Beirut, las bombas intensas, largas e impredecibles
DEL CIELO SÓLO CAE LA MUERTE
Por LLUÍS FOIX*
El objetivo de la mayoría de las guerras es que duren poco, que se ganen y que la victoria en el campo de batalla dé la razón al vencedor. Nadie calcula que las guerras serán largas y que destruirán tantas vidas.
Hace setenta años que la mayoría de españoles pensaron que el levantamiento del general Franco en Canarias era un golpe más, al estilo Sanjurjo, y que en ningún caso se iniciaba una guerra civil que se prolongaría casi tres años y que dejaría a cientos de miles de muertos en las trincheras, en la retaguardia, o que después de la victoria se abrirían procesos políticos que condenarían a muerte, al exilio o al olvido a miles de españoles.
La Gran Guerra de 1914 la había preparado el estado mayor alemán con la idea de que llegarían a París en diez días. El general Möltke lo tenía previsto todo. El rancho de los soldados de cada día, los borceguíes que llevarían las tropas, las etapas perfectamente milimetradas.
La improvisación del comienzo de una guerra no calcula nunca su desenlace. Ni su durada ni el coste en vidas humanas de los contendientes. No se calculó Verdún ni el uso por primera vez de gases de destrucción masiva ni las huellas de venganza que dejaría el conflicto. La Gran Guerra duró más de cuatro años y murieron unos veinte millones de europeos.
La Paz de Versalles fue efímera y hasta cierto punto injusta porque ponía sobre las espaldas de los alemanes unas cargas que eran desproporcionadas y no podían satisfacer.
Los ingredientes de la Segunda Guerra Mundial estaban ahí para el primero que recogiera la humillación de Alemania para ir nuevamente a la guerra. Hitler administró algo más que un espíritu de venganza. Puso en marcha un mecanismo siniestro, intrínsecamente perverso, que convertiría el III Reich en instrumento totalitario, racista, en el que Alemania como pueblo pasaba por encima de los propios alemanes. Una desgracia.
El espacio vital hitleriano empezó apoderándose de la tierra de los sudetes con la idea de que todos los alemanes que vivían en Checoslovaquia eran más alemanes que checos. Por este mismo razonamiento se comió Austria con un “Anschluss” que no respondía a los criterios mínimos del derecho internacional.
Hitler y Stalin establecieron un pacto con anexos secretos que llevarían a la partición de Polonia entre la Gran Alemania y la Unión Soviética. En esos anexos constaba que Stalin se apoderaría de las tres repúblicas bálticas y la mitad de Polonia. Hitler se quedaría con el pasillo que conducía a Danzig y se comería también la otra mitad de Polonia.
El embajador británico en Berlín, Sir Neville Henderson, había sido partidario del pacto de Munich de 1938 en el que el primer ministro Chamberlain, el primer ministro francés Daladier y el propio Hitler se comprometían a no enfrentarse nuevamente en los campos de batalla de Europa.
Henderson advirtió a Hitler que si invadía Polonia, Gran Bretaña entraría en guerra contra Alemania. El primer ministro Chamberlain declaró la guerra con un argumento impecable. Vino a decir, cito de memoria, que había advertido a Herr Hitler que si invadía Polonia entraría en guerra contra Alemania. “El embajador Henderson me telegrafía que las tropas alemanas han entrado en Polonia, por lo tanto estamos en guerra contra Alemania”. La guerra fue larga y murieron decenas de millones de personas.
A los tres meses de la invasión de Iraq el presidente Bush se subió al portaaviones Lincoln para proclamar que los combates importantes habían terminado en Iraq. El conflicto sigue sacudiendo la conciencia de los que impulsaron la guerra hasta el punto que cada día mueren unos cien iraquíes a pesar de la presencia de más de ciento treinta mil soldados norteamericanos y británicos en Iraq.
Cuando Ariel Sharon invadió Líbano en 1982 no calculaba el mal que causaría aquel conflicto y tampoco que tendrían que transcurrir 18 años antes de la retirada sin haber alcanzado sus objetivos.
Llevamos trece días de ataques israelíes en Líbano. El objetivo es defenderse de los misiles que Hizbulá arroja sobre territorio israelí. Es una guerra de auto defensa, pero es una guerra al fin y al cabo.
Una guerra que sólo acaba de empezar y que no sabemos cuándo ni cómo va a terminar. En cualquier caso morirán muchas personas. Por eso la guerra hay que evitarla porque destruye la posibilidad de entendimiento y porque el mal causado es muy superior al mal que se pretende evitar. La guerra conduce siempre a una catástrofe.
FOTOS: Cortesía diario El Mundo.
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