FELIZ CUMPLEAÑOS,
Señor Dictador
EL DOMINGO 13 fue cumpleaños de Fidel Castro. 80 años vive “El Dictador” Fidel. Hace dos semanas cuando se supo que estaba enfermo, sus enemigos de Miami salieron a celebrar a la Calle 8. Algunos se dejaron llevar por el entusiasmo y anunciaron prematuramente la “muerte” del líder cubano. Los viejos exiliados y sus descendientes, mantenidos con vida artificial durante décadas mediante desembolsos especiales del Congreso de Estados Unidos y de la CIA, se manifestaron en una pantomima jocosa, como si ellos tuvieran alguna importancia para Cuba o para el mundo. Fidel está vivo. Qué pena amiguitos, se quemaron.
Hay periodistas que merecen celebrar la muerte. Otros “periodistas plumiferos” como Openheimer y Montaner, arrinconados en Miami, eternos ayayeros del desfile de los gusanos, quienes durante décadas han servido los intereses de Estados Unidos, no tienen ningún derecho. Ellos están hace mucho tiempo más muertos que Fidel. A Mario Vargas Llosa se le permite su rumia y conjeturas sobre esa muerte que tantas veces ha deseado. Vargas Llosa es un gran escritor, el puede escribir lo que le da la gana. Su hijo no. Ese es un sietemesino de bruja. La derecha cavernaria peruana –debo acaso mencionar a Aldo Mariátegui y a nuestra eterna encargada cultural Maki Miro Quesada—se han puesto rabiosos.
Soñaron que en Cuba la gente iba a salir a las calles a celebrar como ellos, pero el pueblo cubano --incluso la disidencia-- reaccionó de manera muy distinta. Los gusanos y marielitos se quedaron con los crespos hechos porque no tienen todavía un cadáver para hacer su trabajo depredador; el tiro salió por la culata, no les va a quedar otra opción que tragarse la derrota, la fiesta se les ha aguado. Al final de cuentas Fidel sigue y seguirá con Cuba y con América Latina, aunque su cuerpo ande viejo y gastado.
Entonces Sol Carrero y Raulito Tola no festejen ni hagan el ridículo en el colmo del neoayayerismo el reportaje de la periodista española Anuska Buenaluque en «Cuarto Poder»; que la tía hizo aquello que sólo hacen los medrosos. Agarrar una cámara escondida, disfrazarse de payasa y grabar la alegría imposible de un pueblo como el cubano que no festejaba la muerte ansiada de su dictador. Eso no es periodismo ni nada, señorita Buenaluque. Eso es espionaje y bien merecido de trago su miedo y yo sé por dónde.
Digo entonces que recuerdo una famosa entrevista a Gabriel García Márquez en la televisión francesa. Gabo recordaba también en ella que cuando vivía en París en épocas de dictadores latinoamericanos –Fulgencio Batista en Cuba, Marco Pérez Jiménez en Venezuela, Gustavo Rojas Pinilla en Colombia, Anastasio Somoza en Nicaragua, Odría en el Perú--, que frente a su buhardilla del Barrio Latino tenía su balcón el enorme poeta negro y cubano o al revés, don Nicolás Guillen, y que una tarde de Año Nuevo apareció gritando con ese acento que sólo tienen los cubano: «Cayó el hombre». Todos los latinos que vivían en los alrededores pensaron que se trataba de su dictador. Luego como vieron más que eufórico que descocado al poeta, cayeron en cuenta que Fidel Castro y la revolución de sus barbudos había derrocado a Batista. García Márquez se sonreía con esa anécdota así como yo sonrío con la pataleta reaccionaria de tanto chupamedias retrógado que en aras de la libertad exigen la muerte de Fidel y la vida eterna de Bush. Se fregaron ahí está Fidel, vivito y coleando.
Que tiene enemigos, los tiene. Pero El dictador merece grandeza para pedir su desaparición física, no menudencia ideológica. ¿Quién, Althaus, Rafael Rey, Lulú, la China Tudela? Bueno. Si viviera Guillermo Cabrera Infante hace rato se hubiese mandado un libelo a la manera de González Prada, con ironía y rabia, con genio y empaque. No esos ignaros clonados con el ADN de la ignorancia. No esos no tienen autoridad moral ni sexual. Qué hable el poeta Raúl Rivero, que vive exilado en Madrid, y que diga que ese exilio es un dolor, una molestia itinerante. Un sobresalto que puede llegar a la dulzura y tiene, a veces, nombres propios o es sólo una hoja de papel. Un día se presenta como un patio. Otro, como una arboleda borrosa o como una casa sin definición. El exilio no se puede tocar, pero va siempre con el exiliado. Es una plaza sitiada en la memoria.
Que de aquello sabía el gran poeta Gastón Baquero que era gran amigo del mejor escritor barroco del Caribe que fue don José Lezama Lima y que murió en Madrid, frente a unos ventanales desde los que podía ver las rosas de Villalba, pero hacía viajes secretos, urgentes a La Habana cuando abría y cerraba los ojos y se tocaba el alfiler de la corbata. Así como lo imaginaba Cabrera Infante que paseaba por un parque de Londres y Heberto Padilla acompañado por el fantasma de William Blake, a la hora final, en Alabama. Jesús Díaz a una cuadra de la calle de la Infanta Mercedes y Antonio Benítez Rojo en los inviernos.
Porque Rivero ha confirmado una verdad tan gigante como su pena. Que los dictadores saben que el exilio es una especie de muerte provisional. Matan de esa forma sutil, casi sin sangre, a quienes los denuncian y piden aperturas y derechos. A las personas que quieren elegir qué sirven en la mesa de su casa, dónde estudian sus hijos y qué libros leen para conocer otras vidas y otros mundos. Que hay en Cuba también 316 demócratas que cumplen condenas en las cárceles y cientos de hombres y mujeres que viven en el ya numeroso 'insilio'. Allá adentro, bajo el fuego diario, sin autorización del Gobierno para salir porque los han seleccionado como rehenes. Voy a poner cuatro nombres: Hilda Molina Morejón, Míriam Leyva, Óscar Espinosa Chepe y Jorge Olivera Castilla.
Por eso que suscribir estas palabras de Rivero: «Tengo, desde luego, también ese disgusto interior que describí. Esa pesadumbre del expulsado, el tormento de saber que la ambición de poder de un dictador y sus acólitos me obligó a salir de un país que ayudaron a fundar mis bisabuelos. Una nación donde trabajaron y murieron mis abuelos y mi padre. Está abierto a la esperanza el capítulo final de este destierro».
Hace poco Mario Benedetti ha dicho que decenas de veces estuvo en Cuba y en varios períodos: «la primera vez como invitado y luego varias más como exiliado. Desde su estallido, la Revolución Cubana fue una gran sacudida para nuestra América. En el Río de la Plata, los sectores culturales habían atendido primordialmente a Europa, pero la Revolución nos hizo mirar a América Latina. No sólo para interiorizarnos de los problemas del subcontinente sino también para aquilatar el poder y la presión de los Estados Unidos. En cuanto a la personalidad del propio Fidel, debo consignar que estuve varias veces con él y pude apreciar la sencillez de sus planteos, un inesperado y excelente nivel cultural, la franqueza de que hacía gala ante nuestras objeciones y su infranqueable voluntad de defender y mejorar el nivel de su pueblo».
En Cuba, señores y señoritas si las hay, no existen analfabetos como en el Perú. Uno pude ver a octogenarios que asistían a clases de enseñanza primaria, que la atención a la salud es gratuita y del mejor nivel. «De mi propio país viajan constantemente enfermos de cataratas y hasta de ceguera, que son atendidos gratuitamente y regresan totalmente recuperados), no deben olvidarse a la hora de juzgar su trayectoria», añade Mario.
Y el poeta nicaragüense Ernesto Cardenal ha escrito para la BBC este texto que describe al verdadero Fidel: «Para quienes hemos conocido a Fidel Castro (y lo queremos y admiramos) es difícil hacer una breve semblanza de él. Porque contrario a lo que pueden pensar los que sólo lo conocen por los periódicos (muchas veces hostiles a él) no es un personaje simple de definir sino sumamente complejo. Ante todo hay que decir que es una personalidad genial. Pero no es solamente un genio, sino muchos genios. Se le conoció primero como un genio guerrillero. Después se ha revelado ser también un genio como estadista: uno de los más grandes estadistas de su tiempo, destacándose sobre todos ellos por haber gobernado tantos años con gran habilidad, o si se quiere con mucho éxito, enfrentándose al poder más grande del mundo en condiciones tan desiguales ».
En Internet alguien dijo que para pedir el fin de una era debemos tener un inmenso honor intelectual. No puede caerse así como así en la banalidad de decir que lo insoportable de Cuba es su falta de libertad. A los huevas que piensan sin más de ese modo les cabe la inmortal frase de Anatole France: «Todos los pobres tienen la libertad de morirse de hambre bajo los puentes de París». Lo insoportable de Cuba –Ay mamita y de Fidel-- es que ha demostrado que se puede otra cosa. Que se puede resistir, y en soledad, al imperio más formidable de la historia. Que hay una vida con dificultades inmensas pero en la que todos los habitantes tienen garantizado el alimento, el estudio, la medicina, la universidad. Y lo peor, lo más intolerable, es que esa subsistencia, objetivamente heroica, se convirtió en y continúa siendo un faro para los luchadores sociales de todo el mundo; y en particular para el ‘movimientismo’ y las utopías del patio de atrás, o sea nosotros.
Allí donde haya el escándalo de un desnutrido, de un analfabeto, de enfermedades de la miseria, de una diferencia de clases insultante, de escuelas y hospitales que se caen a pedazos, de cifras espantosas de mortalidad infantil, de viejos abandonados, de niños enloquecidos por la droga, allí se eleva contra las castas del privilegio el fantasma de Cuba. Y el riesgo es que siga elevándose, hasta que no quede nadie, ni un solo imbécil, que mientras lleva una vida de mierda cuestiona que en Cuba no hay democracia.
De que los cubanos puedan resistir depende que no desaparezca una de las experiencias de liberación más concretas y fascinantes de la historia americana. Si los yanquis vuelven a desembarcar allí, cada oprimido de este mundo habrá de quedarse sin el más real de sus faros. Eso es grave, por mucho que a poco de andar quedara demostrado lo terrible de la recolonización. Y por eso, esa cosa de Cuba es cosa nuestra. ¡ Vivo El Dictador, Viva la rabia!
1 comentario:
Fidel Castro, El dictador, despierta todo tipo de sentimientos. Pero jamás voy a justificar a alguien que celebre la muerte de una persona...
Saludos,
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