EL CRONISTA DE EL CAIRO
Naguib Mahfuz todavía tiene 94 años y hasta el momento que escribo estas líneas sigue venciendo al llamado de la muerte. ¿Quién es? Es el único escritor en lengua árabe premiado con el Nóbel de Literatura. Mahfuz, que recibió ese galardón en 1988, y que es considerado por la crítica el mayor cronista del actual Egipto, está en estado crítico de salud, según un reporte médico de hoy jueves 17 de agosto en un hospital allá en El Cairo. Ojalá que no se nos muera. Es un maestro de la escritura urbana.
Por Eloy Jáuregui
Siempre me pregunté por qué admiramos a los escritores y no a los científicos. Siempre me pregunté por qué un ser cruza etapas, rompe moldes e inserta su firma en el imaginario de las gentes con la misma calidad y brillo durante toda su vida. Siempre me pregunté por qué uno no es el magma de sus ideas sino cómo construye una vida contradiciéndose permanentemente y añadiendo esplendor con gramas a su forma de entender el mundo. Siempre me pregunté cómo cierto periodistas y/o escritores son cálidos y fraternos y otros unas estructuras gélidas que suman éxitos y son perfectos y por ello descartables. Siempre creí que Naguib Mahfuz era diferente. Un observador de “vidas”, un contador público en las cuentas y balances de las grandezas y miserias de nosotros los imperfectos; aquí en Lima o en El Cairo o en el México de Juan Villoro que hoy visita mi ciudad.
Naguib Mahfuz todavía tiene 94 años y hasta el momento que escribo estas líneas sigue venciendo al llamado de la muerte. ¿Quién es? Es el único escritor en lengua árabe premiado con el Nóbel de Literatura. Mahfuz, que recibió ese galardón en 1988, y que es considerado por la crítica el mayor cronista del actual Egipto, está en estado crítico de salud, según un reporte médico de hoy jueves 17 de agosto en un hospital allá en El Cairo. Ojalá que no se nos muera. Es un maestro de la escritura urbana.
Por Eloy Jáuregui
Siempre me pregunté por qué admiramos a los escritores y no a los científicos. Siempre me pregunté por qué un ser cruza etapas, rompe moldes e inserta su firma en el imaginario de las gentes con la misma calidad y brillo durante toda su vida. Siempre me pregunté por qué uno no es el magma de sus ideas sino cómo construye una vida contradiciéndose permanentemente y añadiendo esplendor con gramas a su forma de entender el mundo. Siempre me pregunté cómo cierto periodistas y/o escritores son cálidos y fraternos y otros unas estructuras gélidas que suman éxitos y son perfectos y por ello descartables. Siempre creí que Naguib Mahfuz era diferente. Un observador de “vidas”, un contador público en las cuentas y balances de las grandezas y miserias de nosotros los imperfectos; aquí en Lima o en El Cairo o en el México de Juan Villoro que hoy visita mi ciudad.
No recuerdo si fue el poeta Tulio Mora –quien regresó apurado y en bus de París una noche mientras nos emborrachábamos en el “América”—o fue el zambo Enrique Verástegui, también aterrizado de una beca y en el “Woni”, quien me habló de Mahfuz antes de conocerlo por escrito y más por descrito. Sabía que existía brillantes cronistas contemporáneos [y hasta poetas] en el universo árabe. Y que estaban prohibidos por el gusto editorial catalán [Seix Barral] o argentino [Losada] para ser mordidos por el diente cristiano careado nuestro. En todo caso, adivinaba a Mahfuz. Él con turbante y mirada turbia, en un café frente al Nilo y fumando un Camel mientras observaba atentísimo la vida rodar. Él, consternado por los asombros del lado de las grandes pirámides, inventor del tropo periodístico corrupto por la literatura, “la pirámide pervertida” –el giro es mío.
En la avenida Emancipación tuve el gusto de conocerlo de ojos. Era en Lima y su alfombra a tejido belaundista. Él yacía en la vereda sobre un tapiz de huele. En realidad su foto era la que se escondía en la pestaña del libro: “El callejón de los milagros”. El libro era usado más que leído. El vendedor era don Godo, un viejo librero de viejo de la Lima Cuadrada. Ambulante de buen talante como todos los libreros. Conocía la Lima histórica, esa era parte de su histeria. Sabía de sus esquinas, personajes y fantasmas. Sabía de Mahfuz, de su genio mucho antes que lo premiaran con el Nóbel. Sabía que me iba a gustar su estilo. Sabía de mi estilo. Esa era el suyo.
Mahfuz había publicado su libro en El Cairo –buen nombre para un restaurante de menús en el Jirón Camaná a donde jamás regresaré-- en 1947. “El callejón de los milagros”, se convertiría en una de sus más famosos textos. Escritura urbana, sintaxis callejera, semántica de los sentidos atropellados sobre el asfalto. La novela es un texto coral que se desarrolla en el mismo centro urbano de El Cairo. Esta sería la norma en las obras de Mahfuz en esta fase. La urdimbre caótica del urbanismo literario. Luego situará algunas de sus novelas fuera de El Cairo, por ejemplo en Alejandría, casi como un faro.
Salma Hayek, en una escena de "Callejón..."
Fue el maestro mexicano Vicente Leñero –él de la novela “Los albañiles” y de las crónicas “Talacha Periodística”-- quien para aggiornarse, trasvasarse y remangarse la tripa, cruzó de la ciudad de El Cairo en los años 40 al Centro Histórico del México D.F. actual, y convirtió a esa capital egipcia de Mahfuz en un guión cinematográfico para hacer una película mexicana, que carajo, no es poca cosa. El asunto salió redondo con el ojo del director Jorge Fons. Y se construyó en una de las pocas estructuras sólidas de cine de la calle y de barrio y a la vez originales que ha dado el cine del continente en los últimos tiempos.
La trama de “El callejón de los milagros” es una suma de historias animadas por protagonistas múltiples. Y narradas por entregas: la primera está centrada en Rutilio, el jefe de familia, cincuentón al que le pica imprevistamente el bichito de la homosexualidad. La segunda tiene como epicentro a Alma [una Salma Hayek, babeante de lascivia y ya no el cuerito que saltó a la fama con La balada del pistolero], amante conflictuada de Abel, un peluquero que le ruega que lo espere mientras junta plata en Estados Unidos.
La tercera se asienta en una vieja propietaria de departamentos, la solterona Susanita. Las tres historias están unidas por hilos geográficos [transcurren alrededor del mismo barrio] y dramáticos: a Rutilio le corta el pelo Abel, que es amigo de su hijo y alquila uno de los departamentos de Susanita; Alma vive en otro, Abel se ha fajado a muchos[as] y así, como un tejido con pelo de camello. Hay muchos más nexos y personajes. Lo que importa, en todo caso, es que a todos los cobija el mismo ambiente misio y proletario y una cultura que, aun en su diversidad –los jóvenes hacen oír sus “carnal”, “pinche”, “chingada” “chido” y otros metasememas propios de las megalópolis apocalíptica [Monsivaís dixit].
Todas las constantes lingüísticas de un argot-jerga-replana que va mermando con la edad y los marca irreversiblemente. Fons recurre en este punto a un inusual abanico de matices: Rutilio, el flamante gay, no deja de pegarle como bruto macho a su mujer, pero llora como una sacrificada obrerita a la manera de Pinglo cuando se le va su hijo, junto a Abel precisamente, para el Norte Grande. Cierta gente fuma marihuana y otros se inyectan sin que eso implique artificiosas lápidas –ni consagraciones– para sus respectivos destinos. Apenas si se esboza que el dinero, o las redes del dinero, son las que tuercen, esclavizan y deforman hasta las intenciones del más tierno.
El viejo Naguib Mahfuz
El director Jorge Fons es un virtuoso. -Tiene raza y trayectoria. El Callejón ganó el Premio Goya a la mejor Película Extranjera de Habla Hispana en 1996. Otros filmes a destacar son: Chicos de Gebelawi (1959), El ladrón y los perros (1961), Miramar (1967), La Azucarera (1990) y Palacio del deseo (1990). Lo dicen ellos, los cínicos, esos que saben de cine. No sólo por el manejo de los tiempos, que vuelven a fojas cero con el final de cada historia [todas comienzan el mismo domingo, con lo que los "protagonistas" de cada una reaparecen como "secundarios" en las demás], sino por la formidable dirección de actores y por un criterio minucioso que descartó la profusión de cortes, otro rasgo televisivo, en favor de aquellos planos largos en tiempo, cortos en espacio, que tanto ayudan a los buenos intérpretes a traducir las emociones.
De la mano de estas cámaras, Salma Hayek comiendo un clásico burrito en plena calle al mediodía se convierte en un inesperado espectáculo de sensualidad. A diferencia del realismo mágico, que busca seducir con vistas propias de postal turística, “El callejón...” surca el paisaje de los rostros. No es un film "más grande que la vida", ese viejo malentendido, pero es tan vivo como la vida misma. Por eso se deja ver en un sentido profundo: cuando pasan cosas se las palpita y cuando no, casi se desea que no sucedan, que ese delicioso costumbrismo se limite a transcurrir.
Se ha dicho que es una película larga perfecta [dura 2 horas 20]. No es cierto: en ese lapso cuenta más que meses enteros de culebrones. Y lo cuenta mejor: es algo así como el tiempo útil, condensado y refinado de todas las telenovelas juntas. Si algo faltaba, retrata sin prejuicios ni piedades al machismo cavernario, a la crueldad impune, a las mil caras del proxenetismo que conviven junto a los más puros sentimientos en la aldea mexicana actual de solares y quinto patios. Eso hace de “El callejón de los milagros” algo más que una gran película latinoamericana. La hace universal.
Y dicen que se muere
El Cairo nocturno de Mahfuz
Pero regreso a Mahfuz. Y dicen que se muere. Ahí en El Cairo. Ahí donde padece una grave inflamación pulmonar y problemas de riñón y de presión. Nacido el 11 de diciembre de 1911, Naguib Mahfuz, casado y padre de dos hijas, fue el menor de los siete hijos de un funcionario de bajo rango y adquirió un profundo conocimiento de la literatura medieval y arábiga mientras estudiaba el bachillerato.Una vez en la Universidad Rey Faruk I (hoy Universidad de El Cairo), donde estudió Filosofía, comenzó a escribir artículos para revistas especializadas, como 'Al Mayal', 'Al Yadid' y 'Ar Risala'. Con el fin de perfeccionar su inglés, en 1932 tradujo al árabe la obra de James Baikie 'El antiguo Egipto'.
Terminados sus estudios, empezó a escribir ficción y publicó bastantes relatos en los años siguientes. En 1938 publicó su colección 'Susurro de locura'.Entre 1939 y 1954, mientras trabajaba en el Ministerio de Asuntos Religiosos, publicó tres volúmenes de una proyectada serie de 40 novelas históricas ambientadas en el periodo faraónico. Con posterioridad abandonó este proyecto y se dedicó a escribir sobre temas sociales, al tiempo que elaboró varios guiones para el cine. A esta etapa pertenece, por ejemplo, 'Principio y fin', que contó con la participación de un joven Omar Sharif.Está considerado uno de los escritores árabes contemporáneos más innovadores y el tema central de sus novelas ha sido el hombre y su impotencia para luchar contra el destino y ciertas convenciones sociales. En el clima de cambio político que siguió al derrocamiento de la monarquía egipcia en 1952, su 'Trilogía de El Cairo' (1956-1957) obtuvo un gran éxito. La obra está inspirada en su propia biografía y narra la historia de una familia de clase humilde durante los años 1917 y 1944 en Egipto.
Su producción comprende unas cuarenta novelas y colecciones de cuentos, la mayoría traducida al inglés y francés. Entre sus obras cabe destacar 'Chicos de Gebelawi' (1959), 'El ladrón y los perros' (1961), 'Miramar' (1967), 'La Azucarera' (1990) y 'Palacio del deseo' (1990). A lo largo de su carrera ha experimentado con la técnica narrativa y en especial, con el monólogo interior y la literatura del absurdo.Mahfuz es también un escritor comprometido. Por su apoyo incondicional al tratado de paz entre Egipto e Israel en 1979 fue incluido en las listas negras de varios países árabes. A finales de los ochenta, el líder islamista radical Omar Abdel Rahman, hoy en prisión por el atentado de las Torres Gemelas de Nueva York en 1993, le condenó a muerte por su novela más famosa 'Los hijos de nuestro bario'.
Esta obra, que le valió el reconocimiento mundial, está paradójicamente prohibida en Egipto, desde la publicación en 1959 de varios fragmentos por entregas en un diario del país. Mahfuz ha sido además objeto de varios atentados. En 1994 fue apuñalado en el cuello por un integrista y dos años más tarde fue calificado de 'hereje' y sentenciado a muerte por grupo de radicales islámicos. Desde entonces ha permanecido prácticamente recluido en su hogar, con salidas esporádicas y controladas por la policía.En 1988, obtuvo el Premio Nóbel de Literatura por 'haber elaborado un arte novelístico árabe con validez universal'. Además cuenta, entre otros, con el Premio de la Academia de la Lengua Árabe y el Premio Egipcio de Literatura. Candidato al Premio Príncipe de Asturias en 2000, da su nombre a un Premio de Traducción organizado por el Instituto Cervantes.
Hace tres años fue hospitalizado luego de sufrir una repentina crisis cardiaca. Su salud comenzó a deteriorarse en 1994, tras el atentado sufrido con un cuchillo que le causó graves daños en la visión y la audición, así como la parálisis del brazo derecho. Desde el pasado 18 de julio permanece en Cuidados Intensivos en el Hospital de la Policía de Al Aguza, de El Cairo, y su estado ha empeorado en las últimos horas. Esto es el fin. Vaya con Dios maestro que no merece mejor lugar aunque el cielo quede debajo de su ventana, allá en las sofocantes calles de ese El Cairo tan temido.
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