lunes, agosto 14, 2006

ESTOY ENAMORADO DE MI PAÍS 1: DANIEL TITINGER


Dios, el peruano [y el diablo también]

Escribe ELOY JÁUREGUI

Lectura de la presentación del libro “Dios es peruano” [Editorial Planeta] de Daniel Titinger el lunes 24 de julio del 2006 en la Feria de Libro de Lima.

I.M. Jimena Pinilla Cisneros

Permítaseme aprovechar la oportunidad para rendir un homenaje con estas palabras a nuestra hermana Jimena Pinilla Cisneros quien falleciera el 30 de marzo de este año. Jimena pertenecía a ese maravillo colectivo de periodistas y/o escritores jóvenes que hoy están con nosotros y ella allá en el cielo seguro que escuchará el sonido del viento que por supuesto es la tormenta perfecta para el nuevo periodismo en este país. Vida eterna Jimena de mi alma porque hoy yo también he dejado de caminar para saludar el libro de Daniel Titinger.

El escritor Daniel Titinger

Al inicio del año 2001, nuestro ‘malogrado’ amigo Toño Angulo Daneri –‘malogrado’ por que se casó con la muchacha más bella que llegó desde Cataluña para rendirse toda ella a sus hermosos brazos y besos morenos--. Angulo, digo, me pidió una mañana en la Tiendecita Blanca de Miraflores junto a Silvia Miro Quesada participar en un ciclo de Talleres de Capacitación Periodística que el diario El Comercio había organizado para todos sus redactores. Junto a Lucho Freire nos encomendaron tratar el tema: El humor en el periodismo o al revés. Freire hizo una finta, amago un digesto tractorectal, tiró la toalla y me dejaron solo frente al negro bicho.

Durante quince días eran tres clases a tres diferentes grupos. Al principio no parábamos de reír. Los últimos días, en cambio, fueron tediosos y aburridos. Hay que ser muy serio con eso del humor. Yo no era Melcochita aunque los colegas del decano me imaginaban al menos un Miguelito Barraza serio y de luto.

Toño Angulo, ahora en Barcelona

El Comercio, debo confesarlo, es la institución, el pórtico del saber, el Partenón de la información, el ágora del pensamiento nacional. Vivos y muertos sólo existen realmente si aparecen en sus páginas; las de ‘Defunción’ y/o las de ‘Relax’. Los periodistas son serios, caminan nerviosos, tienen tics de toda laya, les suda las manos y otras partes. Son ceremoniosos a la manera del germánico Dr. Hugo Guerra, el Jefe de la página de Opinión de aquel entonces. De allí que mis juegos de palabras no producían sonrisa alguna, y mi esmerilada lengua viperina era mi veneno bizantino. Allí no se escribía en los baños aunque yo haya descubierto un huevo de haikus dejados por un poeta anónimo que no obstante firmaba como un tal JVCH.
Daniel Titinger también es peruano

Uno de los grupos, aquel que asistía a escuchar mis clases por las tardes en ese verano intenso, lo integraba precisamente el malogrado Toño Angulo junto a la pundonorosa Milagros Leiva, la editora de la página de La Contra, casi una heroína y, dos jóvenes esbeltos que ya no lo son más. Uno era el gran Marco Avilés y el otro Daniel Titinger, sacrificados chupatintas de la diabólica sección “Todo por 500 Nuevos Soles”. Un dueto de presa más que de prensa. Volantes de ida y vuelta como les dicen ahora. Los reyes de la parte Tema del Día, la más importante del importante diario. Eran pues una suerte de Batman y Robin, Abott y Costello, Sotil y Cubillas, el gordo y el flaco, Dr. Jekill y Mrs. Hyde. Los que los observaban desde lejos decían que escribían a tres manos. Nunca entendí aquel detalle. En fin, eran casi adolescentes, casi adultos y trabajaban 25 horas al día.

Sacrificado Marco Avilés

Sus miradas tenían la profundidad de los adictos a los psicotrópicos duros. Jadeaban mientras hablaban por teléfono, se constreñían cuando miraban las fotos, escribían en medio de vapores y flatulencias que les inventaba el apuro del cierre y el hedor del refrito. Y claro, pujaban en silencio al día siguiente al mirar que sus textos había sido parchados, reencauchados, tasajeados, inflados, amelcochados, jamás volteados que para eso está el refugiado Beto Ortiz. Mariza Zapata, su jefa, era una profesional del ala dura. No se venía con cuentos. La mejor nota era la nota reducida a un pantallazo. Al grano y déjense de mariconadas.

Peruano como la melancolía.


El periodismo suele ser el más vil de los ofidios. Una maldita boa que constriñe y lo deja a uno hecho puré. El Comercio tenía de eso y de aquello. Los editores existían más que administradores de envidias como ángeles con espíritu de venganza. Para los jóvenes periodistas aquello era un mecanismo siniestro, intrínsecamente perverso, que convertiría “al decano” en un instrumento totalitario, racista, homofóbico en el que el viejo periodista pasaba por encima del joven reportero haciendo con su ego puré de papa tomasa o machacado de membrillo sin membrillo. Ese era el precio de la fama, el periodista, un pobre diablo, todo un manojo de nervios, un babiecas, un gilazo.

Sin embargo, que hubiese sido de nosotros sin tamaño rigor. Que sería de aquello que se llama en los toros “desparramar la vista” y sin el ojo avieso de nuestros editores. Marco Avilés y Daniel Titinger saben a qué me refiero. ¿Qué otra cosa es el periodista? Acaso no es el escritor en la banca, calentando en medio tiempo, sudando el buzo hasta el minuto 90 y el entrenador que no lo pone. Acaso el periodista no es aquel que redacta contra el reloj y agoniza como las personas que describe y revive al día siguiente con su nota en portada y es poseído por ese “tempo” del gozo que genera el crédito minúsculo, el reconocimiento breve, la gloria a gotitas, la paz en retazos. Y tiene que seguir y escribir una nota mejor y al día siguiente igual, y otra vez y sucesivamente suicidarse por ese tropo que no redondea, por esa imagen huachafísima, por ese giro minusválido, por ese remate raquítico, por aquel titular como poto de vieja, arrugado y sin atractivo.

Jimena Pinilla en su último viaje a Grecia

La sala de redacción de las secciones locales y política en El Comercio luce con una luz blanquísima que uno nunca sabe si afuera es de día o de noche. Ahí, casi en un cuadrante esférico están las computadoras de los cronistas Jimena Pinilla, Milagros Leiva, David Hidalgo y Toño Angulo. Un poco más allá como quien mira la calle, ahí figuran las dos máquinas de los redactores Avilés y Titinger esperando el rigor de sus dueños. Entre los primeros y los últimos una fina línea los separa del rigor mortis de la nota informativa. Los cronistas miran para adentro, rumian las frases, mastican las metáforas, visten y desvisten a sus personajes. Los otros secan los flujos, pagan los incendios, son concisos y lacónicos.

Maestro y guía Julio Villanueva Chang

Al cronista se le perdona todo. Que toque el cielo. Que desprecie el infierno. Que junte el verso, que mastique los sábados, que llueva para sí mismo, que hipnotice al ciego, que ilumine al sol, que rebaje la luna, que se emborrache en tus jugos, que se muerda el codo, que pague a medio pagar, que tuerza las esquinas, que grite callado su mierda, que mente a la madre del vino, que rompa los huevos del nido, que se duerma en sus laureles, que se coja a la desprevenida, que se haga en los calzones, que se remangue y suspire, que incendie el océano, que se mee en la hostia, que trafique, multiplique, maximise, robotice, energice, …Que escriba en blanco la palabra cero y gane un premio.

Al periodista de policiales al contrario. Al de política menos, al de locales nunca. Que lo cuelguen, que lo capen, que lo escupan, que lo caguen, que lo desorganicen, que lo eroticen, que lo eructen, que lo inflen, que lo revienten, que lo madruguen, que lo censuren, que lo manipulen, que lo desnuden, que lo injurien, que se vaya en micro, que se vaya acostumbrando, que se vaya a la mientras, que se desahueve, que no se quede en la línea, que pise a fondo, que se pegue un tiro, mejor dos, que se vaya de zorras y rucas, que sea testigo, que lo castiguen, que lo suspendan, que no lo gratifiquen, que lo choleen, que lo bestialicen, que la vas a pagar, que mañana te doy, que le corten el cable, que le den de su medicina.

Daniel Titinger fue como muchos un suplemente que esperó tolerante el tiempo justo para imprimir un estilo en sus textos de gacetillas y cuartillas. Un escritor enmascarado, un descarado periodista que se mordió la lengua, que aguantó a pie juntillas –perdonen por los tópicos tan típicos míos--, que tradujo la frustración en sueño y que gracias a sus sentido del amor más que del humor se hizo responsable y se llevó la sintaxis a cuestas. Yo lo recuerdo de redactor. De su tolerancia y esmero. Era joven y aseado en sus maneras. Era periodista en su honor. Por eso las 4 o 5 comisiones que cumplía a diario le dieron esa manera tan especial de escribir. De describir. De descubrir.

Escritor y publicista Gustavo Rodríguez

¿Cuándo cambió Daniel Titinger? Nunca, es el mismo, es aquel muchacho –como diría Roger Santibáñez—que se sigue enamorando sólo con la mirada. Y ahora cruzó la línea. ¿Qué recién es cronista? No. Siempre fue escritor que es el revés del periodista. Por eso un día se cansó y mandó a la mierda El Comercio. Y yo lo vi enfurecido. Y le dije que no lo haga. Y uno es malo a su manera. Si esa mañana Daniel Titinger, mi amigo, no me cuenta que estaba podrido de vivir en el reino de [por otro lado, acotó, añadió, también aseguró, así mismo, de esta manera, del lead, de la pirámide invertida, de la pagina pervertida, de la volada, de la bajada del gorro, de la leyenda] Digo ¿Cuándo cambió Daniel Titinger? Nunca, siempre fue igual. Solo que esta noche de julio se abre la camisa, se persigna tres veces, se encomienda y nos dice en esta maravilla de libro que DIOS ES PERUANO.

Mayte Mujica, su compañera peruana

Y yo no sé si hoy es más feliz que cuando la miró a ella, a su Mayte, y le juró amor eterno. Porque Mayte sabe también lo que es trabajar en El Comercio y lo que es el maketeo, y el cierre y la foto precisa, y el diccionario de sinónimos y el de antónimos, y la llamada furtiva y te espero para irnos juntos y te quiero para siempre. Y te amaré toda la vida. Y que bueno que los dos trabajemos juntos. Y un día de eso se casaron. Un gran día del Señor se unieron. Y ese día trenzaron sus talentos. Y cuánto de Mayte habrá en este libro. Y cuánta de ternura hay en este señor que hoy presenta su primero hijo, peruano. Y eso que ya no trabaja en El Comercio, y ahora es profesor, y ahora es editor de la revista Etiqueta Negra.

Me he sentado a caminar, libro de Jimena Pinilla

Y claro, si ya le tocaba. A él que nació para contarnos que se siente ser extraño en un mundo de normales. Un peruano raro que se gana la vida escribiendo y amando a su familia y queriendo a sus amigos como reza en sus agradecimientos. Que eso también es bien peruano, como el cebiche, o el pisco, o la inca Kola o la Maju o Gamínedes, o el ascensor espacial que sólo se le puede ocurrir a un peruano que Daniel Titenger encontró porque Dios es peruano y le gusta la crónicas, las de Garcilaso, las de Guamán Poma de Ayala y hasta las que inauguró el maestro Jorge Salazar después de Cristo, y que siguió Julio Villanueva Chang con Mariposas y Murciélagos, y las de Jimenita Pinilla que se Recostó para caminar, y las mías que dicen que Usted es la Culpable, y las de Sergio Vilela que es el periodismo literario en su mejor forma, y la de Gustavo Rodríguez que es la narrativa de autor, y las que vendrán de David Hidalgo, y las que espero de Marco Avilés y que las que ansío de Milagros Leiva.

Y dicho esto señores y señoras. Hoy tengo una noticia. Queda confirmado que Dios es peruano y que según Daniel Titinger, el diablo también.

------
*Dios es peruano /De Daniel Titinger /Editorial Planeta