sí, desde luego. Sigo al día todo lo qque se relaciona con el boxeo.




- ¿Qué te provoca el boxeo para que te iintereses por un deporte al que critican como violento y cruel?

- Es que yo no lo veo violento y cruel. A mí me parece un enfrentamiento muy honesto, muy noble, como decías ahora. Me interesa el enfrentamiento de dos técnicas, de dos estilos, la habilidad de vencer siendo a veces, más débil. Te diré que casi siempre estuve del lado del más débil en el boxeo y muchas veces los vi vencer y es una maravilla. Por otra parte, lo que sucede es que a mí no me interesan los deportes colectivos. Eso pareciera que va en contra de mi ideología pero creo que no es así. El fútbol, por ejemplo, me es totalmente indiferente. Sé que decir esto, en boca de un argentino, es algo grave... (se ríe), capaz de desatar muchas iras... Pero me es tan indiferente como el rugby o el beisbol. Me gustan los deportes donde se enfrentan dos individuos, como sucede en el tenis o en el boxeo. Son dos destinos que se juegan el uno contra el otro. En el fútbol son once contra once, gana o pierde un equipo. La responsabilidad individual se diluye, todo se diluye; alguien pudo haber jugado muy bien o muy mal pero nunca tiene la plena responsabilidad del triunfo o de la derrota. En el boxeo eso no es posible. Allí un hombre vence a otro. Gana porque es mejor o porque hizo mejor las cosas.

- ¿Qué boxeador te ha provocado esa emoción digamos "estética" que puede dar una especial mezcla de armonía física, técnica, fuerza...?

- Estéticamente es muy hermoso ver enfreentarse a dos grandes boxeadores. Contemplar sobre un ring, verlo moverse a Sugar Ray Robinson, por ejemplo, es una maravilla. Por eso, nunca me gustaron los boxeadores sin talento.

- Con frecuencia utilizas en la literatura elementos del jazz o del boxeo, haces comparaciones...

- Me parece interesante que me preguntes esto. En América latina hay todavía una tendencia romántica a buscar metáforas que respondan a imágenes consideradas "nobles". Yo desde muy joven sentí que debía desacralizar, quitarle a la literatura esa imagen "noble"; siempre pensé que había en la vida cotidiana elementos llenos de belleza, que era necesario incorporarlos a la literatura. Desde el comienzo hay en mis libros referencias del tipo que señalas. Un buen match de box -como decíamos antes- puede ser tan hermoso como la metáfora más "noble".





- Aparte de los que ya mencionaste, ¿qué otros boxeadores has admirado?

- Muchos, sobre todo, los de la época dee oro. Y me gustaba mucho Cassius Clay. Su descaro, sus bravuconadas, ese estilo de desafío permanente. Él decía que era "el más grande" y quizás lo haya sido. Lo que es seguro es que ha sido, sin duda, uno de los más grandes de la historia del boxeo. Y de la Argentina, admiré al "Intocable", Nicolino Locche.

- ¿No te gustaba Carlos Monzón?

- Sí, sí, me gustaba mucho. Era un boxeador cerebral, que usaba la cabeza para pelear. Y era demoledor. De una finura cruel para boxear. La pelea con el italiano Benvenuti es inolvidable. Y también el combate con Boutier, que yo vi por televisión. A propósito, ¿sabes que en los años veinte, Ho Chi Minh era cronista de boxeo en París? En una ocasión, comentando para una revista francesa, un combate entre dos boxeadores norteamericanos, uno negro y otro blanco, él escribió un extraordinario alegato contra el racismo, desde luego sin utilizar ni una sola vez esa palabra... Recordé ahora ese alegato, porque cuando vi la transmisión de la pelea Boutier-Monzón me indignaron los comentarios racistas que hacía el relator.






- Hablando de Monzón, hay otro cuento tuuyo, La noche de Mantequilla, donde también el boxeo está presente...

- Ah, sí, es la historia de la pelea de Carlos Monzón y "Mantequilla" Nápoles en París, una pelea que me dejó un recuerdo muy especial. Así que cuando se me ocurrió la idea del cuento, que es una historia que tiene que ver con la política, la situé en aquella noche en el estadio.

- Si no te molesta, podemos pasar al jazzz, otra de tus pasiones... ¿Sigues tocando la trompeta?

- Cada vez menos. En un tiempo la tocabaa pésimamente, para tortura de mis vecinos, pero ahora estoy constantemente viajando, de un lado a otro, cuando no estoy en Nicaragua, estoy yendo a México o regresando a París... vivo en los aviones. Y la trompeta es un instrumento implacable que exige una preparación de los labios y eso sólo se consigue tocando seguido. Por otra parte, no estoy en las mejores condiciones físicas ahora para tocar la trompeta, pero me divertía mucho cuando podía hacerlo. En realidad, debo confesarte que yo soy un músico frustrado.

- ¿Tocabas algún instrumento de niño?

- Sí, el piano, me obligaron a tocarlo desde los ocho hasta los trece y un día cerré el piano y no quise tocarlo más. Una tía mía, fanática de Bach y de Chopin fue la que hizo de mí un melómano.

- ¿Desde cuándo te interesó el jazz?

- No lo sé exactamente, pero creo que noo tengo casi recuerdos sin jazz. Yo nací en 1914 así que, cuando era chico, asistí al nacimiento de la radio... no había discos de jazz todavía. En esa época se escuchaba en la radio, en Argentina, tangos, música clásica o música popular hasta que un día, -yo tendría diez años- escuché por primera vez un fox trot y fue mágico para mí. Dos o tres años después, descubrí a Jelly Roll Morton y más tarde, a Louis Armstrong y a Duke Ellington. Durante mucho tiempo ellos fueron mis músicos de jazz preferidos.

- ¿Ya no lo son? ¿Qué discos salvarías ddel diluvio?

- Sí, sí, lo siguen siendo. Es más, si tuviera que elegir algunos discos para salvar del diluvio, -como dices- (se ríe) me llevaría discos de los tres, sobre todo algunos del viejo Armstrong y del Duke Ellington de los años veinte al treinta. Como ves no he evolucionado mucho...




- ¿No te llevarías ningún disco de música clásica?

- Bueno, quizás no me expliqué bien. El jazz es maravilloso pero la música clásica es como la gran literatura y mi amor por el jazz es algo que corre paralelo a mi amor por la música clásica... Si oyes la música medieval, la música de cámara de Mozart o los últimos cuartetos de Beethoven, sabes que es todo lo que se puede conseguir en música. Si tuviera que elegir discos para salvar del diluvio entre jazz y música clásica -cosa que no querría-, aún con mucho dolor escogería algunos de música clásica, entre los que te he dicho e incluiría también a Bela Bartok.

- Tú escribiste "El perseguidor" como un cierto homenaje a Charlie Parker. ¿Cuándo descubriste su música?

- Fue antes de irme de la Argentina. Cuatro o cinco años antes, un día compré Lover Man, sin conocerlo. Al principio mi reacción fue negativa hasta que un día la cabeza me hizo clic y desde entonces, muchas cosas que había oído hasta ese momento perdieron sentido. Su música fue muy importante para mí.


- De los que vinieron después, ¿quiénes te impresionaron como Parker?

- Dizzy Gillespie, Miles y después, Colttrane. Esos son discos que también me llevaría conmigo. Y sin duda, no podría olvidarme de Earls Hines, que es un pianista al que adoro. Toca como un dios. ¿Sabías que Dizzi y Charlie Parker tocaron en 1943, juntos, en la banda de Hines? Earl es un músico maravilloso, lleno de alegría y humor. Los movimientos de su mano derecha suenan como una transposición de la trompeta de Armstrong...

- ¿Escuchas jazz a diario? ¿Escuchas mieentras trabajas?

- Sí, escucho dos o tres discos de jazz por día y bastante más música clásica. Pero jamás pongo música mientras hago otra cosa. Los que compusieron esa música no lo hicieron para que fuera un "fondo musical" sino para que lo oyéramos con la misma atención con la que leemos un libro.

- Una última pregunta: ¿crees que el jazzz ha influido en tu obra?

- Sí, mucho. Me enseñó cierto swing que está en mi estilo e intento escribir mis cuentos, un poco como el músico de jazz enfrenta un take, con la misma espontaneidad de la improvisación.

jueves, junio 21, 2007

INTERNET, EL IMPERIO CONTRATRACA, EPIC 2015

jueves, junio 07, 2007

MÉTRICA, ÉTICA Y EROTICA MUSICAL


YO TENGO UN PECADO NUEVO

La bacteria del ritmo. Eso precisamente me atacó como la fiebre amarilla, más caribeña que asiática, como la malaria antes de ser maleado. Yo, pálido como una ocopa en medio de un mar de espinillas, ahogado por los trombones y trompetas, náufrago en la jungla de los tambores. Y encarcelado por el terciopelo de la noche, un puro púber en el blanco de la rumba. Entonces a uno le crecían los primeros pelos en la molleja, el bajo vientre y la huasamandrapa. Entonces uno era feliz, fibroso como la yuca, un torete suelto entre las mesas de la virginal arrechura y la ortografía del pecado y el pescado. Así descubrí el bolero del cabaret. Ahí cantaba Lucho Barrios Marabú.





Escribe Eloy Jáuregui


Carlos Loza, un Nóbel de la rumba y con zapatos amarillos, me dijo: “si no bailas, te bailan”. Tenía razón el profeta, esteta de las guarachas, oyente de Don Américo y sus caribes, de El cuarteto Jiménez y la agrupación de Eduardo Armani. En Los Mundialistas -un garaje adaptado a restaurante danzant y cabaret, en la última cuadra de la avenida Grau, pasando el hospital Dos de Mayo, y a la vuelta de mi tía Peta-, de noche era el templo de las profanaciones.
Y se llamaba así y no asá, porque su primer propietario fue Orlando La Torre, un futbolista que jugó en el mundial de México 70, y al principio los shows eran de música criolla, y boleros, y orquesta para bailar suavecito. Pero llegaron los chalacos -el swing tiene alma marina- y la simbiosis dio por hijo un extraño vivir y respirar aputamadrado. Cholo con zambo y una pizca de chino. Eran los reyes del achoramiento, un silletazo con patada a la luna y moría el payaso. Entonces se apoderó del recinto El Combo Loza, una formación salsera ortodoxa, exportados del Callao: dos trompetas, dos trombones, bajo, tres cubano, conga, bombo y timbales, más tres cantantes y un animador que se parecía mi papá, don Peter Mac Donald, hombre del pelo, natural de Chincha.





Llegué. Llegamos. El bolero se había posesionado del piso de losetas, las paredes forradas con retratos de futbolistas, las luces amarillas y azules, las mesas de fórmica, la barra y el escenario. Nadie se explicaba qué demonios tenía aquel lugar que hacía a las mujeres extremadamente nalgudas, qué diablos trastornaba y las hacia nalguear como ninguna [cf. E.E. Pizarro La carne es para morder p. 167: «carne mollar que ocupa todo el espacio intermedio entre el fin del espinazo y el nacimiento de los muslos. Muelle y acogedoras, aposento para caerse jamás muerto»]. Llegué. Llegamos. Bailaban tres parejas y una bailaba mejor. Llegamos unos y salieron definitivamente otros. Armando Cruzado pidió la primera cerveza. Estaba igualito Lucho Delgado Aparicio. También bailaba, pero bailaba como un príncipe. Un Tarzán rumbero en la selva del sentimiento y el feeling. Un Nureyev --con traje italiano-- del trópico. Nadie se acercaba a su mesa. Era un personaje. Allí, elegantísimo, romántico y correcto, siempre rodeado de bellezas, siempre en el gesto preciso. Entonces descubrí el encanto de la palabra “caché”. Entonces descubrí el otro rostro de la salsa, no esa de los seres culebrones, sino la de aquellos comunes mortales en la decisiva danza decente de la vida.








LAS DAMAS CHINAS DE AMOR

Tres mujeres me pegaban contra el techo, me daban de alma, me amotinaban. Soledad, cajera de piel blanca y ojos tourbillons --carne blanca, más que sea de hombre--, Soledad y sus hermanas: Piedad y Caridad. O eran Caridad y Piedad, sintetizaba en la hermana Soledad. A Soledad la conocí mientras Vitín Esquivel cantaba en ritmo de bolero Un pañuelo y una flor. La conocí de los pechos para arriba. Es que siempre estaba sentada tras la barra. De los pechos para abajo era un misterio. En todo caso, yo hablaba con la mujer decapitada de los pechos para arriba. Casi un busto, su busto y su testa. Ella no iba a perder la cabeza por mi amor. Yo iba a perder el resto del cuerpo si no apuraba la cosa.
Un domingo, después del hipódromo --entonces era un jugador jugado siempre a placé por el placer [el orgasmo del que llega segundo y no último]-- me inflamé en el bolero del valor: por esos años el ron de quemar era mi perdición, un pirómano a mano con el dragón que me habitaba. “Y pensar que en mi vida fuiste flama” y me dije: "Intruso corazón, déjala quererla". Ella no contestó, apenas me mostró la factura de mi cuenta pero yo sentí que me estaba diciendo: “¿le has pedido permiso a tu mamá?”. Era verdad, los 18 años no lo hacen a uno un “rechú”. Yo me creía un “rechú” y no era un “rechú”. Entonces el bolero terminó por liquidarme. “Yo no sé para qué, para qué son esos plazos traicioneros”.










El show empezaba los viernes a las once de la noche. Llegaba la orquesta que dirigía el maestro Carlos Nunura con Oscar “Pitín” Sánchez, que recién había llegado de Nueva York. Aparecían primero los pitucos, muertos de espanto con sus muchachitas más jóvenes y más enamoradas. Después entraban los de la PIP con trajes de PIP y modales de PIP. Luego los faites y las marocas, al rato ingresaban los cafichos y sus nenas. Más tarde los maricas y los bancarios y las pamperas. Después los señores y la pulentería. Entonces se armaba el rumbón, y la jarana y el king y la vaina ¿Que qué cosa era la vaina? Eso, la coca, damas y caballeros ¡Y a gozar que el mundo se va ha acabar!
Con el tiempo me hice de conocidos, de gente mayor, conocidos todos en la jalea del vivir. "El Pato" Ordóñez, el timbalero, Nicasio Macario, el bongocero, Willy Porras notable policía plantado. Jorge Eduardo Bancayán, el presentador, Jorge Verástegui, hoy el mejor fotógrafo de Lima. Y nuestra mesa se llenaba de cervezas como todas. Y se arrancaba la orquesta y nos arrancábamos nosotros en busca de la presa, femmes famosas de la noche, jamás fatales. Y su alegría era nuestro anclaje en su piel de higo lustroso por las grasas del deseo.








EN LA MADRUGADA SE AMA MÁS

El show terminaba recién el lunes por la mañana. Así acabábamos en la cizalla de la resaca. Así, los cuerpos se desahogaban en la sábana de la rumba y los boleros. Pero eran tiempos del caldo de gallina negra, de los seviches en las cantinas de la Av. Iquitos. Había que trabajar y escuchar los discos de ese flaco increíble, el Héctor Lavoe, escucharlo para cauterizar el alma. Había que preparar los zapatos macarios para el próximo viernes. Y otra vez Soledad. Hola Soledad de Rolando La Serie. Y buenas noches Soledad. Y mozo, “sírvame en la copa rota y que quiero sangrar gota a gota el veneno de su amor”. En Los Mundialistas uno se hizo de fierro, por lo de la chaveta y el revólver. Y la bronca nos tatuó como las congas de Ray Barretto, el indestructible.
Pero una noche la saqué a la pista, no de la calle sino del baile. Fue un descubrimiento, una revelación. Era divina del busto para abajo. Cuando danzaba, su cintura -el resorte de la lujuria- evolucionaba como yo me engolosinaba. Su talle, sus caderas, el correcto equilibrio de la belleza salvaje. Aquella pelvis al ritmo libidinoso de "Préndeme fuego si quieres que te olvide". Y las piernas suicidadas en sus zapatos de taco aguja y sin talón, y sus medias con raya atrás, dos bastiones bajo el pórtico de las delicias. Soledad acompañada. Soledad para el oscuro mensaje de la sangre. Entonces, susurré en su oído: “¿Sabes preparar arroz zambito?”. “Sí -dijo ella como una madre de pecho- y muchas, y muchas cosas más”, agregó gregaria para el resto, y esa noche sola para mí, solita.




“Que si esto es escandaloso, es más vergonzoso no saber amar”, dice otro bolero, pero esa es harina de otra rockola. Lo cierto es que en Los Mundialistas, vi desfilar las humanidades más increíbles y maravillosas de esta ciudad. No está más Los Mundialistas, el toque de queda de los militares lo acabó reduciendo a un remalazo de melancolía. Era difícil seguirle el ritmo porque era auténtico. Y hablo de Los Mundialistas virginal, el macho, el del negro "Tomate" y el cholo "Caminito de Huancayo", antes que lo invadieran los "progres", aquellos intelectuales que una noche salieron corriendo porque Herculano Soto sacó la pistola e hizo tiro al blanco con un negro. Los boleros, ladies and gentleman, pueden ser éticos, morales o filosóficos. Los boleros los puede interpretar el moral Moré o el Grupo Niche para que la goce el propio Nietzsché. La vive este servidor para que nadie le quite lo bailao.




martes, junio 05, 2007

EL BESO ENAMORADO. Ensayos sobre el bolero. Vorágine del amor vertical





CONVERSACIÓN EN TIEMPO DE ROMERO





La música tiene de tempestades y corriente subterreas. Tiene de himnos y de alientos poéticos. La música tiene de voces y de memorias. Y todo aquello porque habita el la zona liminar de los seres racionales, esa donde habita la ternura y el deseo. La música de boleros es apologética de la utopía del amor convulso -el único-- y del cariño sereno. Tiene de venganza y de resurrección. Por eso Bárbara Romero cuando canta inventa un espacio donde la calma se hace rito y la lascivia se convierte en mito. Aquel símbolo de los amantes consagrados, de los oyentes enamorados y de los ilusos atrapados en la borrasca del romance más fiero. Este es un homenaje a un disco esperado de Bárbara Romero: Hoy me entero que te vas [Realismo Visceral]. Es decir, para oir con la razón y con las víceras.



Escribe Eloy Jáuregui



Devuélveme el rosario de mi madre / y quédate con todo lo demás / lo tuyo de lo envío cualquier tarde / no quiero que veas nunca más. Así canta Bárbara Romero este viejo vals ahora convertido en bolero son. Ella radica hoy en Los Ángeles Estados Unidos. Se Fue hace un par de años y ahora graba y tiene el triunfo descontado. Romero es heredera de un estilo de boleristas peruanas que viene de Lina Panchano, Linda Lorens, Vicky Jiménez, los Hermanos Castro y por cierto Tania Libertad.
Entonces está demostrado que el género no sólo es para hombres melancólicos atacados por el mal de amores. Al contrario, y aunque muchos digan que el bolero no tiene sexo, yo afirmo que es música sexual para emulsionar los oídos del espíritu. Por eso Bárbara Romero decora sensualidad y en cada interpretación impones su estilo romántico, su fraseo franco de verdades rotundas, su poética de tesitura agradable y su elegancia en el contenido de los temas.










Barbara Romero en Concierto



Igual que con la peruana Tania Libertad, Bárbara Romero (óiganla interpretar Envidia, aquel maravilloso bolero que cantaba Vicentico Valdés) cantan como las Diosas del Olimpo (jamás Cárdenas ni mucho menos Alci Acosta, acepto un Lucho Barrios), bronceada por el cobre de los sueños. Tania como Bárbara Romero cantan Me recordarás, inmenso tema del maestro Frank Domínguez y uno sólo puede soñar que un ángel desnuda esa voz de mujer amada, toma el cuerpo del talle y la inflama. Uno oye un relámpago bellísimo anclado a sus alas. Es apenas un himno estruendoso aquel que desnuda el cuerpo. Bárbara así, recompone ese mirar para adentro, habla de que aprendió de la Guillot, de Celia Cruz, de Celeste Mendoza y cómo no, de La Lupe.














El bolero es un himno de afiebrado compás. Cualquiera no lo canta por eso. Hay literatura y estudios. Por ejemplo. Para los críticos literarios, el momento de la consolidación de la narrativa hispana en los Estados Unidos llegó con la entrega del premio Pulitzer a la novela Los reyes del mambo tocan canciones de amor, de Óscar Hijuelos. El libro –que se hizo conocido por la adaptación cinematográfica, que interpretaron Armand Assante y Antonio Banderas-- cuenta las andanzas de los hermanos Castillo, dos músicos cubanos que trabajaban en una fábrica-factoría durante el día y reventaban las salas de baile por la noche. Hijuelos da una acertada visión del mítico Nueva York de los 50 y los 60, los años del boom de la música latina y la dura vida de los inmigrantes latinoamericanos. Pero aquellas existencias sólo son grandiosas cuando estos rumberos del Caribe se ponen a cantar sonatas de amor.Ella canta boleros. Ella debería llamarse Bárbara Bolero y no Romero pero tiene estirpe artística por el apellido. Bárbara Romero presentó ayer su disco de boleros Hoy me entero que te vas (Realismo Visceral). De que otra forma se canta boleros sino con las vísceras. Con ello nos devuelve la vida. Esa que se inflama con las pasiones sonoras. Magistral es su interpretación de Ay cariño de Federico Baena: ¡Ay cariño¡ / si vieras como estoy desesperado por tu ausencia;/ soñando a cada instante con la luz de tu presencia, /llamándote en las noche y llorando como un niño.




Amor mortal por inmortal es el suyo. De mujer, qué ocurrencia. De un género que por añoso es joven. Bárbara así, no hace más que consolidar la canción de la pasión desnuda. Por eso, ante tanta congresista Canchaya y tanto bodrio de Magaly Medina –que por que tiene audiencia cree que es buena periodistas y sólo es la vergüenza de la profesión—Bárbara les enseña a ser una dama de quilates. Que de eso se trata y más hora que viene el Día de la Madre, con mayúsculas. Porque la mía está viva y canta que es una alondra.
Bárbara dice que ha querido recoger en su disco el espíritu de la canción popular y “cortavenas”, el desgarro y lo visceral de canciones directas y hasta impúdicas y muchas veces vistas con desdén. “Quise optar por el bolero de la bohemia, desafiante, transgresor y desgarrado. Me gusta por ese filo y esa naturalidad que está faltando a mucha de la música actual. Por su pasión exacerbada, este bolero es como una película de Almodóvar, o como Rosario Tijeras. Creo lo mismo que el personaje de la novela El beso de la mujer araña: “Los boleros dicen un montón de verdades”. No les dije.En mi libro Usted es la culpable. Norma 2004, escribí: “Bárbara Romero canta boleros sólo para aquéllos que andan ebrios por los líquidos de los amores profanos o propanos”. Me faltó agregar que canta para que se invente otra vez el fuego de amor total, aquel que nos quema dulcemente el alma. Mi maestro Luís Delgado Aparicio ha dicho: “Bárbara produce un esplendor onírico, que con descargas de alabastros evocan el resplandor de la pasión, adornados por las flores del tulipán, que como el bolero, crecen de noche”. Toma mientras: no pudo ser más exacto.