martes, julio 03, 2007

CANTOS PROFANOS: LOS ÁNGELES NEGROS


Los nuevos Angeles Negros en México


ESTA NOCHE LA PASO CONTIGO
[Crónica]

Escribe ELOY JÁUREGUI


No conocí a Los Ángeles Negros. Ellos me encontraron una tarde de septiembre de 1971 extraviado de ociosidad en los jardines que rodeaban El Palmero, un restaurante show que era propiedad de Guillermo Stambury y que se ubicaba en el centro comercial de la Residencial San Felipe.


Ese vez, el técnico de sonidos del quinteto chileno, intentaba colocar los equipos por la puerta de artistas del local. Me miró. Lo miré. Me dijo: “Oye cabro chico, no quieres ganarte unos pesos si me ayudas”. No me negué. Cuando terminamos de instalar amplificadores, guitarras, batería y micros en el escenario, me contó que acababan de llegar a Lima y que esa noche debutaban en El Palmero y haber si yo tenía tiempo para que sea su asistente. Por supuesto que acepté. Eso sí, tenía que lucir un terno oscuro.

Mi hermano tenía uno azul marino. Me puse una corbata y le dije a mi madre esa noche: “No me esperes que esta vez vengo de artista”. Tenía 15 años y nunca me imaginé estar en el mismo nervio del tráfago de las estrellas musicales de aquellos tiempos. Esos 45 días que pasé con ellos, actuando aquí y allá, viajando a Arequipa, Cusco, Trujillo, Chiclayo y Huancayo, sirvió para entender ese universo de los artistas. Ellos estaban más asustados que yo. Los Ángeles Negros era un grupo chileno de provincia, y la histeria que provocaban en las chicas los aterrorizaba. Germain de La Fuente, el cantante, era un tipo formidable. Como lucía ciertas maneras, la gente decía que era homosexual. Yo que viví junto a ellos en un departamento que el empresario Guillermo Stambury les puso en las esquinas de Roma y Barcelona, en San Isidro, digo que lo envidiaba. Desde la sala observé a cientos de mujeres desfilar a su dormitorio y no precisamente para oírlo cantar,


El fundador, Germain de la Fuente
La historia de Los Ángeles Negros comienza en la provincia de San Carlos, en Chile. Ese 1968, cinco estudiantes deciden iniciar una aventura que trascendió a toda América Latina. Un grupo musical que con su estilo interpretativo uniera corazones en todo el mundo de habla hispana. La oportunidad de demostrar su talento artístico surge a raíz de un concurso efectuado en la provincia de Chillán. Ellos fueron los ganadores y el premio fue grabar su primer material disco titulado ¿Por qué te quiero?, cuyo sencillez del mismo nombre traspasó las fronteras musicales y logró colocarse en un gran éxito en poco tiempo.

De ahí que las giras y presentaciones no se hicieron esperar, y para 1969 surge el primer contrato para traer su música romántica al Perú, donde el éxito fue tal que prolongaron su estadía de 15 días a mes y medio porque el público no los quería dejar. Viajaron luego a Argentina, Bolivia, Paraguay y Ecuador, siendo los número uno en cada uno de estos lugares, abarrotando plazas y llevando el romanticismo a todo Centro y Sudamérica. Luego, dominaron el mercado de Venezuela, Colombia, República Dominicana, Puerto Rico, Estados Unidos, Canadá y por último a México, donde se afincaron desde 1982.




El nombre de "Los Ángeles Negros" surge a raíz de una leyenda en donde se dice que en una noche de tormenta cayó un rayo en un gran árbol que estaba en el centro de la plaza principal, y que al quemarlo le dejó una forma, que las primeras personas que lo vieron le llamaron el ángel negro, según cuenta Mario Gutiérrez, director, fundador y actual guitarrista del grupo. Los otros integrantes, siguieron distintos caminos. Germain de la Fuente radica hoy en EE.UU. el tecladista Jorge González vive en Santiago, los guitarristas Luís Ortiz y Mario Gutiérrez se afincaron para siempre en México sin dejar la música.
Sus éxitos principales son: Y volveré, Murió la flor, Debut y despedida,
Déjenme si estoy llorando, Mi niña, A tu recuerdo, A la mujer que tanto amé,
Si las flores pudieran hablar, Despacito A ti y Vete en silencio, entre otros. Los Ángeles Negros, un conjunto músico vocal que en su tiempo fue pionero de un movimiento artístico que muchos siguieron a través de décadas y que en la actualidad muchos han continuado. Ese estilo único que sólo ellos han sabido conservar, pese a los cambios que ha sufrido el grupo en los 33 años de trayectoria musical.




Los Iracundos versus Los Ángeles Negros

En la segunda oportunidad que llegó al Perú el quintero chileno Los Ángeles Negros en 1971 coincidió en Lima con el sexteto uruguayo Los Iracundos. Ya lo he señalado en anteriores capítulos que trabajé con mis 17 años y un traje prestado de mi hermano, como asistente todo terreno del grupo que lideraba Germain de la Fuente y que recorrí desde centros nocturnos, restaurantes, show callejeros y espectáculos en los cines de los barrios de Lima y, que hicimos varias giras a provincias. Ellos recién se hacía de fama y yo junto a ellos conocí el rigor que necesita un artista profesional cuando quiere llegar y llegar bien. Los chilenos eran de la provincia de San Carlos, estaban asustados con su primera gira pero jamás se salieron de aquello que figuraba en el contrato y eran sumamente puntales y reponsable .


Esa vez, los empresarios no pudieron tener mejor idea que organizar un “Duelo musical” nada menos que en la Plaza de Acho entre las dos agrupaciones y el éxito ya estaba descontado. Un miércoles nos avisaron que el duelo estaba pactado y que intentaban armar dos escenarios para que cada grupo intercale sus canciones y sea el público quien decida al ganador. No se pusieron de acuerdo y quedaron finalmente en presentaciones por separado. Primero actuarían Los Ángeles Negros y luego subirían a la tarima Los Iracundos. Desde ese día la promoción en las radios era constante y tuve que conseguir 40 entradas para mis compañero de promoción del colegio que ese año culminábamos la secundaria.


Ese sábado de septiembre terminamos de almorzar en el Hotel Maury del Centro de Lima donde dicen que se inventó el famoso cóctel Pisco Sour, y había como una atmósfera de tensión. Yo les contaba que Acho era una plaza de toros, que el escenario lo habían colocado en medio del albero y que sólo habían habilitado una puerta para llegar hasta ahí, la puerta de cuadrillas. Cierto, antes había estado en el escenario instando los equipos y en medio del redondel esa mañana, me sentí el mismo Manolete lanceando unos estatuarios en los medios. La peor estaba por venir. Nadie imaginó que en unas horas no íbamos a ser embestidos por un toro Miura sino por una turba enardecida.




Muerte en la tarde

A las 4 de la tarde llegamos en dos camionetas hasta el mismo centro del redondel. Al principio no se notaba nada que no estuviese en su lugar pero al estar habilitadas unas sillas que rodeaban el tabladillo central, el público estaba tan cerca que sin valla de protección, de un pequeño salto ya estaba en el escenario. Con la primera canción, Murió la flor, la gente reaccionó de manera calurosa pero cuando estaban interpretando Y volveré, ahí sí que se armó. La histeria se apoderó del Coso. Las muchachitas, las chiquillas, las niñas, en una historia inenarrable, se lanzaron a tomar el escenario custodiado apenas por cinco policías. Por instantes se las contuvo mientas el animador pedía que paren la canción para llamar al orden. Luego volverían a la carga.



El viejo Germain de la Fuente

Yo estaba con ellos en el tabladillo y nos rodeaba un mar humano que había ingresado a un trance casi diabólico. Ya no se podía seguir. En un momento los conductores de las camionetas, que casi atropellando a la turba, se pegaron al tabladillo para rescatarnos y yo confundido como músico chileno sufrí las consecuencias con todos. Jalado de las ropas, besado hasta el hartazgo, manoseado hasta el delirio, pude alcanzar ver las camionetas y a punta de codazos y patadas los hice tomar de las manos a los cinco y jalarlos hasta los vehículos. Al fin pudimos bajar y subirnos todos a una de las camionetas pero el público rompió las lunas y se querían meter por las ventanas. Atinado el conductor no hizo caso a un espontáneo que también había subido con nosotros y que gritaba. “arranca, arranca”. El hombre condujo despacio, al contrario y a nosotros nos pareció los momentos más largos de nuestras vidas hasta que llegamos a la avenida Abancay y nos pusimos a salvo.

Cierto que estábamos vivos pero bien magullados. Yo tenía cortes en las manos por los vidrios de las ventanas, me chorreaba sangre por la frente y me dolía la espalda. Los Ángeles Negros no terminaron espectáculo, casi son linchados y fueron a dar a la clínica Miro Quesada, decían los diarios al día siguiente. El gusto fue que mientras nos atendían, nos moríamos de risa contando las experiencias de cada uno. Germain estaba irreconocible, tenía el pantalón en trizas, igual la camisa y el dolor de cabeza lo mataba porque habían querido quedarse con un mechón de su cabello. Así, quejándose en una camilla no paraba de reírse recordando la hazaña de haber podido salir vivos. Nadie dice que ese duelo lo ganaron Los Ángeles Negros, yo aseguro que con Los Iracundos no hubo problema y tocaron hasta el final porque llegó un escuadrón de la policía de asalto de refuerzo y porque las fans ya habían tenido su orgasmo con nosotros.


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LA SAETA SE VA DE TRAGOS

Escribe Eloy Jáuregui

Breve recorrido por tres bares emblemáticos del Surquillo de los años cincuenta. El Tobara, el César y Don Julio. Todos, templos de la bohemia y los diálogos tiernos del viejo barrio amoroso y entrañable. Hoy ya no existen más pero su memoria es recordada en esta crónica sumergida en los licores de la nostalgia.


Para Néstor, mi padre allá en el cielo.




1. EL CATASTRO DE LA AMISTAD. Al mozo de noche lo llamábamos Lando Buzanca. Era de fibra a mariposa, tenía un gancho mortal al hígado y cantaba como Raphael. En el bar Tobara de la esquina de Angamos con República de Panamá, apenas anochecía, lo invadían una fauna feroz y babélica. El lumpenaje rancio, presidarios de vacaciones, rameras redimidas, homosexuales en ejercicio, profesores de ciencias cuánticas, vecinos boquiabiertos, poetas desahuciados por las musas y alcohólicos abandonados por la fe. Lando Buzanca nos conocía a todos y para cada cual tenía un lenguaje.


El Tobara era el antro de las transfiguraciones. El rito vicario de los desalmados. La costra de templarios del barrio con prosapia y sin ley. Ahí, aprendí filosofía, dados, timba y la poesía cruel, de no pensar más en mí, parafraseando a E. S. Discépolo. Los Tojara –que ese era el apellido original de los dueños de origen okinawuense—, tuvieron en el viejo Jiro al líder y factótum de esa isla generosamente proterva en medio de las brumas de una bohemia con la alcurnia del pobre. Alguien equivocó el apellido al hacer el rótulo sobre la gran puerta del bar-restaurante de la esquina y así quedó enclavado en el imaginario, la huasamandrapa y en ese océano lujurioso del distrito popular. Los acólitos que llegamos de púberes, sabíamos de sus 16 mesas y su gran barra alucinada con trasfondo de licores de baja estofa y uno que otro trago decente.


En el mostrador, de fuentes humeantes de la cocina criolla y nikkei, de saltados y calamares, de tallarines y cau cau, de mondonguitos y escabeches, dejé las huellas de mis codos y mi cabeceo enamorado de la noche, los amores perdidos por flojo corazón y los amigos de venas trenzada y la conversa del verso cómplice que hace del bar, la institución psicoanalítica antes de Freud. Cierto, el Tobara se fue convirtiendo en capilla y catequesis, en aula alternativa y universidad de la propia vida. Aquel fue su atractivo y su pudor. Su exclusivo clientelaje sabía bien que ahí se iba a encontrar a sus congéneres, a esos seres que vivían preocupados por el origen de las cosas, por la explicación de los fenómenos totales y por el fondo y la forma estética con qué explicar que la vida existe de otra manera y no como dice Baldor.


Así, se tejían los diálogos profusos y cotidianos, triviales o trascendentes, triunfales o dramáticos, amargos o hedonistas. Y en cualquier momento hacía su ingreso un choro plantado como un gran maestro o un irreverente poeta chavetero, un profundo filósofo nihilista o un cultivado periodista sin trabajo, un anecdótico pintor de brocha gorda o un fulgurante caficho, todos reunidos en ese bar surquillano que el tiempo convirtiera en aula magna o antro solemne. En medio de ese cambalache nocturno, la familia Tojara, luego de don Jiro, con doña Mechita o Julito y sus hermanos mayores, protagonizaron una función normativa y pedagógica. Se los respetaba como ellos respetaban el resplandor de las ideas que en esas mesas del Tobara adquiría categoría de fe teológica.


Las cervezas nunca faltaban entre las frases de los parroquianos, así falte plata o lógica de buenas costumbres. No obstante, yo jamás participe en bronca alguna, Nunca vi un chavetazo, mucho menos un botellazo. Todo era ternura, todo corazón. Luego, al Tobara llevé a mis hermanos más de sangre que sangrientos. A los tíos que se morían en mis brazos, a mis primos que habitaban en el rinconcito de los cariños, a mis enamoradas nocturnas y hasta a mis hijos luego de salir del Nido para que por las mañanas se comiesen decenas de gelatinas, pasteles o cebiches, que existía en la función matinal.


Por la tarde conversaba con los jubilados y a las seis de la tarde me asfixiaba de miedo escénico porque en ese ojal de la vida que se vuelve noche cantaba boleros desafiando como loco con el perdón de la casa. Fui condecorado una noche de esas como “Huésped ilustre” y ahora que observo el viejo edificio donde un domingo vimos pasar al autentico Señor de los Milagros.

Ahora que el Tobara ya no existe más y se ha convertido en una farmacia, ingreso a pedir un hepatoprotector en la misma barra donde hace un tiempo exigía un navajazo de ron. Mi hígado antes que mi corazón es testigo de mi amor. Por eso recuerdo esta esquina como el iceberg de mis cariños más profundamente entrañables y, mientras escribo estas líneas, unas lágrimas ruedan de mis mejillas y humedecen el mantel donde muestro el mejor de mis cariños.





2. EN LA VENAS DEL RITMO. A César Paulino López lo conocí por su esposa. Una dama surquillana que había obligado adecentar la pocilga-bar con rockola entre los jirones Dante con Carmen y que antes López y unos manilargos musicales habían bautizado como “Puerto Rico Chico”. Así, fue mi catecismo rumbero en Surquillo. Bar con rockola, con discos clásicos de la Sonora Matancera, con pinturas de Héctor Lovoe y Daniel Santos en sus paredes, era el cielo junto al infernal sonido de mí latir rumbero.





A César llegaban los varones más fieros de la comarca. Cada cual cargando sus penas y sus condenas, sus dulces odios y sus amores cortados. Las cicatrices se embellecían apenas se acercaban a la máquina de la música. No he visto seres humanos más salvajes que esos que escuchaban los boleros de Orlando Contreras con los ojos encendidos en cóleras, ni las rumbas de Celio Gonzáles con la ira sonora de sus explosivos gestos del cadalso perpetuo. Donde César aprendí que aparte de Dios, la música le brindaba a uno las vías para llegar al cielo de tambores. Por eso llegaba a las once de la mañana.


César sabía que venía de la universidad. Me servía una cerveza y ponía en su máquina el E-15, era el disco de Lavoe, “Ausencia”, para olvidarme de esa perdida. Mujer que me amaba a mí y a cinco igual que yo. Entonces podía preguntarle por qué de ese estilo esquinero de bar para la canalla del “barrunto”. Él argumentaba que era también por esa mezcla de respeto al barrio y a la mujer como elemento combustible divinamente adivinado en un diván.


Yo me iba antes que caiga la noche. Luego, la esquina era el mismo averno con la gente más prestigiosa del hampa nativa y proactiva. César entonces se convertía en mariscal de campo. Cierta vez llegué nocturneando. César tenía otra voz y maneja un revólver para tener en raya a los guapos que gracias a la música de Eddie Palmieri y Ray Barretto se había convertido más que en alcohólicos, en sus acólitos. El escogía los temas, ellos la cerveza y el cachito: “Callao cinco rayas en una volteando un dado”. Vaya maña. César me miró. Dijo que me vaya. Me regaló una sonrisa matinal y por eso estoy vivo. Luego me contaron que se suicido. No creí aunque siempre supe que dormía con la muerte y que sólo con la música había evitado ser hace tiempo un cadáver guarachero. Por esto y aquello lo extraño.



3. TOTO TERRY TOMABA DESAYUNO. Su viejo e inmenso automóvil Studbacker se posaba a la 9 de la mañana todos los días. Toto Terry bajaba confiado como frente al arquero de Brasil, se acercaba al mostrador y pedía lo de siempre. En donde Don Julio, en la esquina de Huáscar y Leoncio Prado, “lo de siempre”, era un desayuno en base a un caporal de pisco acholado y una cajetilla de cigarros negros. El gringo entonces agarraba un tono colorado después del primer “socotroco” y comenzaba a mirar en colores lo que el resto miraba en blanco y negro. Don Julio era un viejo japonés que había convertido su esquina en un enclave de la devoción.




Era bodega al principio pero él la embelleció con su trastienda. La trastienda es un viejo recurso limeño que en surquillano significaba tomar un trago para confesarse. Tres mesas y una barra caleta. Ahí descubrí el coñac Tres Estrellas, famoso por sus efectos del delirio absoluto, sobre todo cuando lo mezclaba con Pasteurina y el jugo de una naranja. Había un trago llamado “Torito” que lo hacía a uno embestir a cualquier cosa que se moviese y otra, más jodido, bautizado como “Tarántula”, uno bebía de ese brebaje y literalmente se trepaba por las paredes. Pero Julio con toda la familia era experto en pescados. De su impronta le salió un caldo de pescado llamado en otros pagos como “Chilcano” y que parecía cola de carpintero, que se servía en tasitas y con decorado de florería marina. También preparaba un cebiche que lo alistaba en la barra de la derecha y delante de los comensales que babeábamos mientras cortaba los limones, las cebollas y lo servía jugoso en platos cuadrados que nos ponía los ojos redondos como el universo de los sabores más rijosos del firmamento. Una mañana, mientras me observaba con ese tic que tienen los guapos de dedo meñique frente a una cerveza se derrumbó. Hoy que mora en el cielo de las bodegas le agradezco su sazón y sus zumos aristotélicos de mi fortuna de surquillano.




4. CODA. Nombro en esta crónica a tres esquinas entrañables para los habitantes de Surquillo. Me olvido de otras, no por no quererlas, sino porque ese trío me hizo ser como soy. Un amante del respeto y un jijuna del cariño. Diré así que uno sólo es uno cuando abre la puerta del bar, se mira con sus congéneres, menta la madre al destino y se mete entre pecho y espalda aquel elíxir que a unos los manda al infierno y a otros, como este cronista, nos obliga a decir que los extraño mucho. Yo no era así, el mar y el bar me cambió. Y para bien.



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LA REDONDEZ DIVINA [*]


[Columnas publicadas en diario TROME]

COPA AMÉRICA
Escribe : Eloy Jáuregui




POR LOS CHICOS

Llegó Zelada ebrio de rencor patriótico a lo de La Paisana en Libertad de Magdalena. Cállese, le advertí, sino no le invito su Encebichado, plato emblemático de la casa. Quiero Cabrito con frijoles, dijo ya más sereno pero advirtió que Claudio Pizarro es un fantasma y que Pedro García un perfecto huevas. No respire por le hueco, le dije. Y le expliqué que Perú perdió con Venezuela sólo por temperamento, jugamos mal y eso está en las posibilidades. Si no te cobran un penal, si te sacan la roja, si te pegan toda la noche, no te caigas. Saca raza, capachos, ponle lama vida y corazón.
Ahí fue que me preguntó Zelada, por qué este equipo de Uribe no podía perder. Le tuve que refregar que esa es parte de nuestra estirpe. Ganarle a un grande y perder con los chico. ¿Los chicos? me gritó preguntando e insistió ¿Cuál chicos? Cierto le respondí, nosotros somos chicos. Pero aclaré, somos chicos en mente y en alma. Por eso no afrontamos con cojones los retos de nuestro destino y no nos vemos en ese espejo que es nuestra historia.
Rafo León decía respecto a si éramos ricos o pobres ayer en canal siete, que los peruanos nos sentíamos inquilinos de nuestro riqueza. Zelada dice que no hay peruanos, hay ‘pobres peruanos’. ¿Los futbolistas? Cierto. Por eso la demostración del equipo de Uribe contra Venezuela fue la confirmación que a pesar de tener grandes jugadores, somos un equipo miserable. Esa falta de grandeza viene de antiguo. Con tantas calidades, por qué seguimos siendo futbolistas mendigos. Peo, no se puede jugar.
Vea usted, dijo Zelada, pidiendo media hora de cervezas. Uruguay estaba eliminado y arañando le ganó a Bolivia y casi está clasificado. Sí, es cierto, le respondí. Pero ellos tienen disciplina moral y capacidad para afrontar la adversidad. Zelada dijo que repita. Capacidad para vencer la adversidad, insistí. Mañana cuando juguemos con Bolivia veamos hasta donde llega el propósito de enmienda. Y déjese de rajar del juez Archundia. Déjese de insistir que hay un complot contra Perú. Déjese de ser miserable. Hay un equipo, hay mística, hay sueños. Claudio y García cometen errores, no seamos basuras para imitarlos. Está bien dijo Zelada y pidió media hora más. Hasta mañana.




CÓMO SE PUEDE

Estaba el Panzón Zelada observando el ensayo de ‘Con tetas si hay paraíso’ en ‘La Mueca’ de Miraflores y escuchando a Otiniano quien decía que Maribel Velarde es la nueva ‘Diosa del erotismo nacional’ cuando me preguntó por qué Venezuela era más difícil que Uruguay. Le tuve que explicar que ese no era el asunto. El problema radica en que Perú –según la historia que quiere cambiar Uribe—nunca repite un partido. Le ganamos al grande y perdemos con el chico, añadí.
Le recordé que esa vez de la Copa América de 1991 allá en Chile, fui testigo del drama que vivía el DT Company. Tenía un equipo que parecía un relojito, con el Chemo y Puchungo, pero que a la hora de los loros se quedó sin delanteros porque al tristemente célebre Balán Gonzáles le agarró un ataque de melancolía por culpa de la lluvia santiaguina y se negó a jugar. Con todo, esa vez Perú le ganó 5 a 1 y con baile a Venezuela y esa cicatriz no se la quita nadie.
El fútbol es disciplina, conducta y orden. Parar, pisar y meter un caño es un orgasmo. Pero no siempre se es feliz en la cama o en el verde que para mi es lo mismo. El fútbol es filosofía antes que religión por eso acabo de leer una frase de Albert Einstein: “Hay dos maneras de vivir su vida: una como si nada es un milagro, la otra es como si todo es un milagro". Mañana contra Venezuela, ojala que todo sea un milagro, digo yo.
Richard Páez tiene medio equipo enfermo. Se fregó el zurdo Jorge Rojas, aquel que sube por izquierda. José Manuel Rey, el central, está luxado, Miguel Mea Vitali, su motorcito, anda herido y Juan Arango, el del Mallorca, está triste por cornudo. Además, están obligados a ganar y aunque son rápidos y disciplinados, les falta alma y duende, aquello que nos sobra a nosotros, cierto, de vez en cuando.
Zelada, ya en la calle de las pizzas, afirmaba mientras apuraba un balde de sangría, que los triunfos en el fútbol no son como los trenes. Hoy un cariño mañana una traición, arremetió mirando el más acá. Hay sí le di la razón. La fórmula tiene que variar. Uno menos en la defensa y otro volante ancla. Regresar al 4-3-3. Para eso es la táctica. Para cambiarla según el que está al frente. Con eso los aplastamos. Hasta mañana.










DESPUÉS DUELE


Cierto que hace años no la vemos en el fútbol. Salvo la Sub 17, sin ser injustos, donde clasificamos por dos pelos. Cierto, como dice el mentalista Zelada, al pueblo hay que darle circo y pan, cuando hay. Cierto lo que dijo el martes Pizarro: “Siempre que juega la selección, uno tiene que ilusionarse. Pero sin ser aguafiestas, yo digo que no es para tanto y tampoco para menos. Golear a Uruguay hasta a Vladimiro y a Tongo los ilusiona.
Desde 1983 Perú siempre debutó bien en la Copa. Es decir, nunca nos ganaron. Esta vez fue rotundo y ojala luego no me vengan con lamentos ante el júbilo preorgásmico merecido pero desmedido. En la cebichería El Esturión de frente a la UPC hasta ayer había sarao y relajo. Y dos profesores de mi universidad han fomentado una polémica que es inédita. El maestro Zamalloa dice que para ser campeones solo es suficiente 5 buenos defensas mientras que el profesor Bailón asegura que este equipo no necesita mediocampo.
¡Vaya entuerto! Este columnista sostiene que al contrario, Perú ganó por ser ‘eso’, un señor equipo. Y aunque Bazalar, García y la Foquita, aparentemente eran menos que el cuadrante celeste, supieron jugar con la pelota en el piso, hacer los tiempos, nunca reventarla y respetar el estilo Uribe, que ya lo dije, no será Menotti, pero la conoce. Plantó bien el equipo. Hizo los cambios precisos y el equipo jamás se cayó.
Zelada, que ahora vende máquinas “llame ya”, ha dicho que llegamos a la final. Pobre huevas. Debería escuchar a esa manga se sabelotodos de Fox Sport con Niembro y el Bambino a la cabeza que aseguran que Perú se cae en la segunda ronda. El martes, mismo el panel de argentinos petulantes juraban que los uruguayos nos aplastaban. Luego dijeron que no era que Perú haya jugado bien sino que los charrúas son unos troncos.
Yo lo único que sé que este equipo tiene cojones y experiencia. Que además les han inyectado coraje de alto octanaje. Que es cierto que nos pueden ganar pero que dejarán el pellejo en la cancha. Bolivia, que se nos parece, le “toco” la pelota a Venezuela y los aplastó. Esa es la fórmula para el sábado. Jugar con duende, achicar el equipo, crear sociedades y romperlos de arranque. Hasta mañana.








ESTABA ESCRITO

Ganar con aquello que dije ayer nos dio la razón. Es decir, toque, amague, sorpresa y sobre todo, hartos huevos. Eso hizo que goleáramos a un Uruguay duro, complejo e implacable. Pero aunque al principio el partido estaba para los dos, las salidas del once de Uribe que partían de una defensa sólida nos fue dando fluidez, mecánica y una dinámica para jugar esperando y salir violentos con Pizarro, Paolo y la Foquita.
Y fue mejor la inteligencia de la estratega nacional. Yo no digo que Uribe es mejor que Tavárez, pero anoche la hizo y nos devolvió una alegría que necesitamos hoy más que nunca. Perú no es menos que nadie porque juega y ofrece belleza. Pero además hay que matar a los árbitros y a uno que otro dirigente que permite que dirija un energúmeno
El fútbol lo decía Zelada, es un constructo estético porque articula piezas, estilos, modos, tendencias, velocidad, ingenio, plasticidad. Eso es jugar bien, armar con artefactos de diferente calibre un ‘equipo’ que funcione atacando y defendiéndose. Cualquier otro deporte puede tener las mismas exigencias, pero el fútbol, por ser juego de conjunto, se convierte en metáfora pura, es artificio masivo, en conexiones con lo que no entiende la lógica. Es decir, poesía detrás de una pelota a la que se respeta y a un rival al que no se le tiene miedo.
¿Por qué ganamos 3 a 0? Porque fuimos mejor con ese 3-5-2 que se convertía en un 5-4-1 cuando los celestes nos atacaban. ¡Y vamos que se venían con todo! Y fuimos mejores porque Butrón, El Oso, Rodríguez y Acasiete estuvieron impecables. Amén de Vílchez y Galliquio. No recuerdo faena mejor en defensiva nacional. Para ganar es necesario no fallar y nuestra defensa no falló. ¿Raro no? Pero los goles de Villalta, Mariño y Guerrero hablan de otro espíritu. Ojalá
Yo sé que no estamos para campeones pero un 3 a 0 vale para clasificar y nos deja serenos. Los uruguayos Forlán el “cebolla” Rodríguez y Estoyanoff fueron ‘disueltos’. Y así dice la prensa charrúa. ¿Y usted sabe por qué? Porque con el ritmo que le metió el viejo Bazalar y las ganas de Claudio y Paolo, por eso también les ganamos. Pero sereno moreno. Esto recién empieza. Yo sueño con más. Hasta mañana. Fue un gusto.










FÚTBOL-FIESTA

Estábamos ayer en el “Bananas” de Zarate cuando Pepe Rejas recordó que en el fútbol, con Uruguay, existe un superávit ideológico. Tenía razón el metafísico. Y sin esperar el Caldo de Gallina, advirtió que la cosa venía de 1930, en Montevideo y evocó al “Mago” Valdivieso y la inauguración del estadio Centenario. Yo seguí explicando el ‘shock’ que me produjo el domingo un reportaje sobre Las Diablitas del Sabor y Alma Bella. Nadie me paró pelota porque el grupo estaba alucinando con esta nueva versión de la Copa América que se arranca hoy en Venezuela.
Les di la razón. El fútbol es el alimento del pueblo y los latinoamericanos somos los mejores del planeta. Por eso y aquello, la fiestas no puede estar mejor amenizada que con Perú-Uruguay, esta media tarde en el Estadio Metropolitano de Mérida. En realidad el debate había empezado el viernes en el Queirolo de Lima cuando Verástegui dijo que ganábamos sí o sí y que ya era tiempo de dejarnos de mariconadas. Cierto, en eso de la selección estamos más salados que cantantes chicheros.
Pero con Uruguay a pesar de Agustín Mantilla, nos va bien. Yo recuerdo ese domingo gris en 1965 cuando en el Estadio Nacional por las eliminatorias para Inglaterra, Perú se hizo empatar a uno y los uruguayos nos dejaron fuera. Antes, aunque usted no lo crea, el equipo que manejaba el joven Marcos Calderón, goleo a los venezolanos, que estaban en el mismo grupo, 6 a 3 en Caracas cuando Eloy Campos de agarró a patadas con Rubiños antes de terminar el partido.
Otro momento cumbre fue en el Centenario en 1981. Ahí viví la emoción más intensa que me había producido partido alguno, incluso mejor que cuando lo de Leysi Suárez. Aquella vez que ganamos 2 a 1 al Uruguay de Ruben Paz, De León y Victorino. El mismo Julio César Uribe junto a Cueto, Oblitas y Barbadillo la pusieron contra el piso. Se mandaron cientos de ‘huachas’, la tocaron como con una pluma y los celestes fueron arrasados como hoy, espero que se repita con ese estilo tan de esquina pero con una cuota de lucidez.
El nuestro es fútbol-fiesta, a veces. Sirve para los ojos como pare el corazón. Sólo hay que agregarle huevos y ser conchudos. ¿Acaso en la vida no todos somos así? Hasta mañana.



* (c) Diario TROME. Lima Perú, Julio 2007

martes, junio 26, 2007

MELODÍA Y AGONÍA SOBRE EL RING





Cortázar: el boxeo y el jazz,

dos pasiones de cronopios

Entrevista por Antonio Trilla. Madrid en 1983







Lo encontré de casualidad. Él esperaba a unos amigos sentado tranquilamente en un café, mientras leía el periódico. Sabía de su rechazo a las entrevistas pero me acerqué igual, porque también sabía que el gran cronopio que era, guardaba cuotas parejas de humor, generosidad y "buena leche", como decimos en mi tierra. Y que, como buen gato de jazz, amaba la improvisación. Alcancé a explicarle, algo cortado, que había estado buscándole porque quería hablar con él sobre boxeo y jazz, dos de sus grandes pasiones, cuando dispusiera de quince minutos.


- Ahora mismo -me sorprendió.- ¿Querés un café?

Y ahí estaba, sentado frente al escritor con el que había compartido días, noches y madrugadas, como lector frenético de sus cuentos y novelas; con el hombre al que admiraba por su compromiso con las luchas sociales de América latina, por su valiente respuesta a las dictaduras militares en ese continente, por su amor a la "dulce Nicaragua".
- En España, como tú sabes, el boxeo tiene un marcado rechazo en los ámbitos intelectuales -algo que no comparto desde luego, como buen aficionado al boxeo que soy- salvo quizás algunas importantes excepciones como los directores de cine José Luis Garci o Gonzalo Suarez.


¿Por qué y cómo te interesaste en el boxeo?

- El por qué nunca me lo pregunté... A mí el boxeo me interesó desde muy niño. Sabes que en la Argentina, el boxeo es un deporte muy popular. Cuando yo era niño tuvimos un gran campeón de peso pesado, Luis Angel Firpo, que tuvo una carrera espectacular. Él fue a pelear a los Estados Unidos, y disputó el título mundial de peso pesado con el norteamericano Jack Dempsey, en 1923. Dempsey era un gran campeón y terminó venciendo a Firpo, pero después de que Firpo lo hubiera noqueado y de que el referee y el público ayudaran a Dempsey a levantarse. Técnicamente Firpo había ganado la pelea y Dempsey debió haber sido descalificado. Pero el combate siguió y finalmente, Dempsey le ganó a Firpo. Todo esto está contado en La vuelta al día. Yo tenía en ese momento nueve años y aquello fue como una tragedia nacional, porque en la Argentina se consideró un robo al país aquella pelea. No faltaron los que pedían romper las relaciones diplomáticas con Estados Unidos. Aquella pelea creo que definió mi pasión por el boxeo, porque yo quedé muy impresionado por lo de Firpo y empecé a interesarme por ese deporte que, en esos años, ocupaba mucho espacio en los periódicos. Leía todo lo que se publicaba sobre boxeo y escuchaba por radio las peleas más importantes. Desde luego, que, como vivía en una casa llena de mujeres no había nadie dispuesto a llevarme a ver una pelea.





- "Torito", el boxeador, es un personajee que conecta contigo, que te es profundamente simpático y que, incluso, pareciera que te provoca ternura...

- Sí, era justo Suárez, un boxeador desllumbrante... Cuando yo era adolescente o quizás algo más adelante, la aparición en Argentina de Justo Suárez, el "Torito de Mataderos", fue otra conmoción. Era un boxeador extraordinario... Suárez era brillante, espectacular y de una gran simpatía. Conectaba muy fácil con la gente. Y curiosamente, también terminó perdiendo al final en los Estados Unidos, como esta contado en Torito. Justo Suárez terminó de un modo trágico, abandonado por todos después de la derrota y murió tuberculoso en un hospital de provincia en Córdoba. Para mí, su muerte -que fue una verdadera tragedia del depoorte- fue también un acontecimiento importante. No me perdía una sola pelea suya. Un día, estando yo en París, en la época en que vivía todavía en la ciudad universitaria, recordé todo aquello y de golpe me senté a la máquina. En dos horas escribí el cuento, con datos muy precisos sobre sus combates, porque lo había seguido a lo largo de toda su carrera. Durante dos horas me sentí Justo Suárez y escribí como un boxeador.






- Tú has dicho muchas veces que, en esa época, eras un esteta, un hombre que vivía a espaldas de la realidad de América latina y de la historia. Cuando ibas al estadio, a ver boxeo, ¿también eras un esteta?

- Sí, yo he dicho alguna vez que iba a ver boxeo al Luna Park con un libro bajo el brazo y era así. Era el joven esteta para el que el boxeo también era un espectáculo estético. En esa época yo miraba todo con un criterio exclusivamente estético, y lo veía como un fenómeno estético.

- ¿Sigues siendo todavía un buen aficionnado al "noble deporte de los puños", como se dice en España?

- Sí, desde luego. Sigo al día todo lo qque se relaciona con el boxeo.




- ¿Qué te provoca el boxeo para que te iintereses por un deporte al que critican como violento y cruel?

- Es que yo no lo veo violento y cruel. A mí me parece un enfrentamiento muy honesto, muy noble, como decías ahora. Me interesa el enfrentamiento de dos técnicas, de dos estilos, la habilidad de vencer siendo a veces, más débil. Te diré que casi siempre estuve del lado del más débil en el boxeo y muchas veces los vi vencer y es una maravilla. Por otra parte, lo que sucede es que a mí no me interesan los deportes colectivos. Eso pareciera que va en contra de mi ideología pero creo que no es así. El fútbol, por ejemplo, me es totalmente indiferente. Sé que decir esto, en boca de un argentino, es algo grave... (se ríe), capaz de desatar muchas iras... Pero me es tan indiferente como el rugby o el beisbol. Me gustan los deportes donde se enfrentan dos individuos, como sucede en el tenis o en el boxeo. Son dos destinos que se juegan el uno contra el otro. En el fútbol son once contra once, gana o pierde un equipo. La responsabilidad individual se diluye, todo se diluye; alguien pudo haber jugado muy bien o muy mal pero nunca tiene la plena responsabilidad del triunfo o de la derrota. En el boxeo eso no es posible. Allí un hombre vence a otro. Gana porque es mejor o porque hizo mejor las cosas.

- ¿Qué boxeador te ha provocado esa emoción digamos "estética" que puede dar una especial mezcla de armonía física, técnica, fuerza...?

- Estéticamente es muy hermoso ver enfreentarse a dos grandes boxeadores. Contemplar sobre un ring, verlo moverse a Sugar Ray Robinson, por ejemplo, es una maravilla. Por eso, nunca me gustaron los boxeadores sin talento.

- Con frecuencia utilizas en la literatura elementos del jazz o del boxeo, haces comparaciones...

- Me parece interesante que me preguntes esto. En América latina hay todavía una tendencia romántica a buscar metáforas que respondan a imágenes consideradas "nobles". Yo desde muy joven sentí que debía desacralizar, quitarle a la literatura esa imagen "noble"; siempre pensé que había en la vida cotidiana elementos llenos de belleza, que era necesario incorporarlos a la literatura. Desde el comienzo hay en mis libros referencias del tipo que señalas. Un buen match de box -como decíamos antes- puede ser tan hermoso como la metáfora más "noble".





- Aparte de los que ya mencionaste, ¿qué otros boxeadores has admirado?

- Muchos, sobre todo, los de la época dee oro. Y me gustaba mucho Cassius Clay. Su descaro, sus bravuconadas, ese estilo de desafío permanente. Él decía que era "el más grande" y quizás lo haya sido. Lo que es seguro es que ha sido, sin duda, uno de los más grandes de la historia del boxeo. Y de la Argentina, admiré al "Intocable", Nicolino Locche.

- ¿No te gustaba Carlos Monzón?

- Sí, sí, me gustaba mucho. Era un boxeador cerebral, que usaba la cabeza para pelear. Y era demoledor. De una finura cruel para boxear. La pelea con el italiano Benvenuti es inolvidable. Y también el combate con Boutier, que yo vi por televisión. A propósito, ¿sabes que en los años veinte, Ho Chi Minh era cronista de boxeo en París? En una ocasión, comentando para una revista francesa, un combate entre dos boxeadores norteamericanos, uno negro y otro blanco, él escribió un extraordinario alegato contra el racismo, desde luego sin utilizar ni una sola vez esa palabra... Recordé ahora ese alegato, porque cuando vi la transmisión de la pelea Boutier-Monzón me indignaron los comentarios racistas que hacía el relator.






- Hablando de Monzón, hay otro cuento tuuyo, La noche de Mantequilla, donde también el boxeo está presente...

- Ah, sí, es la historia de la pelea de Carlos Monzón y "Mantequilla" Nápoles en París, una pelea que me dejó un recuerdo muy especial. Así que cuando se me ocurrió la idea del cuento, que es una historia que tiene que ver con la política, la situé en aquella noche en el estadio.

- Si no te molesta, podemos pasar al jazzz, otra de tus pasiones... ¿Sigues tocando la trompeta?

- Cada vez menos. En un tiempo la tocabaa pésimamente, para tortura de mis vecinos, pero ahora estoy constantemente viajando, de un lado a otro, cuando no estoy en Nicaragua, estoy yendo a México o regresando a París... vivo en los aviones. Y la trompeta es un instrumento implacable que exige una preparación de los labios y eso sólo se consigue tocando seguido. Por otra parte, no estoy en las mejores condiciones físicas ahora para tocar la trompeta, pero me divertía mucho cuando podía hacerlo. En realidad, debo confesarte que yo soy un músico frustrado.

- ¿Tocabas algún instrumento de niño?

- Sí, el piano, me obligaron a tocarlo desde los ocho hasta los trece y un día cerré el piano y no quise tocarlo más. Una tía mía, fanática de Bach y de Chopin fue la que hizo de mí un melómano.

- ¿Desde cuándo te interesó el jazz?

- No lo sé exactamente, pero creo que noo tengo casi recuerdos sin jazz. Yo nací en 1914 así que, cuando era chico, asistí al nacimiento de la radio... no había discos de jazz todavía. En esa época se escuchaba en la radio, en Argentina, tangos, música clásica o música popular hasta que un día, -yo tendría diez años- escuché por primera vez un fox trot y fue mágico para mí. Dos o tres años después, descubrí a Jelly Roll Morton y más tarde, a Louis Armstrong y a Duke Ellington. Durante mucho tiempo ellos fueron mis músicos de jazz preferidos.

- ¿Ya no lo son? ¿Qué discos salvarías ddel diluvio?

- Sí, sí, lo siguen siendo. Es más, si tuviera que elegir algunos discos para salvar del diluvio, -como dices- (se ríe) me llevaría discos de los tres, sobre todo algunos del viejo Armstrong y del Duke Ellington de los años veinte al treinta. Como ves no he evolucionado mucho...




- ¿No te llevarías ningún disco de música clásica?

- Bueno, quizás no me expliqué bien. El jazz es maravilloso pero la música clásica es como la gran literatura y mi amor por el jazz es algo que corre paralelo a mi amor por la música clásica... Si oyes la música medieval, la música de cámara de Mozart o los últimos cuartetos de Beethoven, sabes que es todo lo que se puede conseguir en música. Si tuviera que elegir discos para salvar del diluvio entre jazz y música clásica -cosa que no querría-, aún con mucho dolor escogería algunos de música clásica, entre los que te he dicho e incluiría también a Bela Bartok.

- Tú escribiste "El perseguidor" como un cierto homenaje a Charlie Parker. ¿Cuándo descubriste su música?

- Fue antes de irme de la Argentina. Cuatro o cinco años antes, un día compré Lover Man, sin conocerlo. Al principio mi reacción fue negativa hasta que un día la cabeza me hizo clic y desde entonces, muchas cosas que había oído hasta ese momento perdieron sentido. Su música fue muy importante para mí.


- De los que vinieron después, ¿quiénes te impresionaron como Parker?

- Dizzy Gillespie, Miles y después, Colttrane. Esos son discos que también me llevaría conmigo. Y sin duda, no podría olvidarme de Earls Hines, que es un pianista al que adoro. Toca como un dios. ¿Sabías que Dizzi y Charlie Parker tocaron en 1943, juntos, en la banda de Hines? Earl es un músico maravilloso, lleno de alegría y humor. Los movimientos de su mano derecha suenan como una transposición de la trompeta de Armstrong...

- ¿Escuchas jazz a diario? ¿Escuchas mieentras trabajas?

- Sí, escucho dos o tres discos de jazz por día y bastante más música clásica. Pero jamás pongo música mientras hago otra cosa. Los que compusieron esa música no lo hicieron para que fuera un "fondo musical" sino para que lo oyéramos con la misma atención con la que leemos un libro.

- Una última pregunta: ¿crees que el jazzz ha influido en tu obra?

- Sí, mucho. Me enseñó cierto swing que está en mi estilo e intento escribir mis cuentos, un poco como el músico de jazz enfrenta un take, con la misma espontaneidad de la improvisación.

jueves, junio 21, 2007

INTERNET, EL IMPERIO CONTRATRACA, EPIC 2015

jueves, junio 07, 2007

MÉTRICA, ÉTICA Y EROTICA MUSICAL


YO TENGO UN PECADO NUEVO

La bacteria del ritmo. Eso precisamente me atacó como la fiebre amarilla, más caribeña que asiática, como la malaria antes de ser maleado. Yo, pálido como una ocopa en medio de un mar de espinillas, ahogado por los trombones y trompetas, náufrago en la jungla de los tambores. Y encarcelado por el terciopelo de la noche, un puro púber en el blanco de la rumba. Entonces a uno le crecían los primeros pelos en la molleja, el bajo vientre y la huasamandrapa. Entonces uno era feliz, fibroso como la yuca, un torete suelto entre las mesas de la virginal arrechura y la ortografía del pecado y el pescado. Así descubrí el bolero del cabaret. Ahí cantaba Lucho Barrios Marabú.





Escribe Eloy Jáuregui


Carlos Loza, un Nóbel de la rumba y con zapatos amarillos, me dijo: “si no bailas, te bailan”. Tenía razón el profeta, esteta de las guarachas, oyente de Don Américo y sus caribes, de El cuarteto Jiménez y la agrupación de Eduardo Armani. En Los Mundialistas -un garaje adaptado a restaurante danzant y cabaret, en la última cuadra de la avenida Grau, pasando el hospital Dos de Mayo, y a la vuelta de mi tía Peta-, de noche era el templo de las profanaciones.
Y se llamaba así y no asá, porque su primer propietario fue Orlando La Torre, un futbolista que jugó en el mundial de México 70, y al principio los shows eran de música criolla, y boleros, y orquesta para bailar suavecito. Pero llegaron los chalacos -el swing tiene alma marina- y la simbiosis dio por hijo un extraño vivir y respirar aputamadrado. Cholo con zambo y una pizca de chino. Eran los reyes del achoramiento, un silletazo con patada a la luna y moría el payaso. Entonces se apoderó del recinto El Combo Loza, una formación salsera ortodoxa, exportados del Callao: dos trompetas, dos trombones, bajo, tres cubano, conga, bombo y timbales, más tres cantantes y un animador que se parecía mi papá, don Peter Mac Donald, hombre del pelo, natural de Chincha.





Llegué. Llegamos. El bolero se había posesionado del piso de losetas, las paredes forradas con retratos de futbolistas, las luces amarillas y azules, las mesas de fórmica, la barra y el escenario. Nadie se explicaba qué demonios tenía aquel lugar que hacía a las mujeres extremadamente nalgudas, qué diablos trastornaba y las hacia nalguear como ninguna [cf. E.E. Pizarro La carne es para morder p. 167: «carne mollar que ocupa todo el espacio intermedio entre el fin del espinazo y el nacimiento de los muslos. Muelle y acogedoras, aposento para caerse jamás muerto»]. Llegué. Llegamos. Bailaban tres parejas y una bailaba mejor. Llegamos unos y salieron definitivamente otros. Armando Cruzado pidió la primera cerveza. Estaba igualito Lucho Delgado Aparicio. También bailaba, pero bailaba como un príncipe. Un Tarzán rumbero en la selva del sentimiento y el feeling. Un Nureyev --con traje italiano-- del trópico. Nadie se acercaba a su mesa. Era un personaje. Allí, elegantísimo, romántico y correcto, siempre rodeado de bellezas, siempre en el gesto preciso. Entonces descubrí el encanto de la palabra “caché”. Entonces descubrí el otro rostro de la salsa, no esa de los seres culebrones, sino la de aquellos comunes mortales en la decisiva danza decente de la vida.








LAS DAMAS CHINAS DE AMOR

Tres mujeres me pegaban contra el techo, me daban de alma, me amotinaban. Soledad, cajera de piel blanca y ojos tourbillons --carne blanca, más que sea de hombre--, Soledad y sus hermanas: Piedad y Caridad. O eran Caridad y Piedad, sintetizaba en la hermana Soledad. A Soledad la conocí mientras Vitín Esquivel cantaba en ritmo de bolero Un pañuelo y una flor. La conocí de los pechos para arriba. Es que siempre estaba sentada tras la barra. De los pechos para abajo era un misterio. En todo caso, yo hablaba con la mujer decapitada de los pechos para arriba. Casi un busto, su busto y su testa. Ella no iba a perder la cabeza por mi amor. Yo iba a perder el resto del cuerpo si no apuraba la cosa.
Un domingo, después del hipódromo --entonces era un jugador jugado siempre a placé por el placer [el orgasmo del que llega segundo y no último]-- me inflamé en el bolero del valor: por esos años el ron de quemar era mi perdición, un pirómano a mano con el dragón que me habitaba. “Y pensar que en mi vida fuiste flama” y me dije: "Intruso corazón, déjala quererla". Ella no contestó, apenas me mostró la factura de mi cuenta pero yo sentí que me estaba diciendo: “¿le has pedido permiso a tu mamá?”. Era verdad, los 18 años no lo hacen a uno un “rechú”. Yo me creía un “rechú” y no era un “rechú”. Entonces el bolero terminó por liquidarme. “Yo no sé para qué, para qué son esos plazos traicioneros”.










El show empezaba los viernes a las once de la noche. Llegaba la orquesta que dirigía el maestro Carlos Nunura con Oscar “Pitín” Sánchez, que recién había llegado de Nueva York. Aparecían primero los pitucos, muertos de espanto con sus muchachitas más jóvenes y más enamoradas. Después entraban los de la PIP con trajes de PIP y modales de PIP. Luego los faites y las marocas, al rato ingresaban los cafichos y sus nenas. Más tarde los maricas y los bancarios y las pamperas. Después los señores y la pulentería. Entonces se armaba el rumbón, y la jarana y el king y la vaina ¿Que qué cosa era la vaina? Eso, la coca, damas y caballeros ¡Y a gozar que el mundo se va ha acabar!
Con el tiempo me hice de conocidos, de gente mayor, conocidos todos en la jalea del vivir. "El Pato" Ordóñez, el timbalero, Nicasio Macario, el bongocero, Willy Porras notable policía plantado. Jorge Eduardo Bancayán, el presentador, Jorge Verástegui, hoy el mejor fotógrafo de Lima. Y nuestra mesa se llenaba de cervezas como todas. Y se arrancaba la orquesta y nos arrancábamos nosotros en busca de la presa, femmes famosas de la noche, jamás fatales. Y su alegría era nuestro anclaje en su piel de higo lustroso por las grasas del deseo.








EN LA MADRUGADA SE AMA MÁS

El show terminaba recién el lunes por la mañana. Así acabábamos en la cizalla de la resaca. Así, los cuerpos se desahogaban en la sábana de la rumba y los boleros. Pero eran tiempos del caldo de gallina negra, de los seviches en las cantinas de la Av. Iquitos. Había que trabajar y escuchar los discos de ese flaco increíble, el Héctor Lavoe, escucharlo para cauterizar el alma. Había que preparar los zapatos macarios para el próximo viernes. Y otra vez Soledad. Hola Soledad de Rolando La Serie. Y buenas noches Soledad. Y mozo, “sírvame en la copa rota y que quiero sangrar gota a gota el veneno de su amor”. En Los Mundialistas uno se hizo de fierro, por lo de la chaveta y el revólver. Y la bronca nos tatuó como las congas de Ray Barretto, el indestructible.
Pero una noche la saqué a la pista, no de la calle sino del baile. Fue un descubrimiento, una revelación. Era divina del busto para abajo. Cuando danzaba, su cintura -el resorte de la lujuria- evolucionaba como yo me engolosinaba. Su talle, sus caderas, el correcto equilibrio de la belleza salvaje. Aquella pelvis al ritmo libidinoso de "Préndeme fuego si quieres que te olvide". Y las piernas suicidadas en sus zapatos de taco aguja y sin talón, y sus medias con raya atrás, dos bastiones bajo el pórtico de las delicias. Soledad acompañada. Soledad para el oscuro mensaje de la sangre. Entonces, susurré en su oído: “¿Sabes preparar arroz zambito?”. “Sí -dijo ella como una madre de pecho- y muchas, y muchas cosas más”, agregó gregaria para el resto, y esa noche sola para mí, solita.




“Que si esto es escandaloso, es más vergonzoso no saber amar”, dice otro bolero, pero esa es harina de otra rockola. Lo cierto es que en Los Mundialistas, vi desfilar las humanidades más increíbles y maravillosas de esta ciudad. No está más Los Mundialistas, el toque de queda de los militares lo acabó reduciendo a un remalazo de melancolía. Era difícil seguirle el ritmo porque era auténtico. Y hablo de Los Mundialistas virginal, el macho, el del negro "Tomate" y el cholo "Caminito de Huancayo", antes que lo invadieran los "progres", aquellos intelectuales que una noche salieron corriendo porque Herculano Soto sacó la pistola e hizo tiro al blanco con un negro. Los boleros, ladies and gentleman, pueden ser éticos, morales o filosóficos. Los boleros los puede interpretar el moral Moré o el Grupo Niche para que la goce el propio Nietzsché. La vive este servidor para que nadie le quite lo bailao.




martes, junio 05, 2007

EL BESO ENAMORADO. Ensayos sobre el bolero. Vorágine del amor vertical





CONVERSACIÓN EN TIEMPO DE ROMERO





La música tiene de tempestades y corriente subterreas. Tiene de himnos y de alientos poéticos. La música tiene de voces y de memorias. Y todo aquello porque habita el la zona liminar de los seres racionales, esa donde habita la ternura y el deseo. La música de boleros es apologética de la utopía del amor convulso -el único-- y del cariño sereno. Tiene de venganza y de resurrección. Por eso Bárbara Romero cuando canta inventa un espacio donde la calma se hace rito y la lascivia se convierte en mito. Aquel símbolo de los amantes consagrados, de los oyentes enamorados y de los ilusos atrapados en la borrasca del romance más fiero. Este es un homenaje a un disco esperado de Bárbara Romero: Hoy me entero que te vas [Realismo Visceral]. Es decir, para oir con la razón y con las víceras.



Escribe Eloy Jáuregui



Devuélveme el rosario de mi madre / y quédate con todo lo demás / lo tuyo de lo envío cualquier tarde / no quiero que veas nunca más. Así canta Bárbara Romero este viejo vals ahora convertido en bolero son. Ella radica hoy en Los Ángeles Estados Unidos. Se Fue hace un par de años y ahora graba y tiene el triunfo descontado. Romero es heredera de un estilo de boleristas peruanas que viene de Lina Panchano, Linda Lorens, Vicky Jiménez, los Hermanos Castro y por cierto Tania Libertad.
Entonces está demostrado que el género no sólo es para hombres melancólicos atacados por el mal de amores. Al contrario, y aunque muchos digan que el bolero no tiene sexo, yo afirmo que es música sexual para emulsionar los oídos del espíritu. Por eso Bárbara Romero decora sensualidad y en cada interpretación impones su estilo romántico, su fraseo franco de verdades rotundas, su poética de tesitura agradable y su elegancia en el contenido de los temas.










Barbara Romero en Concierto



Igual que con la peruana Tania Libertad, Bárbara Romero (óiganla interpretar Envidia, aquel maravilloso bolero que cantaba Vicentico Valdés) cantan como las Diosas del Olimpo (jamás Cárdenas ni mucho menos Alci Acosta, acepto un Lucho Barrios), bronceada por el cobre de los sueños. Tania como Bárbara Romero cantan Me recordarás, inmenso tema del maestro Frank Domínguez y uno sólo puede soñar que un ángel desnuda esa voz de mujer amada, toma el cuerpo del talle y la inflama. Uno oye un relámpago bellísimo anclado a sus alas. Es apenas un himno estruendoso aquel que desnuda el cuerpo. Bárbara así, recompone ese mirar para adentro, habla de que aprendió de la Guillot, de Celia Cruz, de Celeste Mendoza y cómo no, de La Lupe.














El bolero es un himno de afiebrado compás. Cualquiera no lo canta por eso. Hay literatura y estudios. Por ejemplo. Para los críticos literarios, el momento de la consolidación de la narrativa hispana en los Estados Unidos llegó con la entrega del premio Pulitzer a la novela Los reyes del mambo tocan canciones de amor, de Óscar Hijuelos. El libro –que se hizo conocido por la adaptación cinematográfica, que interpretaron Armand Assante y Antonio Banderas-- cuenta las andanzas de los hermanos Castillo, dos músicos cubanos que trabajaban en una fábrica-factoría durante el día y reventaban las salas de baile por la noche. Hijuelos da una acertada visión del mítico Nueva York de los 50 y los 60, los años del boom de la música latina y la dura vida de los inmigrantes latinoamericanos. Pero aquellas existencias sólo son grandiosas cuando estos rumberos del Caribe se ponen a cantar sonatas de amor.Ella canta boleros. Ella debería llamarse Bárbara Bolero y no Romero pero tiene estirpe artística por el apellido. Bárbara Romero presentó ayer su disco de boleros Hoy me entero que te vas (Realismo Visceral). De que otra forma se canta boleros sino con las vísceras. Con ello nos devuelve la vida. Esa que se inflama con las pasiones sonoras. Magistral es su interpretación de Ay cariño de Federico Baena: ¡Ay cariño¡ / si vieras como estoy desesperado por tu ausencia;/ soñando a cada instante con la luz de tu presencia, /llamándote en las noche y llorando como un niño.




Amor mortal por inmortal es el suyo. De mujer, qué ocurrencia. De un género que por añoso es joven. Bárbara así, no hace más que consolidar la canción de la pasión desnuda. Por eso, ante tanta congresista Canchaya y tanto bodrio de Magaly Medina –que por que tiene audiencia cree que es buena periodistas y sólo es la vergüenza de la profesión—Bárbara les enseña a ser una dama de quilates. Que de eso se trata y más hora que viene el Día de la Madre, con mayúsculas. Porque la mía está viva y canta que es una alondra.
Bárbara dice que ha querido recoger en su disco el espíritu de la canción popular y “cortavenas”, el desgarro y lo visceral de canciones directas y hasta impúdicas y muchas veces vistas con desdén. “Quise optar por el bolero de la bohemia, desafiante, transgresor y desgarrado. Me gusta por ese filo y esa naturalidad que está faltando a mucha de la música actual. Por su pasión exacerbada, este bolero es como una película de Almodóvar, o como Rosario Tijeras. Creo lo mismo que el personaje de la novela El beso de la mujer araña: “Los boleros dicen un montón de verdades”. No les dije.En mi libro Usted es la culpable. Norma 2004, escribí: “Bárbara Romero canta boleros sólo para aquéllos que andan ebrios por los líquidos de los amores profanos o propanos”. Me faltó agregar que canta para que se invente otra vez el fuego de amor total, aquel que nos quema dulcemente el alma. Mi maestro Luís Delgado Aparicio ha dicho: “Bárbara produce un esplendor onírico, que con descargas de alabastros evocan el resplandor de la pasión, adornados por las flores del tulipán, que como el bolero, crecen de noche”. Toma mientras: no pudo ser más exacto.








lunes, marzo 12, 2007

CONTRA LAS BUENAS COSTUMBRES




EL ESTILO DE "EL GABO" NO MUERDE

Gabriel García Márquez estará viejo pero no es un huevas. Ahora que todo el mundo le revienta cuetes y hasta los dinosaurios de la derecha dicen que son habitantes de Macondo, es bueno recordar esta lección del Nobel contra esos puristas de la lengua que no son más que los carcamanes del idioma. Este texto jamás sería publicado por el decano de la prensa peruana. Peor. Palo con ellos.


Cuando García Márquez escribió en la segunda edición de su novela ‘La Mala hora’ en 1967, en el prólogo se leía esta verdad que daba vergüenza ajena: “La primera vez que se publicó esta obra, en 1962, un corrector de pruebas se permitió cambiar ciertos términos y almidonar el estilo, en nombre de la pureza del lenguaje. En esta ocasión, a su vez, yo el autor, me he permitido restituir las incorrecciones idiomáticas y las barbaridades estilísticas, en nombre de mi soberana y arbitraria voluntad”.

Así defendía con coraje sus incorrecciones idiomáticas y su estilo narrativo refractario a los convencionalismos y reglas gramaticales de la lengua nativa este autor de ‘Cien años de soledad’, obra cumbre de la literatura hispanoamericana por la que ganó el Nobel en 1982, como uno de los mas asiduos cultores del movimiento literario denominado Realismo Mágico.

Este maestro del Nuevo Periodismo siempre se manifestó como un rebelde a toda domesticación pedagógica en el hablar y en el escribir, esas preceptivas de tiempos escolares dictadas a través de prácticas escrituradas que, a la postre, significaban para él una represión punitiva impuesta por las Academias de la Lengua.

Quizá su recalcitrante soliviantamiento en contra de las normativas del lenguaje natal tuvo origen en su dilatada actividad periodística, ya como articulista en 1950 en su columna La Jirafa en los periódicos El Universal y El Heraldo de Barranquilla, ya como redactor del diario El Espectador de Bogotá en 1954, ya como corresponsal en París del mismo rotativo en 1956, ya como crítico de arte en la revista venezolana Momento en 1957, ya como corresponsal de Prensa Latina en Nueva York en 1959, ya como guionista de cine en México entre 1961 y 1967.

La irreverencia es la belleza del pobre


El periodismo escrito, por su apremio de rápida transmisión de la noticia hacia los lectores, es a veces irreverente del estricto reglaje gramatical y de los códigos de la narratología formal y castiza. En otros casos, se ocasionaría cierto descuido correctivo por la tendencia de la comunicación colectiva a la informalidad en el relato.

Las instrucciones disciplinatorias del idioma son entendidas por García Márquez como una matriz carcelaria que pretende aprisionar y estigmatizar ciertas manifestaciones culturales, las que han sido inaceptadas por el ‘establishment’ burgués vigente, en nombre del ‘buen gusto’ y de una pretendida defensa del patrón de civilización imperante. Por ello sus novelas, cuentos, ensayos y crónicas presentan y exhaltan a un ‘demos’ en su estado bruto, salvaje y fidedigno, aunque todavía no haya sido legitimado por la sociedad de consumo en su existencia indeseada y en su influjo verídico.

Leer algunos escritos de este Premio Nobel, conjurado contra la ortodoxia literaria, es acceder a un variado y ameno diccionario de neologismos, barbarismos, colombianismos y otros extranjerismos, arbitrariamente introducidos en el texto para expresar sin ambages la realidad semiótica del mundo y su circunstancia.

TU MALA CANALLADA 5

Foto: Juan Rulfo


CUY O PISCO

Eloy Jáuregui


El jefe del Comando Conjunto de las FF.AA., almirante Montoya, ha dicho que “la soberanía nacional no va a ser violada”. Está bien, digo yo, ahora que las violaciones son moda. Soberanía, dícese entre otras acepciones, de la autoridad o poder político que ejerce un soberano. El Perú es soberano de “lo peruano” –disculpen la tristeza- como lo es de la anomia, la pendejada y el pisco.



¿El pisco? Sí. El embajador Gonzalo Gutiérrez, que no tiene restaurante, es autor del mejor tratado sobre el aguardiente nacional: “Pisco. Apuntes para la Defensa Internacional de la Denominación de Origen Peruana”. (Fondo Editorial del Congreso del Perú, 2003). Es peruano como Dios, repito. Pero debo aclarar que la coima también es peruana cual lujo de ser pobres. El hambre es bien peruano, insisto, mas ahora que el presidente García ha declarado al cuy como el roedor de bandera. Lástima que el pollo sea más barato.



Hoy es el día del pisco sour, que no es peruano, que es bamba y me llega. Yo soy pisquero puro y ortodoxo; de los que muerde el líquido candente; de los que estoicos aguanta su miel volcánica resbalar por el guargüero. De los que amansan su relincho abrasador con tormento orgásmico en el somier de las tripas. De los que dulcifican su borrasca con la apacibilidad filosófica del aserrín ilustrado.



Nicolás Lynch ha escrito en este diario sobre el arte del cóctel a base de piscos. El hombre sabe. Su drink favorito es el extinto “capitán”, un trago con pisco puro quebranta y vermut rojo. Max Hernández aporta un toque freudiano al decir que hay que tomarlo bien frío y con el auxilio de una cáscara de naranja. Ya es un “capitán-mayor”. Sea como sea, son guaracazos viriles contra el toque andrógino del pisco sour que se solaza con el huevo y se encabrita con el limón.


Ese mejunje no es peruano, es resaca de gringo en la barra del Morris Bar como asegura José Antonio Schiaffino. El pisco se toma puro y su aniversario es todos los días; y es nacional porque tiene el coraje de Sofía Mulanovich, la arrechura de Paola Ruiz, la brillantez de Juan Diego Flórez y el vigor de Luis Jaime Cisneros. Por eso es puro y peruano.





[Publicado en el diario La República el 3 de febrero del 2007]