martes, mayo 30, 2006

LOS PERUANOS PESAN 1 : GARCILASO DE LA VEGA


LA SANGRE Y RAZA DEL INCA





Su estirpe era ilustre de los dos lados, pues el capitán estaba emparentado con el Marqués de Santillana, con don Jorge Manrique y con el poeta toledano Garcilaso de la Vega, el "claro caballero de rocío" de Miguel Hernández. Isabel era nieta de Túpac Yupanqui, sobrina de Hicayna Cápac y prima de los últimos incas, los hermanos rivales Huáscar y Atahualpa.



Comenta el maestro mexicano Hugo Gutiérrez Vega la urgencia de dar a conocer más ampliamente la vida y la obra del Inca Garcilaso de la Vega, maestro del Renacimiento americano [la indiscutible maestra del Barroco es la mexicana Sor Juana] y a sus ilustres comentaristas: Porras, Barrenechea, Miró Quesada, José Durand y, de manera muy especial, a la crítica literaria puertorriqueña, Mercedes López-Baralt, que ha dedicado una buena parte de su vida al estudio a la obra del primer mestizo peruano, a José María Arguedas y a Luis Palés Matos y la rica literatura de Puerto Rico que "el gran Gautier llamó la perla de los mares" [gracias a Don Rafael Hernández, cantor de la Isla Preciosa].

«Existen tres obras fundamentales del Inca, Comentarios reales, Historia general del Perú (segunda parte de Los comentarios) y La Florida del Inca. En las dos primeras la obra y la biografía se unen. La tercera es un prodigio de pura imaginación, uno de esos sueños utópicos que motivaron las grandes proezas [recuerde el lector a la Doña Proeza de El zapato de raso, de Paul Claudel] de los conquistadores que, sin la menor duda, usaron más la espada que la cruz, diga lo que diga su retórica justificatoria.»

Nació el Inca en el Cusco, capital del Incario hasta el comienzo de las inacabables riñas entre Pizarros y Almagros. Se llamaba Gómez Suárez de Figueroa, pero se le impuso el nombre de sus tíos paternos. Hijo del capitán español Garcilaso de la Vega y de la ñusta o princesa incaica, Isabel Chimpu Oclo, su estirpe era ilustre de los dos lados, pues el capitán estaba emparentado con el Marqués de Santillana, con don Jorge Manrique y con el poeta toledano Garcilaso de la Vega, el "claro caballero de rocío" de Miguel Hernández. Isabel era nieta de Túpac Yupanqui, sobrina de Hicayna Cápac y prima de los últimos incas, los hermanos rivales Huáscar y Atahualpa.

El quechua fue la primera lengua del Inca, y en su hogar cusqueño escuchó los comentarios familiares sobre la grandeza ida del Incario y vivió de acuerdo con los usos y costumbres de los incas. Por eso, ya adulto, se dio a sí mismo, con orgullo y respeto, el nombre de Inca. El capitán su padre le puso un ayo, Juan de Alcabaza, para que le enseñara el español y se acercó al latín de la mano del erudito canónigo Juan de Cuellar.

Tenía once años cuando sufrió una gran humillación pues, como nos lo recuerda Mercedes López-Baralt, el capitán
abandonó a la ñusta para casarse con una aristócrata española (cualquier parecido con Cortés, La Malinche y la Marcaida es totalmente exacto). El fogoso capitán casó a la ñusta con un modesto mercader, Juan del Pedroche, y se dedicó de lleno a la complicada y retorcida política virreynal. Así su vida transcurrió entre los conflictos protagonizados por los pizarristas y los almagristas, por los partidarios de una especie de autonomía que mucho les favorecía y los fieles a la corona española. El Inca, escribano en la casa paterna, vivió todas esas calamidades y se encerró en sus libros y en sus latines. En 1541 supo que Francisco Pizarro, gobernador y capitán general del Reino de la Nueva Castilla, había sido asesinado en su palacio de gobierno.

LOS SONIDOS Y LAS FURIAS

La historia del virreynato del Perú [o Nueva Castilla] está llena de "sonido y de furia". Pizarristas, almagristas y enviados de la corona vivieron en constante lucha: Francisco Pizarro fue asesinado en su casa de gobierno en Lima, Almagro el mozo fue degollado en Cuzco. El capitán Garcilaso de la Vega, padre de nuestro Inca, participó en todas las contiendas, fue nombrado teniente y capitán general de CuSco, Arequipa y Charcas y, más tarde, cayó en desgracia por los constantes vaivenes de su actitud política. Enemigo de la abolición del llamado "servicio personal de los indios" [léase esclavitud], se unió a Gonzalo Pizarro y luchó contra los emisarios de la corona. En una de las batallas, el capitán prestó su caballo a Gonzalo para facilitar su huida. Esta anécdota, aparentemente sin relevancia, quedó como una mancha indeleble en su historia militar y política. Lo persiguió toda su vida y siguió como una maldición sobre los hombros de su hijo.

Esto explica la escritura de la segunda parte de los Comentarios reales que apareció con el nombre de Historia general del Perú. En este magnífico texto, el Inca intenta reivindicar la memoria de su padre y, simultáneamente, defender sus derechos nobiliarios y pedir la entrega del legado familiar que el gobierno retenía con el peregrino argumento de que el capitán había sido traidor a la corona.

En 1559 muere el capitán. El Inca recibió 4 mil ducados para que pudiera continuar sus estudios en España. En 1560 llega a la península y se instala en la casa familiar de Montilla. Se fue a Madrid en 1561 y dedicó gran parte de su tiempo a los trámites ante el Consejo de Indias que se negaba a reconocer sus derechos. El infantil y burocrático argumento del Consejo era la traición a la corona consistente en la entrega del caballo "Salinillas" (¡vaya innombrable nombrecito!) a Gonzalo Pizarro para facilitar su escapatoria en la batalla de Huarina.

No olvidemos que el gobierno, con tal de no pagar, ["cuando cobre el pagaré que gusto te voy a dar, mujer", decía la canción de los tiempos carranclanes] es capaz de exigir los más estrambóticos requisitos. El curioso acontecimiento fue documentado por López de Gómara, Agustín de Zárate y Diego Fernández de Palentino. Estos testimonios apuntalaban el fallo del laberíntico Consejo de Indias. Decía el Inca que las sombras arrojadas contra su padre le habían quitado el comer. En 1563 renunció al nombre de Gómez Suárez de Figueroa y adoptó el de su padre, Garcilaso de la Vega, al cual agregó, con legítimo orgullo, la mención al pasado inca de su madre, la ñusta imperial. Estas circunstancias se reflejaron en su obra. Con toda razón, Pupo-Walker habla de la nostalgia que invade los Comentarios reales y del "brio argumentativo" que caracteriza a la Historia general del Perú.

El Inca vive en soledad y pobreza los siguientes años y lograr unir los dos aspectos de la personalidad de su antepasado poeta, las armas y las letras, pues sienta plaza de soldado y participa en la guerra de Las Alpujarras, absurda contienda en contra de los moriscos, llena de racismo y de injusticia. Los moriscos lo único que pedían era que se les permitiera hablar en su lengua, conocida por los racistas del centralismo castellano como "algarabía" (¡vaya costumbre de los castellanos la de prohibir el habla de las distintas lenguas de la península!). Como el poeta, su antepasado y modelo, el Inca intentó ajustarse a las reglas del "cortesano" Baldassare Castiglione y, al terminar la guerra, recibió cuatro "conductas de capitán", dos del enorme burócrata que fue Felipe II y las otras dos de don Juan de Austria. Estas prebendas aliviaron sus problemas económicos y pudo regresar a Montilla para dedicarse al estudio del italiano, al perfeccionamiento del latín y a la crianza de caballos. Siguió leyendo y escribiendo infatigablemente. Ya para entonces se le conocía por el nombre del Inca Garcilaso. Así firmaba sus cartas y documentos y así enfrentaba al racismo peninsular tan cargado de prejuicios y de inequidades.


LEER MÁS: jornadasem@jornada.com.mx




No hay comentarios.: