martes, setiembre 26, 2006

ESTOY ENAMORADO DE MI PAÍS 7: IQUITOS

La Semana del libro de Iquitos:
La Explosión de la Cultura
Por Eloy Jáuregui

Desde que uno baja por la escalera de Aerocondor, Iquitos lo abras[z]a con una temperatura de su mágica ternura. Por la carretera al centro, la escenografía selvática de los afectos es atiborrante. Esa melodía que tiene su gente cuando te dice simplemente, amigo. Ya en el hotel, no hay más que atenciones, cuidado, esmero. Pero además, hoy vengo a la Tercera Semana del Libro que organiza Editorial Tierra Nueva, este diario y a la Segunda Semana de Comunicación de la Universidad Particular de Iquitos que culmina hoy 25 de setiembre.
Jaime Vásquez Valcárcel -nuestro anfitrión y gran amigo- me ha premiado. Nos ha reunido esta vez a los escritores Daniel Titinger, a Jorge Coaguila, al maestro Manuel Jesús Orbegozo, a don Julio Villanueva Chang, a Carlos Paredes, todos traídos desde Lima, y a los locales Cayo Vásquez y el notable poeta Percy Vílchez, las voces más retumbante de esta ciudad. De pronto se cuela una rubia con su plata a darme la bienvenida a la Semana Turística de Iquitos. ¿Cómo se come eso? le digo, y cuando ella me enseña su pierna, se arranca la lluvia. Y su maquillaje se le esfuma de su hermoso rostro.
Le cuento que he venido como periodista y que voy a dictar una suerte de taller-conferencia: "La crónica periodística, La hija mala de la literatura. Claves para entender la escritura pública de autor". ¿Cómo se come eso?, me dice mientras tararea un temita de Vilma Palma e Vampiros, un grupo de la localidad. La noche que me tocó exponer, la decana de Comunicación de la UPI, me afectó de halagos y don Jaime Vásquez, apenas culminé mi perorata, me llevó a su programa de televisión a que desnudara mi tesis. ¡Vaya energía de Jaime! Hace un diario, hace radio, hace televisión, hace libros y hace sed.

Más tarde, en el Aris de la Plaza de Armas de Iquitos, y ya de medianoche, mientras eliminábamos los líquidos efectos de la amistad con Julio Villanueva y Jorge Coaguila y este grupo de hermanos que trabajan en Pro & Contra, el Potrillo Jorge Carrillo, Ángel Vásquez, el señor Bill Jarama y los otros hermanos de este colectivo excepcional de la cultura iquiteña, brindamos por el país, su belleza y por ser tan afortunados de vivir en este tiempo y haber vencido a la mediocridad y la cojudez.
Ahora que estoy a punto de embarcarme a Lima, digo que me voy contento, como siempre. Que al llegar a Iquitos -a la manera de mi hermano mayor, el poeta César Calvo--, venía para enamorarme otra vez, para entender que sólo la cultura es el arma para ser libre. Que el turismo no es sólo cebiche, que ser mundializado es convertirse en un difusor de aquello que es patrimonio nuestro y no de los argentinos, que sólo con la Explosión de la Cultura, el libro es una cerbatana directa al corazón, amén que Iquitos, la capital del afecto, lo necesita para cada vez ser ese lugar donde los cariños embargaron al corazón.

lunes, setiembre 18, 2006

GRANDES COÑAZOS: ORIANA, TEXTOS VAGINALES



VIVIÓ, ESCRIBIÓ, AMO

Oriana Fallaci ha muerto. Su larga entrevista con el cáncer la doblegó en la última pregunta.

«Amarte, es decir, aceptarte, equivalía en verdad a ponerse en el lugar de Sancho Panza, que sigue a don Quijote y canta sus poéticas y alocadas mentiras: vivir el sueño imposible, combatir al enemigo invencible, soportar el dolor insoportable, corregir el error incorregible, alcanzar las estrellas inalcanzables (...). Porque las mismas cosas que me alejaban de ti, me daba cuenta ya, me conducían hacia ti. Como si la diversidad, e incluso la incompatibilidad de nuestras naturalezas fuese el cemento del que se servían los dioses para mantenernos juntos».
(Oriana Fallaci. «Un Hombre»).


Como Stendhal, la combativa periodista italiana podría decir de sí misma que ha muerto una gran dama, una escritora, una magnifica periodista, una luchadora unida al movimiento clandestino de resistencia desde muy joven, miembro del cuerpo de voluntarios para la libertad contra el nazismo, y una atea católica. Se dedicó muy pronto a las entrevistas a importantes personalidades de la política: Henry Kissinger, el general Giap, Golda Meir, Yasser Araf, Husein de Jordania, Indira Gandhi, Ali Bhutto, Pietro Nenni... Autora de numerosos libros: Carta a un bambino nunca nacido, Un hombre, Inshala, La rabia y el orgullo, Despierta Occidente, despierta, La fuerza de la razón, El Apocalipsis Un cáncer, al que llamaba El Otro, con el que convivió muchos años, le quitó la vida a los 77 años.
Ella solía decir que en su caso el lema mens sana in corpore sano hay que sustituirlo por el de mens sana in corpore infirmo, y se hacía las siguientes preguntas: ¿Puede el cerebro controlar, mantener a raya a un montón de células enloquecidas? ¿Puede la mente oponerse a la muerte, obstaculizarla, retrasarla? Yo pienso que sí; no en vano, sostengo que el alma es una fórmula química; pues, quizás esa fórmula contenga los anticuerpos que negándose a dejarse sojuzgar por la células enloquecidas me proporcionan, por ahora, una especie de inmunidad. Oriana decía: tengo la muerte encima, la medicina ha sentenciado: señora, usted no puede curarse, no se curará; con ese veredicto, y a pesar de los anticuerpos del cerebro, no me queda mucho tiempo de vida. Pero tengo muchas cosas que decir.«vivió, escribió, amó».
Y, en su caso concreto, la vida se desplegó en cada uno de estos verbos yuxtapuestos. Guerrillera del mejor periodismo del siglo XX, casi siempre frente al poder. Tuvo el privilegio de saberse cronista de episodios que, en el momento mismo en que estaban sucediendo, existía la certeza de que nacían destinados a que la Historia les diese acogida. Entrevistadora de muchos los principales protagonistas de la segunda mitad del siglo XX, escritora incisiva que a nadie dejaba indiferente.

¿Cómo no admirarla? ¿Cómo no haberse estremecido también leyendo sus libros más logrados, entre ellos, «Un hombre», del que se reproduce el párrafo que encabeza este artículo?¿Cómo no tener presentes sus dentelladas a las guerras más cruentas que tuvieron lugar durante la segunda mitad del siglo que se fue?


Reportera de todos nosotros, comprometida con causas que hicieron suyas las generaciones más díscolas del siglo XX. Mujer combativa y retadora. Pensando en ella, es imposible no sentirnos tentados a decir que fue acaso la mujer periodista de referencia durante décadas, que se conjuró contra los fantasmas y espectros que recorrieron el mundo en tiempos que fueron decisivos. Cuando acudía a los escenarios que eran noticia, la dimensión que los susodichos cobraban se incrementaba espectacularmente, porque la presencia de Oriana era también todo un acontecimiento.


Fue la palabra en tantos y tantos escenarios donde se emplazó el dolor. Fue el compromiso. Fue el clamor de los sueños de una juventud que anhelaba cambiar el mundo. Periodismo el suyo beligerante en pro de la paz y la justicia.

A partir de la década de los noventa se fue retirando de la primera línea de combate de la actualidad mundial. Y tras el macabro atentado del que acaban de cumplirse cinco años, su nombre regresó a los titulares de prensa. Se mostró combativa, dijo verdades como puños en contra del fundamentalismo islámico, que sólo desde posiciones bobaliconas puede ser defendido. Desde su trinchera alertó acerca de los peligros que acechan a las libertades de las que gozamos en el llamado primer mundo que habitamos. Ella, sobre los rescoldos que habían dejado los atentados del 11-M, y Glucksmann, algo más tarde con su libro «Dostoievski en Manhattan», fueron las voces díscolas en contra de un pseudoprogresismo mal entendido, que no quiere quitarse la venda ante un credo que niega los cimientos de lo que sostiene la libertad y la dignidad.

Oriana Fallaci, luchando por la vida y contra la enfermedad que terminó por matarla, suscitó la polémica en los ámbitos que hasta entonces habían sido tan suyos. Cuando escribió «La rabia y el orgullo», indignada no sólo por la matanza bestial del 11-S, sino también por la ingenuidad de la que hablamos antes por parte de quienes no son conscientes de las libertades que tienen, incurrió en errores de apreciación vidriosos, hablando de los árabes que residen en Europa, concretamente en Italia: «¿Qué trabajo hacen? ¿De qué forma suplen la necesidad de mano de obra que el ex proletario italiano ya no cubre? ¿Vagabundeando por la ciudad con el pretexto de las mercancías para vender? ¿Zanganeando y estropeando nuestros monumentos? ¿Rezando cinco veces al día?». A todas luces, excesivo. Claramente, injusto.


En cualquier caso, ni siquiera sus últimos patinazos, que le impidieron detenerse en la casuística que hay en la inmigración al mundo occidental, así como en la miseria que es el germen de fanatismos y de horrores, empañan una trayectoria como la suya, que vivió los acontecimientos con una pasión y una cercanía tales que admiran y estremecen a quien decida acercarse al devenir vital y profesional de esta periodista que «vivió, escribió, amó». Vivió, escribió, amó momentos tales que en su presencia pasaron del fluir de los hechos a ese entramado al que seguimos llamando Historia.
Seguro que Oriana Fallaci no quiere descansar. Su vida y obra son una lucha que no cesa, un combate por la vida. La escritura hecha coraje.

Lean, por favor, la novela referida. Alguien que relató así una historia de amor batalla y batallará siempre contra esa «ley severa», al modo quevediano, es decir, «más allá de la muerte». Oriana Fallaci es «la crónica del más acá». La reportera del siglo XX, de esa centuria a la que en su día le puso letra y música la ardiente lucidez de Discépolo.




miércoles, setiembre 13, 2006

CAZA PROPIA: PIZARRAS AL ATARDECER TEMPRANO


MAESTRO DE MI MISMO
Escribe Eloy Jáuregui

Fue a principios de septiembre del 2001 que comencé a dictar regularmente cursos de periodismo. Había desde ante participado en conferencias, charlas, disertaciones, pero fue un 7 de septiembre --hace 5 años-- cuando exactamente descubrí la cosa. No pude dormir la noche anterior. Me temblaba por primera vez el píloro. Un hipo recorría mi pierna izquierda. Sudaba como un degenerado. Era otra esfera, un camino minado más que abonado de esperanzas ignotas.
Cuando uno escribe, además de la tentación de funda un universo, se enfrenta siempre al maldito reto de estar permanentemente a punto de colocar el punto final. El grado cero de la escritura y uno es dueño de su texto tanto como de su sexo. Uno es dueño de las palabras tanto como un Dios.

Enseñar era distinto. No tenía término. No había moraleja ni colofón. Sabía que los alumnos pagaban para que yo les muestre el secreto de unir palabras y que este matrimonio o himeneo les cambie la vida. Era diferente, lo juro. Mi divorcio estaba fresco y me dolía el corazón. Entonces era sensible hasta cuando me mordía una mosca. Toda mi confianza se había ido al carajo desde que apagué el televisor y quedé colgado literalmente de la vela la noche de antes. Ahora lo confieso porque enseño en cuatro distintas universidades de Lima y el Perú y de tan diferentes, he aprendido una técnica que es casi un romance con la nada. El saberme amigo de mis alumnos simplemente.

Yo que antes decía que uno podía escoger a sus amigos y no a sus familiares. Ahora digo que son los amigos los que lo escogen a uno y se vuelven su familia. Hermanos menores, cómplices y secuaces del hurto de los afectos más intensos. ¿Y por qué yo y no ellos? Así me preguntaba. No era cierto que ir a dictar un curso de Redacción Periodística o de Fundamentos de la Información o Nuevas tecnologías de la Comunicación o mis Talleres de Crónicas y Entrevistas era un poco convencerlos a ellos que la profesión es un mar proceloso donde siempre uno naufraga.

Entonces qué decirles de lead o el látigo del primer párrafo. Qué de la sinalefa o la metáfora. Qué de la tropología y la retórica. Qué de la sindéresis y el discernimiento. Qué de la vida y las emociones fuertes. Qué de los cojones y la decencia. Qué de la vergüenza y la dignidad. Qué de la pasión y el compromiso. Qué de los valores y la consecuencia. Qué de las orgías de trabajo y el respeto perpetuo. Qué de la ciudadanía y el compromiso con la verdad. Qué de los artefactos mediáticos y la innovación. Qué del día a día febril y el silencio de la lucidez. Qué del país y su sinfonía callada en 4 versos desesperados.

Hace unos días, mientras escuchaba la brillante exposición del viejo maestro, Dr. José Agustín de la Puente Candamo, llamada «Relación del ciudadano con el Estado en la vida de la República» en el décimo aniversario de La Defensoría del Pueblo, recordaba a Hugo Neira cuando entre unos piscos acholados y junto al calor de su adorada Claire, me contaba con ese esmero académico que tiene Neira, la virtud de otro educador, el insuperable dómine peruano, don Raúl Porras Barrenechea. Era embajador, catedrático e institutor. Pero antes, era un ser vital. Aquel amaba su ciencia e ilustraba con fervor su tarea de pedagogo. En su casa, con los jóvenes discípulos hablaba de Heidegger como de Nietzsche. Pero a las once de la noche, encabezaba la cruzada a los pagos de Surquillo y en el bar El Triunfo, el maestro Porras se despachaba con la técnica de Valeriano López para dominar la hipérbole del balón en la medialuna y su cabezazo certero y matinal. O cómo Toto Terry había domeñado la forma física de la constante en velocidad y había hecho con su cuerpo lo que Vaslav Nijinski hacía con el suyo en el ballet «El espectro de la rosa». ¡Qué jijuna, por el amor de Dios!

En la Universidad de Lima y mientras escuchaba los herméticos secretos de la actuación del maestro Jaime Lértora, entendí después, el por qué él decía a los gritos que una clase era una puesta en escena. Era bien cierto que había que hipnotizar al auditorio, que había que desflorar a la pereza, que había que hacerle el amor a la ingeniosa virtud de la originalidad. Un guía académico no es más que un ser predestinado a la composición con palabras, gestos y símbolos. No hay mentor sin gracia ni consejero sin ciencia. Y el profesor es uno que sabe el orden de las cosas y nada más. Es sistémico e interpreta el repertorio de un saber. Construye y reconstruye el terciopelo de las rosas y el óxido de las historias.
Habla con ardor de los arrebatos de la tecnología e interpreta con pasión el ardid de la travesía por los recónditos caminos que llevan a la ilustración.
He tenido grandes maestros y los he admirado por su lucidez y perseverancia. Desde el profesor Perales y el maestro Gregorio «Goyo» Martínez en la Escuela Fiscal 401 de Surquillo hasta los doctos Carlos Garayar, Desiderio Blanco, Raúl Bueno y Antonio Cisneros en la Universidad Nacional Mayor de San marcos. Como no recordar a don Onorio Ferrero que me alimento de belleza cuanto tuvo de paciencia para presentarme a Tasso, a Petrarca y Ariosto y toda la poesía clásica italiana. Y sería injusto olvidarme de Ricardo Uceda y Edmundo Cruz en la Escuela de Periodismo Jaime Bausate y Meza. Ellos me contagiaron con el virus del buen periodismo y las pautas de la investigación.

Por eso damas –si las hay—y caballeros –si están ahí—, les digo que yo sólo soy ese alumno alunado que escuchaba la maestría de mis profesores, de todos los que se colocaron delante de mí y sin power point y me condujeron hasta esta estación donde me he detenido sólo porque los quiero. Su elogio son estas líneas que no habitan más que como pretexto para escribir de mí, de mi entusiasmo por lo que hago. De mi desencanto cuando recuerdo que me olvido de todos otros que se me esfuman como espuma que inerte lleva el caudoloso río [Flor de azalea, dixit], y mi emoción cuando ingreso a la clase. Como ahora que anochece frente a los cerros de La Molina y empiezo mi clase. Gracias [y sin punto]


LA RESPONSABILIDAD DE LOS PERIODISTAS: WALSH

RODOLFO WALSH

[1927-1977]


Periodismo o las armas del lenguaje


La reedición de Un oscuro día de justicia, uno de los grandes relatos de Rodolfo Walsh, no solo repone su potencia narrativa. También las tensiones entre literatura y política que acompañaron a un hombre que trajinó por las editoriales, el periodismo de investigación y la creación antes de entregarse a la militancia en Montoneros.



Toda una época se arremolinó en un hombre enjuto, con aire de trabajada determinación y rostro subrayado por anteojos: Rodolfo Walsh fue ese torbellino que en cincuenta años de vida (1927-1977), escribió, tradujo, compiló, denunció, militó y murió revólver en mano, en el barrio de Balvanera, cercado y rematado por esbirros de la ESMA.

Walsh, o sea: la escritura filosa y bien arriba. Walsh: el equilibrio inestable entre la culposa y obsesiva persecución de la forma y la convicción de que hay que dejarlo todo atrás, pues ni la más feroz acusación sirve si después "se sacraliza en arte". Walsh en la industria cultural, en los libros, en el flamígero y minucioso periodismo de denuncia, en la organización armada Montoneros.

Y ahora, Walsh por la vuelta: Ediciones de la Flor se apresta a reeditar Un oscuro día de justicia, gema de la serie de cuentos sobre el internado de chicos irlandeses. Junto con él, la recuperación de otro relato Zugzwang, donde la intriga la aporta el tablero de ajedrez. Para completar: un prólogo del maestro Jorge Lafforgue y la famosa entrevista que le realizara Ricardo Piglia para la revista Adán en 1970, sí, aquellla nota donde define y se define: "es imposible hoy en la Argentina hacer literatura desvinculada de la política".

Pero ¿había escrito Walsh una "literatura desvinculada de la política"? ¿Se autoflagelaba por eso, adentrado ya sin fisuras en la etapa sartreana y guevarista del compromiso? ¿Triunfó en Walsh el compromiso y entonces cabe la cristalización de su vida casi en contra de una obra? Pues no: a casi treinta años de su asesinato Walsh sigue plantándose entre contradicciones móviles, de esas que echan humo todavía.

La narrativa de Walsh reconoce como punto de partida la publicación del libro Variaciones en rojo (1953), tres relatos que rinden tributo a su gusto por el policial clásico. La escritura es aquí una continuidad de sus primeras inmersiones en el mundo editorial como traductor, corrector, asesor de colecciones y compilador. Es claramente el hijo pródigo de la relectura de la narrativa universal que encabeza Jorge Luis Borges recolocando a los anglosajones en el gusto argentino. Y como escritor también tributa a Georgie, al reconocer en Seis problemas para Isidoro Parodi (Borges- Adolfo Bioy Casares, 1942) el estreno nacional del género policíaco. Paradojas nacionales: ¿Es concebible el radicalizado Walsh sin el conservador Borges?

El policial le sirve a Walsh para hacer algunas indagaciones más existenciales que sociales La elección de género insiste en los relatos que serán recopilados en Cuentos para tahúres y otros relatos, algunos de ellos premiados en un par de concursos donde Borges y Bioy fueron los jurados. Pero en Los oficios terrestres (1965) el abanico se abre inficionado por la vida política: allí aparece el cuento Esa mujer, Eva Perón, por lo tanto, "con toda la muerte al aire"; allí también se publica Fotos, colage de imágenes narrativas deudoras de Joyce extraídas de un pueblo bonaerense en el que sopla un fascismo con olor a pasto. También el apunte vanguardista de El soñador y el vilipendiado mundo militar en Imaginaria. Y claro, el primer cuento de la saga de los internados Irlandeses detrás de un gato.

En Un kilo de oro, el siguiente libro de cuentos, el mundo rural reaparece en Cartas; la técnica del relato paralelo brilla en Nota al pie y los irlandeses trajinan de nuevo en Los oficios terrestres. El escritor ya había ensamblado su saber literario con la crítica política y había pasado de celebrar la caída del peronismo en 1955 a indagar en los destinos y los afanes de los derrotados.
Ya viraba hacia el periodismo militante, ya adscribía a la experiencia cubana y viajaba y descifraba un cable que le permitió al régimen de Castro ponerse al tanto de la inminente invasión en Playa Girón, ya, para Gabriel García Márquez, Walsh era "el hombre que se adelantó a la CIA". La opción vital e ideológica se dinamiza y se consolida: la escritura puede ser un elemento formidable al servicio de la acción pero eso no hace a un hombre entero, el paradigma se había terminado de dibujar en Bolivia: si Guevara iba del protagonismo político a la escritura de su Diario, para los escritores como Walsh el imperativo moral trazó el camino inverso: de la escritura a la acción.




Walsh básico
ESCRITOR Y PERIODISTA

[RIO NEGRO 1927, BS. AS., 1977] En 1944 comenzó a trabajar como corrector y traductor de la editorial Hachette y siete años más tarde se ligó al periodismo en las revistas Leoplán y Vea y Lea. Por entonces fue convocado por La Nación pero rechazó la oferta. Fue uno de los fundadores de Prensa Latina en Cuba, desde donde interceptó un cable norteamericano que anunciaba la invasión de Playa Girón en 1961. A su regreso a la Argentina escribió en Primera Plana, Panorama y el semanario de la CGT. Además compartió con Paco Urondo y Haroldo Conti la redacción de la revista Militancia. En 1973 se unió a Montoneros como encargado de inteligencia y tras el golpe de Estado de 1976 organizó la Agencia de Noticias Clandestina. El 25 de marzo de 1977 fue asesinado por un grupo de tareas cerca de Congreso, luego de despachar su "Carta abierta a la junta militar". Algunos de sus libros más emblemáticos son "Operación masacre" (1957) sobre los fusilamientos en José León Suárez; la compilación de cuentos "Los oficios terrestres" (1965), y "¿Quién mató a Rosendo?" (1969) .



[FRAGMENTO ]

CARTA ABIERTA DE RODOLFO WALSHA LA JUNTA MILITAR

1. La censura de prensa, la persecución a intelectuales, el allanamiento de mi casa en el Tigre, el asesinato de amigos queridos y la pérdida de una hija que murió combatiéndolos, son algunos de los hechos que me obligan a esta forma de expresión clandestina después de haber opinado libremente como escritor y periodista durante casi treinta años. El primer aniversario de esta Junta Militar ha motivado un balance de la acción de gobierno en documentos y discursos oficiales, donde lo que ustedes llaman aciertos son errores, los que reconocen como errores son crímenes y lo que omiten son calamidades. El 24 de marzo de 1976 derrocaron ustedes a un gobierno del que formaban parte, a cuyo desprestigio contribuyeron como ejecutores de su política represiva, y cuyo término estaba señalado por elecciones convocadas para nueve meses más tarde. En esa perspectiva lo que ustedes liquidaron no fue el mandato transitorio de Isabel Martínez sino la posibilidad de un proceso democrático donde el pueblo remediara males que ustedes continuaron y agravaron.

[Y sigue] ¡Gloria Eterna, Compañero Walsh!

lunes, setiembre 11, 2006

LEO MATIZ: UN MACONDO EN BLACO Y NEGRO



El fotógrafo de Aracataca

Nacido en el mismo pueblo que García Márquez, Leo Matiz llevó una vida que albergó varias: recorrió el mundo, se codeó con celebridades, fundó diarios y galerías de arte, cubrió guerras y revoluciones, vivió con los mejores artistas de su época y hasta fue dado por muerto un puñado de veces. Por suerte, a todos lados llevó su cámara en bandolera.


Frida Kalho en Veracruz

El fotógrafo colombiano Leo Matiz (1917-1998) es toda una leyenda de la fotografía del siglo XX. Nació en el olvidado pueblito de Aracataca, el mismo que alumbró a Gabriel García Márquez, y acaso marcado por ese sino recorrió una vida que se disputa con la frondosa imaginería del Premio Nobel. Caricaturista, pintor, fotógrafo de cine, actor, publicista (y de paso fundador de galerías de arte y medios propios), Matiz se ganó el reconocimiento de la crítica internacional como el “guardián de la sombra” de la fotografía latinoamericana, título que le va bien tanto por las poderosas luces y sombras que encienden sus imágenes blanquinegras como por sus dispares objetivos que pivotean entre las cumbres del poder y los labe-rintos del olvido.


Matiz tuvo una vida de pasiones. Llegó a México en 1941, el mismo día de la muerte de León Trotsky, queriendo ser cineasta o actor, trabajó como asistente de cámara e intimó con los muralistas mexicanos (al punto que terminó denunciando a David Siqueiros por plagio); obligado por un editor compró su primera cámara a tres dólares y vendió su primera obra a 100, montó su estudio en Nueva York, cubrió la guerra de Medio Oriente y volvió a Bogotá, donde fundó una galería de arte dedicada a los artistas olvidados. Buscador de “todos los ángulos”, ya en 1949 figuraba en la lista de los 10 mejores fotógrafos del mundo y en su vejez el go-bierno francés le otorgó el pomposo título de “Caballero de las Artes y las Letras”.


Perón, exilio, Venezuela
Sólo en 1948 vislumbró dos veces la muerte. Fue herido en el centro de Bogotá, víctima de un levantamiento que terminaría en el asesinato del líder popular Jorge Eliécer Gaitán, a quien Matiz había entrevistado esa misma tarde. ¿Cómo? Desde la camilla del hospital, y con una cámara prestada le robó al caudillo una toma de su espalda que recorrió el mundo. Ese mismo año, de viaje por Palestina como observador de guerra de la ONU, cayó a un pozo hirviente y fue dado por muerto. Pero revivió para presenciar (y fotografiar) el atentado contra el Conde Bernardote, mediador del conflicto, imagen que reproducirían todas las agencias internacionales.

Luis Buñuel en México D.F.

Recorrió el mundo trabajando para las revistas Life y Selecciones del Reader’s Digest, Look, Harper’s Magazine, Norte y Así. Y entre tanto se codeó (y no sólo) con figuras de toda índole. Sólo su álbum íntimo incluye a Diego Rivera, Frida Kahlo, Luis Buñuel, Marc Chagall, María Félix, Dolores de Río, Esther Williams, Louis Armstrong y el torero español Manolete. Entre sus estampas se puede encontrar un diáfano primer plano de Pablo Neruda, una lozana Isabel Sarli, un Fidel Castro empuñando distraído rifle y habano y hasta un sonriente dactilógrafo Juan Domingo Perón.


Gitana, México (1944) Se dice que con su técnica del contrapicado –tomando a su objetivo desde abajo– capturaba el alma de sus personajes. Y con la misma fuerza expresiva que dedicó a las celebridades se entregó a los rostros anónimos de tejedoras colombianas, aguadoras de Yucatán, campesinos e indígenas del amazonas. Matiz nunca se alejó de la calle y logró pintar la incertidumbre latinoamericana. Un imposible sueño mexicano durmiendo en el banco de una plaza, los restos de una conquista latiendo en el cuerpo sudado de un obrero, la escena de una pesca imposible, la escultura abstracta de torres eléctricas, la silueta extrañada de una obra en construcción o un impresionante sol desplegado en una red de pesca.


Primeros planos de rostros y manos de trabajadores y ancianos. Ojos y manos. La asombrosa continuidad entre una brizna vegetal y los dedos que la aprisionan y también la piel curtida de otras manos que apenas difieren del tejido que elaboran. Luces y sombras que despiertan con magníficos relieves los silencios del anonimato.


jueves, setiembre 07, 2006

FIEBRE CRÓNICA: RULFO AHORA SE LLAMA CARLOS





¿QUE HAY, MONSIVÁIS?
El lunes, el escritor Carlos Monsiváis ganó uno de los premios de más prestigio en las letras hispanoamericanas, el Juan Rulfo, envuelto en una polémica entre los familiares del autor de “Pedro Páramo” y los organizadores.Por primera vez, luego de 17 ediciones, el premio no se entrega en los géneros de poesía o cuento. Se le confiere a uno de los cronistas más prestigiosos del mundo, interesado en la cultura popular de su país y en la política.
Durante meses, Monsiváis apoyó la candidatura del izquierdista Andrés Manuel López Obrador y sigue creyendo que los intelectuales son libres de tener la afinidad política que les plazca, sin que esto lacere su trabajo artístico.Monsiváis “ha renovado las formas de la crónica periodística, el ensayo literario y el pensamiento contemporáneo de México y América Latina”, dijo, en la lectura del dictamen final del jurado, la intelectual chilena Cecilia García-Huidobro.l lunes, el escritor Carlos Monsiváis ganó uno de los premios de más prestigio en las letras hispanoamericanas, el Juan Rulfo, envuelto en una polémica entre los familiares del autor de “Pedro Páramo” y los organizadores.



Por primera vez, luego de 17 ediciones, el premio no se entrega en los géneros de poesía o cuento. Se le confiere a uno de los cronistas más prestigiosos del mundo, interesado en la cultura popular de su país y en la política. Durante meses, Monsiváis apoyó la candidatura del izquierdista Andrés Manuel López Obrador y sigue creyendo que los intelectuales son libres de tener la afinidad política que les plazca, sin que esto lacere su trabajo artístico.
Monsiváis “ha renovado las formas de la crónica periodística, el ensayo literario y el pensamiento contemporáneo de México y América Latina”, dijo, en la lectura del dictamen final del jurado, la intelectual chilena Cecilia García-Huidobro.


“En la literatura ya no es posible dictar cánones”

Eso de hablar de su obra sigue resultándole artificial e incómodo a Carlos Monsiváis. Se escucha cansado, pero lúcido, y no duda en realzar entusiasmado la obra del hombre que le da título al premio que recién obtiene, el Juan Rulfo, dotado con $100 mil.
El próximo 25 de noviembre, en la inauguración de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (estado de Jalisco, México), Monsiváis sucederá en ese trono literario hispanoamericano al mexicano-español Tomás Segovia. Se convertirá, además, en el primer intelectual que obtiene ese lauro gracias al uso de su pluma en crónica y ensayo, y no en narrativa u obra poética.
Paradójicamente, el Gobierno de su país, con quien Monsiváis guerrea constantemente de manera discursiva, lo felicitó solo un día después de la oficialización de su premio.

El mexicano advierte que no se siente cómodo hablando de su obra, pero no le tiembla el pulso cuando una valoración política se topa en su camino.

¿Cómo recibe este premio?

Me ha parecido sorpresivo, y en esto no miento. Me ha adherido a las razones de la sorpresa, y en esto tampoco miento. Mi autocrítica me lleva a sentirme en falta, y mi alegría me lleva a prescindir de la autocrítica.
Es un momento político difícil en México, y su afinidad con Andrés Manuel López Obrador también está en boga.
Sí. Me he adherido a la candidatura de López Obrador y a la Coalición Por el Bien de todos. Pero también hice una crítica pública acerca de que bloquear las avenidas no era una técnica pertinente, porque implicaba el sacrificio involuntario de aquellos a quienes perjudicaba esta medida. Me ha parecido también que ha habido una campaña terrible, sucia, agresiva, carente de ética, en contra de López Obrador. Pienso que en este momento, con la decisión del tribunal electoral que ya se conoce el triunfo de Calderón, pasamos a otra etapa en la que la obligación de la izquierda es preservar su continuidad de una manera racional y democrática.

No le parece simbólico que el ganador del premio Juan Rulfo, el más importante de las letras mexicanas, se encuentra en este momento tan involucrado con la izquierda, con la política...
Bueno, pero me encuentro involucrado como todos los mexicanos. Para mi fortuna, no todos los mexicanos ganaron el premio Juan Rulfo; aunque, por diferentes razones, cada uno merecería un gran premio, supongo. Pero lo que me resulta paradójico es lo distante que estamos todavía de un proceso transparente y democrático y la necesidad que se tiene de no defraudar las esperanzas de los millones de jóvenes que esta vez creyeron en la vía democrática y que de alguna manera se sienten tristes, abatidos y desplazados por lo que ha pasado.

¿Y usted se siente triste?

Yo tengo que combinar mis estados de ánimo: mi alegría personal con la también tristeza personal. No es nada fácil.

¿Es necesario que los intelectuales de América Latina se sigan involucrando con la política de sus países?

Ese compromiso en México ha sido tanto para un lado como para otro. Ha habido partidarios de la línea del Partido Acción Nacional (PAN), de derecha, y ha habido muchísimos otros que hemos apoyado a la candidatura de López Obrador. En ese sentido no hay reglas, creo que cada uno decide, pero que es cada vez más difícil que alguien se declare absolutamente al margen de lo que sucede en la política. Todos hemos tenido intereses, pasiones, antipatías, para ser suave, de manera que no hay reglas, cada quien hace lo que le da la gana, pero es cada vez más difícil no involucrarse en política.

Jurado y críticos de todas partes hablan del premio y de la íntima relación suya con el género de la crónica...

Eso es explícito en el dictamen del jurado. El premio se había dado siempre a la poesía y a la narrativa. Esta vez, con un asunto de ampliación de géneros, se decidió que se reconocieran el ensayo y la crónica. Por eso pude yo ser candidato y después ganador. Porque se había declarado que era necesaria esa inclusión de géneros. No es que yo sea parte del criterio, sino que el criterio, después de 17 entregas, a poesía y narrativa valía la pena algo de la crónica.

Cecilia García-Huidobro, portavoz del jurado, al leer el dictamen, dijo que usted había renovado el pensamiento literario y la crónica de América Latina. ¿Pueden resultar ajenas a la literatura estas características para algunos?

Es que el estilo neto de la literatura ha cambiado tanto que no es posible dictar cánones. Ahora, por otro lado, yo no puedo y no debo sostener opinión respecto a la calidad o a la diafanidad u oscuridad de mi trabajo. Así es que le cedo la palabra a Cecilia García, y solo me queda esperar que aunque sea en alguna mínima medida tenga razón.

Usted ha escrito temas relacionados con la cultura popular de su país. ¿Sigue siendo necesaria esa temática tan identitaria?

La identidad de mi país es una cosa tan variada y tan cambiante que nunca se sabe exactamente de qué se está hablando y a qué uno se está refiriendo. Lo de la cultura popular es algo que ya no tiene la relevancia ni la vitalidad de antes, aunque sí es algo importantísimo, como en todos los países de América Latina: la mayoría de países se integra por habitantes de la cultura popular.

Hace un año, Tomás Segovia se metió en problemas por una opinión sobre Juan Rulfo. ¿Cómo define usted a Rulfo?

Lo que se dijo de Juan Rulfo, en primer lugar ya está dicho, y en segundo lugar casi siempre se ha examinado, sintetizado o analizado con gran justicia. Rulfo es un gran renovador, es un escritor que dio un cambio radical a todos los tratamientos del mundo rural, creó temas y formas estilísticas en verdad duraderas, magníficas e hizo de dos libros y de los otros textos que se han recopilado una maravillosa obra completa que nos sigue enriqueciendo.


¿Es Juan Rulfo el escritor que más ha influido en el siglo XX en las letras mexicanas?

No. Como el escritor que más ha ejercido la maestría en la narrativa de las letras mexicanas, sí, sin duda. Y ha habido muy buenos narradores. Influir no... porque Rulfo es único y no ha habido quien intente esa influencia, porque de inmediato quienes lo hacen producen caricaturas. No ha influido, ha sido esencial, permanente, lectura obligada y asimilación constante.

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