lunes, marzo 12, 2007

TU MALA CANALLADA 4

Foto: Juan Rulfo

SANGRE EN EL OJO

Eloy Jáuregui





Pamela de la Pinella es una mujer joven guapa valiente e inteligente y fue mi alumna en un último curso de periodismo. Hoy ya está titulada. No llega a los 25 años. Es hija del periodista –mi hermano-- Eduardo de la Pinella, asesinado junto a los colegas Pedro Sánchez, Willy Retto, Jorge Mendívil , Jorge Sedano, Amador García, Félix Gavilán y Octavio Infante, y el guía Juan Argumedo en un el paraje de Uchuraccay en Ayacucho hace 24 años un día como hoy.

Pamela sabe de la violencia. El Estado también. A ella no le tiembla la mano y distingue su país de la ilusión y ese de la guerra popular. Aquel donde se mataron los jóvenes más pobres del Perú y el otro que canta en la combi. La CVR dice que murieron cerca de los 70 mil. Yo digo que fueron más. Pamela sabe que no miento. La historia es más actual y no metafísica.

Hoy circula un libro miserable: “Toda la sangre, Antología de cuentos peruanos sobre la violencia política”.
Gustavo Faverón Patriu es su creador. ¿Violencia política? ¿Cuál? La de la barra brava de la "U" o la que esta en forma de cómic en Guamán Poma de Ayala. La de la extirpación de la idolatrías o la que ocurre con los linchamientos en Carabaillo. El autor y su libro fabricó un vademécum policiaco. La literatura peruana cual ojo de comisario editorial. Es injusto. La violencia no es moda, es historia: de Caral a Ilave.

Los escogidos, Miguel Gutiérrez, Zen Zorrilla, Dante Castro, Pilar Dughi, por nombrar algunos, no son apologistas del terrorismo como Faverón sugiere. Escriben contra la incomprensión de Vargas Llosa con su informe de Uchuraccay. El puma y no Mao, el mote y jamás Lenin. En los Andes se sueña como en las playas de Asia. Cada quien pide justicia a su modo. Aquello es subversión para Faverón en un país tatuados de seudónimos.

En Uchuraccay dicen que los marinos de Grau mataron a los periodistas. Nadie lo ha probado. Yo sé que mis colegas fueron asesinados porque quisieron escapar de esa máxima de la Dra. Hildebrandt: “Cuidado con lo que digas”. Pamela de la Pinella mira desde su ventana todas la mañana la imagen de su padre. Es su ejemplo. Ningún crítico literario de Cornell University podrá matarlo.

[Publicado en el diario La República en enero del 2007]

TU MALA CANALLADA 3

Foto: Juan Rulfo

El Capo Kapuscinski

Eloy Jáuregui






El maestro polaco Ryszard Kapuscinski era un retratista de hospitales, de heridos, cadáveres y cementerios. Fue un periodista de vieja laya. Y ahora ahí está, no como cronista sino como un muerto ilustre a los 75 años, conociendo en este momento los yermas rutas del más allá. Escritor y ensayista, fue el maestro de nuestra generación. 75 años no eran muchos.




Los exactos para ser ejemplar como un profesional honesto, de aquellos de raza como Hemingway o Mariátegui o Vallejo. Un hombre que analizaba el planeta, sus contradicciones, sus guerras, los dramas, las gente de a pie que muere por que se muere. Ahora que me entero que lo están velando en un hospital de Varsovia, debo contarles que el viejo era comunista religioso y ateo gracias a Dios.




Que viajó por todo el mundo y que le otorgó dignidad a la profesión que amamos. Hace un par de años, en una entrevista en la televisión mexicana, contaba que había descubierto el ardid del mimetizarse con los alzados en armas y los humildes. Por eso observaba la realidad con transparencia, sin prejuicios, con pasión pero sin perder aquella línea imperceptible del ser gente de prensa y ser soldado de la paz. Por eso fue autor de un libro clásico: “Los cínicos no sirven para este oficio”.




En su último texto, “Viajes con Heródoto”, nos traslada con la luz de historia desde lo profundo de la India a la China pasando por Àfrica y lo que fue la URSS. Calmo, dejó en ese mensaje la mirada de los maestros que entiende a la densidad humana con la ternura del que explica la realidad sin fundamentalismo y rabietas y que ensaya una reflexión lejos de las prisas y las imprecisiones. Kapuscinski no temió estar frente al carnicero de Etiopía, Selassie, el Sha de Irán ni frente a cualquier dictador de pacotilla porque sabía que eran mortales.




Y así nos enseño de la vulnerabilidad del poder y de la mariconada de los cortesanos y traidores. Para los que lo admiramos, en la universidad y con mis alumnos, esta no es una noche cualquiera. Ha muerto un ser humano sensible y comprensivo, culto y mediático ejemplar. No digo más. Ya no quedan como él y todos seremos libres sólo con él.




[Publicado en el diario La República en enero del 2007]

TU MALA CANALLADA 2

Foto: Juan Rulfo
¡Lorchicemos Asia!

Eloy Jáuregui

Me ha llegado un mail: “Operativo Empleada Audaz”. Dizque el domingo 28 de enero, disfrazados como trabajadoras del hogar, invadiremos una de las playas de uno de los balnearios de Asia para protestar contra el racismo “Bio defensa natural”, y agrega la misiva: “Acompáñanos ¡Trae a tus amigas y amigos!”. Digo yo: ¿Qué es? ¿A dónde me invitan? ¿Un mitin con bloqueador de chuño e hilo dental de alpaca? ¿Un kick off 2007 contra mi bronce cobrizo? o ¿Un luau para conocer el “Joia” o la nueva barra del “Nikita”?
Advierto, yo conozco una sola raza: la humana. Subrayo, sé lo que es cholear y por qué un tipejo con una 4X4 socialmente vale más que el patín del mototaxi. Refuerzo, nunca aparecí en la revista Hola retratado con mi chola por Mafe García en el “Aura”. Y cierto, me llega. Un poema del serrano Oquendo de Amat es más bello que un giro lírico de Yeats y una reflexión de MVLl. sobre “El ojo que llora” es más intensa que el pedito liberal de Ocroscoma, alcalde de Jesús María.
La CVR tiene como único fin la reconciliación. Cerrar la herida y desterrar la rabia y el odio entre los peruanos. Ese tajo que pronosticara Mariátegui y tan vigente en este verano. Pregunto, qué es más importante, que las “amas tengan prohibido bañarse en el mar hasta las 7 de la tarde ( cuando ya se ha puesto el sol)” o que se apruebe la iniciativa populista de la pena de muerte. Qué es más valioso –como dice el mail--, que los peruanos, aquellos que no son socios de los clubes no puedan ingresar a bañarse como ocurre en Asia, uno de “los bastiones de la discriminación étnica, social y cultural imperantes en el Perú” o la reforma judicial, la descentralización y la misma reforma del Estado.
Entiendo la preocupación de todas la entidades de DD.HH. sobre temas de exclusión. No comprendo ese esfuerzo por el uso del Total block SPF 100 contra el cáncer de piel nacional en lugar de solucionar el drama del SUTEP, los libros no liberados de aranceles, la tuberculosis galopante, el SIDA multiplicado, la caracha asistencialista, la diarrea contra García Sayán, el fantasma autónomo de la Nación Aymara o la vida del Juez Omar Pimentel y del testigo eficaz 01-EPMC que observó a Fujimori dirigir el operativo en el Castro Castro.
Yo crecí en mi playa de Agua Dulce. Ahora soy feliz los domingos en La Punta y me encanta el cebiche de anchoveta. No tengo tiempo para broncearme en Asia disfrazado de “Yungay”.

[Publicado en el diario La República en enero del 2007]

TU MALA CANALLADA 1

Foto: Juan Rulfo




MANGO CON ARROZ


Escribe Eloy Jáuregui



En “Hijos de la medianoche”, la novela de Salman Rushdie, un tal Singh Retratos es un mago comunista en la India postcolonial. Encantador de cobras, articulaba una recia “comunicación directa con las masas”. Retratos gozaba de ubicuidad como que resolvía disputas, apadrinaba criatura y era generoso para bodas y utopías. En Cachemira fue preso por yuxtaponer las ideas trotskistas con la dieta de Ho Chi Minh. Pero ahora era sabio. En ese país de campesinos y oradores, para Retratos sólo la palabra articulada era la verdad. Un día la cobra le mordió la lengua, señal que la realidad le habían gastado la fuerza de su lenguaje. Ya no fue el mismo.
Su arte y efecto no se parecen al presidente García pero me temo no afirmar lo contrario. Desde el 28 de julio del 2006 y antes García no termina de hablar. Bendice y sintoniza con el imaginario de la calle, el único saber que achunta con la política. García es cómplice de la oralidad de la aldea. Según el libro La palabra permanente [FEC] del dueto Biondi-Zapata, la opinión pública se construye en las arterías públicas antes que en los camarines de los doctos. García lo sabe. Su lengua es su lengüeta y su verbo su verga de berma.
Ojo, Biondi-Zapata van más allá. Hienden en el atolladero nacional. Afinan más que afirman que apenas somos creaturas por culpa del divorcio entre el seso oral y el escrito y eso es lomo fino para lo electrónico. Lo escribal fue y es lo totalitario y excluye. La oralidad, el cemento de la ciudadanía. Internet, la fécula de la imaginación. Atahualpa arrojó las Santas Escrituras, no tenían música. Piña, lo mataron como a Saddam. Así, lo escribal fue [es] lo tiránico y en el Perú es de las minorías y del discurso oficial. En cambio, la oralidad es democrática, summa del país real, gnosis y yuxtaposición del arroz con mango contra el buffet del Asía del Mar.
Estimo a los intelectuales caviares y los de la derecha jurel. Pero en Ilave no hay librerías, ignoran a Aldo Mariátegui y en Iquitos nadie les gana en el messenger. Oralidad y electronalidad se empiernan en el hostal del futuro. No obstante, usa el Internet para devorar un libro sino para chatear o ganarse con Karen Dejo en pelotas. Leer, lo dice Luis Jaime Cisneros, no es comerse al Quijote sino enamorarse de la libertad. Y hablar, como lo hace García y no el “Puma” Carranza, no es ilusión sino la verdad para el hambre del oído nacional.


[Publicado en el diario La República, enero 2007]






martes, marzo 06, 2007

MONUMENTOS: CIEN AÑOS DE SOLEDAD



EL ARTE DE CONTAR HISTORIAS

Gabriel García Márquez no sólo inventó Macondo sino que inventó a “Gabo” y patentizó una forma de ser. Macondo inventó a “Gabó” y éste inventó a Gabriel García Márquez quien patentizó una forma distinta de leer. “Gabo” inventó a Gabriel García Márquez y de paso inventó también a Macondo quien reveló una forma novedosa de escribir. La escritura inventó a Gabriel García Márquez quien a su vez describió Macondo y ahí habita “Gabo” como una forma distinta de vivir. Desde aquella vez, ya pasaron 80 años y no 100 de soledad. Faltan 20 para reescribir a “Gabo” y toda la soledad para soportar 100 años más de inventos que no es más que el arte de contar historias ¿Cuáles? Las de Gabriel García Márquez que está hoy de cumpleaños y quiere que no lo frieguen tan tarde porque mañana tiene otra vez que escribir. [E.J.]





Gabriel García Márquez nació en Aracataca el 6 de marzo de 1927 y, aunque estudió derecho, su pasión por la literatura y el periodismo lo llevó, en 1955, a ser corresponsal de 'El Espectador' en Ginebra, París, Roma, Checoslovaquia, Polonia, Ucrania y Rusia. De regreso en América Latina, contrajo matrimonio en Caracas con Mercedes Barcha, y después continuó su periplo en Nueva York y México, país en el que construyó, página a página, 'Cien años de soledad', que fue editada el 5 de junio de 1967 por la editorial Sudamericana. Toda su obra maestra, poblada por los azares del realismo mágico, fue decisiva para que la Academia Sueca le otorgara en 1982 el Premio Nobel de Literatura, y marcó una huella indeleble en la literatura en lengua hispana de todos los tiempos. “Gabo” recibirá un gran homenaje en el IV Congreso Internacional de la Lengua Española, que se celebrará en la ciudad colombiana de Cartagena de Indias del 26 al 29 de marzo.





Con Vargas Llosa a sus espaldas. Antes amigos, hoy conocidos.



Cuando en el año de 1968 arreciaban los vientos de la literatura críptica crecida al amparo de la Nueva Novela francesa y de los últimos codazos de la literatura del absurdo, un escritor y periodista colombiano lograba poner patas arriba la narrativa en lengua española con una novela que venía a recompensar a los pacientes lectores por tanto texto incomprensible y estomagante como habían debido tragar hasta entonces.

'Cien años de soledad' anuncia en su primera edición el regreso de la literatura narrativa, era la apoteosis del arte de contar historias, unas historias tremendas y abracadabrantes en las que había personajes, como Remedios la bella, que ascendían en vida a los cielos, cual si fueran la Virgen, o en la que la sangre de un asesinado se echaba a correr por las calles, como dotada de vida propia, remontando cuestas y muros, para ir a dar cuenta de esa muerte.







"Gabo" con su Premio Nobel



La descripción exuberante del mundo rural de la costa colombiana se convertía en una metáfora de una relación del hombre con el mundo cifrada todavía en clave de leyenda, de mito. La literatura latinoamericana se convertía en buque insignia de la literatura en lengua española y, gracias a ella, los lectores de España nos reencontrábamos con nuestra propia tradición literaria. Porque en la prosa de Gabriel García Márquez, además de la musicalidad del habla colombiana y de la presencia de una naturaleza ubérrima y tremenda, late la antigua sabiduría del Siglo de Oro, su música, su deslumbrante uso de la palabra.

Con 'Cien años de soledad' se pusieron en circulación dos conceptos que fueron acogidos con gran entusiasmo por la totalidad de la crítica. El primero fue el de "literatura del boom", que nombraba el conjunto de autores latinoamericanos que deslumbraban al mundo. El segundo era el "realismo mágico", con el que se pretendía definir la novedosa mezcla de fantasía y realismo que daba forma a buena parte de esa literatura y, en especial, a la de Gabriel García Márquez.

Quizá el personaje de 'Cien años de soledad' que mejor representa esa extraña y fascinante mezcla sea el del gitano Melquíades, quien traía las novedades del progreso a los asombrados habitantes de Macondo. Unas novedades que eran ya antiguallas, como el imán, pero que sonaban a último grito en aquel mundo perdido, y que además tenían siempre algo de prodigio sobrenatural. En el caso del imán, al desenterrar y arrastrar con su poderosa e invisible fuerza las armaduras de los antiguos conquistadores que hasta entonces habían permanecido sepultadas por el tiempo.








García Márquez, Barcelona en 1970, en Las Ramblas.





La novela de Gabriel García Márquez levantó en su momento recelos y envidias entre algunos escritores de España, pero a la gran mayoría de sus lectores nos reconcilió con nuestra lengua y su prestigio devolvió un indudable protagonismo internacional a la literatura escrita en español. No es raro que fuera en la figura de su autor que se premiara con el Premio Nobel aquel 'boom' literario.

El canon occidental y las 20

Recién escogida como una de las 20 mejores novelas de la historia, 'Cien años de soledad' cumple años y su autor también. Las Academias de la Lengua han preparado una edición popular de la obra de Gabriel García Márquez, que ha sido revisada por el propio autor y que cuenta con introducciones y estudios de Carlos Fuentes, Vargas Llosa, Álvaro Mutis y Claudio Guillén.





Con su mujer Mercedes en Aeropuerto de México



La obra, que para Latinoamérica costará 11 dólares [38 Nuevos Soles], se presentará en el IV Congreso Internacional de la Lengua Española, que se celebrará del 26 al 29 de marzo en Cartagena de Indias. Con esta publicación, las Academias se suman al homenaje que el escritor colombiano recibirá en ese congreso, dado que hoy 6 de marzo cumple 80 años y hace 40 que publicó 'Cien años de soledad' y hace 25 que recibió el Premio Nobel de Literatura.

La idea partió de la Academia Colombiana de la Lengua y tiene un claro precedente en la que la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua hicieron del Quijote con motivo de su IV centenario en 2005. La "extraordinaria acogida" que ha tenido la edición del Quijote en los dos años en que ha estado en circulación (se han vendido 2,6 millones de ejemplares, y de ellos, 2,1 millones en América), ha llevado a las Academias a "proyectar una serie de ediciones conmemorativas ocasionales, y de circulación limitada, de los grandes clásicos hispánicos de todos los tiempos", se añade en la nota.

En el caso de 'Cien años de soledad', el interés del trabajo preparatorio se ha centrado en el texto de la novela. Para ello se han examinado "todos los fragmentos publicados con anterioridad a la primera edición", y así se puede comprobar con claridad "el trabajo primoroso que García Márquez realiza hasta el último momento para dar con el término preciso, el mimo con que cuida la gramática, y su esfuerzo por lograr la expresión más rica en sugerencias", indica en una nota la Real Academia Española.





En Cuba, su segunda patria



A pesar del esmero con que el propio escritor corrigió las pruebas de la primera edición (Sudamericana, 1967), se deslizaron en ella erratas y expresiones dudosas que editores sucesivos han tratado de resolver con mejor o peor fortuna.

Para la nueva edición, que publicará Alfaguara en España y en América, las Academias de la Lengua presentaron una propuesta razonada al propio autor, que quiso "revisar las pruebas de imprenta completas, enriqueciendo así esta edición con su trabajo de depuración y fijación del texto".

Colaboraciones de lujo


La edición popular de 'Cien años de soledad', de 756 páginas, se abre con una breve semblanza de García Márquez escrita por Álvaro Mutis y una introducción de Carlos Fuentes que aporta "testimonios personales esclarecedores sobre el nacimiento de la novela y el deslumbramiento inmediato que suscitó", se afirma en la nota de la Academia.




También, contará con la parte central del "magistral análisis" que Mario Vargas Llosa hizo de la narrativa de García Márquez en 'Historia de un deicidio', que "sigue siendo la más alta referencia", así como con un estudio de Víctor García de la Concha, director de la Real Academia Española, y otro de Claudio Guillén, a quien la muerte sorprendió cuando le ponía punto final.

Además, y para facilitar la lectura de la edición popular, se ha preparado, en colaboración con la Academia Colombiana, un glosario léxico de 55 páginas, que aclara el significado de los términos y ofrece noticia sobre personajes, acontecimientos y lugares. También se ofrece un cuadro de la genealogía de los Buendía, la familia protagonista, que, en su momento, pensó incluir el autor.



Con su amigo y maestro, el gran Álvaro Mutis


La Soledad y El Quijote

Precisamente, 'Cien años de soledad' y 'El Quijote' han sido las dos únicas novelas escritas en español que se encuentran entre las 20 mejores de la historia de la literatura universal, según un listado elaborado por un grupo de 125 intelectuales.

El jurado, entre los que se encontraban desde Stephen King a Salman Rushdie, basó su selección en la importancia y el aporte que han realizado al universo de las letras estos libros. Posteriormente, se hizo un sondeo entre el público para que votara por su favorita.


García Márquez recibe en su casa al Rey de España

Además, de las obras de Cervantes y García Márquez, en tan selecta lista se encuentran 'Ana Karenina' y 'Guerra y Paz', de Leon Tolstoi; 'Madame Bovary', de Gustav Flaubert; 'Lolita', de Vladimir Nabokov; 'Las aventuras de Huckleberry Finn', de Mark Twain; y 'Hamlet' y 'El Rey Lear', de William Shakespeare.

'En busca del tiempo perdido', de Marcel Proust; 'Cuentos', de Anton Chejov; 'Middlemarch', de George Eliot; 'Moby Dick', de Herman Melville; 'Grandes esperanzas', de Charles Dickens; 'Dublineses' y 'Ulises', de James Joyce; 'La odisea', de Homero; 'Crimen y castigo', de Fedor Dostoiesky; 'El gran Gatsby', de Francis Scott Fitzgerald; y 'Emma', de Jane Austen, completan la lista.



Macondo, el inició y el fin de la historia




lunes, marzo 05, 2007

CUEVAS POLÉMICAS: EL CAFÉ HAITÍ




CAFÉ CON NOCHE
[Bohemios, literatos y locos]


Escribe Eloy Jáuregui



A propósito del casi medio siglo del célebre Café Haití de Miraflores, este recorrido por la bohemia limeña, sus personajes y la indisoluble convivencia entre literatura y café en una ciudad que le queda muy poco de su tradición y estirpe.




Dirigí mis pasos hacia un café próximo
para hallar un poco de calor.
Cuando de pronto sentí
–no, no sentí: pasó rauda la Palabra.

Octavio Paz

Conocí a Abdón Quispe de rojo. El rojo del Bloody Mary. Quispe es el mozo más antiguo del Haití, el café de Miraflores que ya cumple cerca de medio siglo. Quispe ordena la atención del establecimiento desde la 7 de la mañana y espera mi llegada. De un tiempo a esta parte sólo me saluda y me sirve lo mismo. Es sabio porque me habla cuando me ve contento y no dice palabra las pocas veces que llego amargo. Quispe es mi cómplice más que socio y mi sicólogo más que barman. En el verano de 1962, al inicio de la bajada a los Baños de Miraflores, llegué al café de la mano de unos tíos. Yo venía de Surquillo en los extramuros de la alameda Ricardo Palma. El Haití fue un deslumbramiento. Junto al cine El Pacífico me arrebataron la infancia. Con el tiempo dejé los helados y las bizcotelas. Con los años Quispe me enseñó que el rojo era el color de la memoria y el Haití el territorio mayor de los afectos.


En la escritura del primer Vargas Llosa, desde Los Jefes pasando por Los Cachorros y hasta La Ciudad y los Perros, se esparce la geografía miraflorina. El área tiene aromas a calles arboladas, casonas rumorosas, uno que otro cine, y el brillo del Café Haití. La escenografía se completa con jóvenes deseosos, muchachas erizadas, rockanroleros pelirrojos. Aquella fue mi educación sentimental-escribal. Las calles Porta y Ocharán, los parques Central y Salazar. Su literatura es soleada o de nieblas y casi no describe la noche. Varguitas se acuesta temprano. Aún así, el Haití forma parte de su firma aunque el toma milkshakes y sodas. Sus personajes son su alter ego mirándose en los espejos del café. Cuando habla de las enamoradas todas son asexuadas. Sólo sus damas de vagina habitan en La Victoria o Lince. Cuando cita burdeles o cinemas de barrio siempre se equivoca.

Ergo, tiene razón. Lima no es urbe de cafés, sí de bares. Los pocos que se nombran hoy están cerrados o se convirtieron en farmacias. El mismo Haití tenía local al costado del Palacio de Gobierno y ya no existe más como no existe el Centro de Lima. Otro peruano apóstata y otro imaginario han desplazado de la capital su prez y su solera. Lima cuadrada fue tomada por los cholos, aquellos que a su vez llegaron desplazados y hambrientos de otros terruños y de otras layas. Lima no tiene cafés ni tiene novela, sí poesía. Conversación en la catedral de MVLl. y En octubre no hay milagros de Oswaldo Reynoso son las únicas novelas-urbe. Por eso lo limeño no goza de cimientos históricos y sí es profuso en su nerviosa melancolía, aquella prostituta de los recuerdos.

Esa Lima que se fue


Los espacios urbanos públicos son privados. El mercado barato de la carne ha forjado la pandemia urbana de los hostales. Los besos de los parques también habitan en la exclusión proterva de las rejas. Por eso Lima ha generado un sentimiento de lo “caleta”, un síndrome amariconado, una filosofía de monja arrecha que espera esconderse en la 4x4 del gerente y una práctica de la tarántula, ese arácnido que abre las piernas para trepar. Los bares son la salvación. Se asiste con tenacidad porque ya no hay lugar en este cielo citadino y si es de noche mejor. Su cultura vicaria remplaza al diván y al confesatorio.
La Lima de Valdelomar o de César Moro o de Raúl Porras Barrenechea era entendida como una comunidad rigurosamente oral. El limeño era conversador y desparpajado, respetuoso y conchudo simultáneo. La lengua secuaz forjaba la metrópoli y no al revés. Hoy habitamos en el espacio contrario. La tramoya limeña de hogaño construyó un habitante silente, pusilánime y cojudo. Qué hubiese dicho Ricardo Palma o Adán Felipe Mejía “El Corregidor” si nos vieran. Nada, que así como el burdel, el valse criollísimo, la picante oralidad limeña no existen más.

La tesis que denota al limeño de hoy lengüilargo, según la escenografía urbana, porque tiene la mano en la oreja a partir de los teléfonos móviles, es falaz. Sólo se conversa mirándose a los ojos, cuán distinto es hablarle a un aparato. Los celulares, en definitiva le han restado al limeño dilección. Por eso los bares y algunos cafés como el Haití resultan los bolsones de resistencia contra esa mudez de Babel que nos convierte en sordos de solemnidad. Repito, el café es el reducto o burladero cálido contra la agresividad de la calle. Pero debo parafrasear a Savater, en aquello que los cafés son de esencia maternal hospitalario: vr. gr.: sus asistentes necesitan de un temperamento robusto para no ser abrigados y anulados por esa aterciopelada matriz. Uno grita en semitonos regulables. Uno raja con sonrisas. Uno seduce enseñando los colmillos. Uno enamora como rezara a Santa Rosita. Uno espera a la amante que tarda porque está enamorada y eso es bueno para los amores contrariados mientras se pide el último café.


El Haití y los otros

Con el Haití se cumplen los 5 requisitos de un antro decente. Buenos bármanes, excelentes piqueos, mozos silentes, un sabio como administrador y una barra con estribo. Yo me permití adicionar 2 condiciones como un par de senos implantados a Olenka Zimmerman. Amplias ventanas para el fashion autofachoso y mesas en la vereda para rozar de ojos los cuerpos del delito púbico antes que público. Ahora, desde una de las 35 mesas, observo el tráfago del barrio acomodado. Ya no es el Miraflores de Julio Ramón pero hay noche en que me quedo con Toño Cisneros ordeñando las gotas finales del yerro curalisio. No obstante, el Haití goza de buena salud a pesar de ser testigo de 12 presidentes de la República como 12 países distintos. Del presumido Prado al martillero García.

El café o cantina rave luce desde siempre la elegancia y esplendor art-deco y reza en una de sus paredes de madera enchapada: “capacidad 250 personas”. Su fauna cambia con las horas. Los tufos se amanceban según corre el día. Por las mañanas los planilleros hush puppies de corbata y preocupación bursátil; al mediodía los maduros prostáticos del safari cárnico; en las tardes las tías dedo meñique, por la noche la bohemia ochentena en fusión con el onegeismo ligth; más tarde la gente retro sport chic, las de la ‘lipo’, los detectives salvajes, los perfectos solitarios en la borrasca final de su último verano.Otros cafés existen allá y acullá. Ninguno como el Haití. Los postmodernos se irán a Larcomar, a Dasso, al San Antonio, al Tanta, a La Bombonniere, al Pharmax y hasta al Bohemia. Los hipermodernos, a la manera de Lipovetsky, recularán en el chisme canicular de los antros de Asia y su surfing racista pero de ellos no hablo porque ya no son limeños. Yo que persigo el pátisserie & delicatesse de mis 50 años, digo que mientras el mozo Quispe exista no me faltará el púrpura escarlata del Bloody Mary en mi mesa del Haití, mis amigos de Hora Zero celebrando el último libro de Jorge Pimentel y una mirada pernil desde otra mesa en el salón de damas a ver si soy yo aquel que sueña que la besa.

[Publicado en el suplemento DOMINGO del diario LA REPÚBLICA el domingo 4 de marzo del 2007]




GRANDES COÑAZOS 10: LA COSA DE LA OTRA



Lady Pecado




Escribe Eloy Jáuregui




De pronto se convirtió en el objeto secreto y sentimental del presidente Toledo. La teniente Lady Bardales era sus seguridad y según las malas lenguas, su juguete favorito. Como en otros tiempos y con otros mandatarios, presidente peruano sin amante no era presidente. La joven señorita Bardales fue así carne de portadas y su presencia sólo sirvió para que el vulgo la señale como “la otra” y sea el pararrayos de una gestión que a la distancia muestra evidencias de corrupción y hoy debe responder a serias acusaciones constitucionales. Lady Bardales vive hoy oculta. Nadie sabe cuando su pecado se convertirá en pasado.




Lady del Rosario Bardales Carrillo acaba de cumplir 25 años y cada vez habla menos y nos gusta mucho más. Tiene buen “lejos” como dicen en Surquillo y mejor “cerca” porque como fructuosa hija de Chiclayo, administra una atractiva estructura corporal depositaria de una belleza alimentada en base a “chinguiritos en salsa de ají limo”, chicha en poto y mediana inteligencia.
Hace dos años era escolta del presidente Toledo y hasta hoy sigue convertida en carne mediática. A donde va la señalan, y por donde pasa la comen con los ojos. La señorita Bardales tiene el grado de teniente de la Policía Nacional y es investigada por diferentes comisiones legislativas desde aquella vez que en una ceremonia oficial le habló al oído al presidente y los testigos advirtieron que además de su intrepidez oral, Lady dejaba ver al interior de su embutido traje-sastre su turgente perfil y la prominente complexión de sus hechuras que hasta la fiscal Marlene Berrú de la Cuarta Fiscalía Anticorrupción le abrió una investigación preliminar por tráfico de influencias.
Ese fue el inicio de su pecado. Ser agraciada y tener genio. Ser mujer y tener un auto marca Honda de segunda mano. Asumir independencia espontánea antes que picardía solapa y porque hace tiempo a la policía no se la respeta. Llamarse Lady y conducir como Jennifer Lopez, evitando los rompemuelles de San Borja con un toque de fenme fatale que los analistas tildan como el síndrome “trampa” por un exagerado toque de hembra vanidosa y presumida sólo porque rauda, entra a las curvas sin placa, brevete ni Soat. De ahí que la alharaca de las denuncias periodísticas hayan nutrido la sevicia de la celeridad legislativa para investigar a la teniente por un supuesto desbalance patrimonial, además que responsa por qué porta ropa íntima fuera de reglamento y, lo que la desacredita y la hunde, por los presuntos beneficios que habrían recibido algunos de sus familiares gracias a los favores palaciegos.




El 17 de mayo del 2005, cuando asistió por primera vez al Congreso citada por la comisión de Fiscalización a cargo de Javier Velásquez, Lady lucía como una lady. Cierto, su presencia puso a la mayoría como onagro en celo y a todos con miradas de saurios a punto de lanzarse tras un venadito tierno. Lady apareció por atrás y esa vez lucía saco y pantalón rosa, blusita de encajes perla y zapatos de taco aguja, sin talón y con michi incorporado. Por la tarde confesaría que los periodistas mienten. Que no era escolta del presidente Toledo sino seguridad de su esposa Eliane Kart. Que ganaba 1,800 Nuevos Soles y que como su santa abuelita le había enseñado, ahorraba mil Nuevos Soles mensuales que le había alcanzado para el coche y sus cama dos plaza. Cuando quiso explicar los de sus trusas antireglamentarias, en ese mismo instante reventó en sollozos, lágrimas y mocos siendo socorrida rápidamente por el viril pañuelo blanco del congresista Mulder. Lady confirmaría la sospecha del sicosocial, que con toda la batahola que “construyeron” los medios –así lo dijo en esa célebre sesión reservada—, la habían obligado a dejar su departamento empujándola a mudarse a una pensión de mala muerte sólo para señoritas.

EL JUDÍO YE EL AMOR


David Karadi, era un ciudadano israelí, amigo de Avraham Dan On, el jefe absoluto de la seguridad de Alejandro Toledo durante todo su mandato, que gozó de prosperidad e hizo negocios con el Gobierno Regional de Lima y otras entidades oficiales. El hombre gozaba de un colchón financiero y la ventaja de trabajar bajo un manto de protección del paisanaje. Fue una noche de copas cuando Dan On presentó a Karadi a la teniente Bardales. Como cualquier humano que se precie, el extranjero quedó prendado de Lady. Ella también. David era atlético, de quijada partida y afelpado hasta las orejas. Luego vino el cortejo, el plan y la arremetida final. Algunos sicoanalistas, y no les falta razón, aseguran que desde tiempos inmemoriales el hombres es un cazador y la mujer una recolectora. Lady se alejaba de Palacio.





Se amaron como cualquier pareja enamorada. Lady, supongo por su mirada gélida pública debe ser una tigresa privada de tapujos. Y está bien. La utopía es madre de todos los vicios ociosos. Digo que en su ojos anida el profundo secreto de los apetitos, que en su caminar a caballa sin montura y sobre todo, en su imaginario –el deber es su placer—emite la liviandad de la mujer norteña, sea una hija de la gran Piura o de Chiclayo. Yo la reconocí en una playa que no divulgaré. Con ella ocurre lo mismo que siento por Viviana Rivasplata, que igual me da verla con ropa o sin ella.
David Karadi la envolvió y la desenvolvió en los círculos de poder. Lady se dejó arrastrar por la borrasca del amor. Ahí habitaban también los capos de Israel, los nuevos reyes del olluco, la trenza sanguínea de Cabana, la chakana familiar, los otros judíos maravillosos, los Galsky, los Klein, todos aquellos que se repartieron la torta y que ahora se los tragó la tierra. En ese plan telaraña Lady quedó convertida en la mujer araña. Pero ya lo dijo el letrado José Ugaz y el psicoanalista Max Hernández: el urdiembre de la corrupción es y será sistémica. Se afinó con Fujimori y se consolidó con Montesinos. Ni el láser de la ley ni el verduguillo de Cholo Jacinto la podrían extirpar de un año para el otro. En julio del 2003, Karadi con su empresa Movicat SAC, favorecieron a un cogollo de malos militares que le robaron al Estado nada menos que 1 millón 223 Nuevos Soles.

Y SE LLEVÓ EL RÍO


Aquello fue fatal para Lady. El prometido Karadi también cobraba por servicios que jamás prestó amen de falsificar facturas de los proveedores. El novio era una joyita. Lady había ingresado a ese infierno tan temido de la mano de su ciego amor. En octubre del 2005, la justicia divina le pasó la factura. Ese día mientras Karadi intentaba cruzar el río Santa a bordo de un cargador frontal, las aguas caudalosas se lo tragaron. Lady Bardales ya no fue la misma. Deprimida y en estricto duelo abandonó el servicio y se dedico a trabajar con la maquinaria de su novio. La pesadilla había estirado su soga de la continuidad.




Acusada de una y mil fechorías, aquellos que fueron sus colegas, los que la intimaron y la conocieron desde que vino sola a radicarse a Lima de Chiclayo, saben que Lady Bardales no es Jacqueline Beltrán aunque para un gran sector de la prensa se han convertido en su presa. Oyen sus nombres y babean cual canes rabiosos. Hay morbo y harto sexo caleta. He llamado al trabajo de Lady, a su casa, a la playa. Ella no habla, mira a los fotógrafos, cofre o estuche vacío inigualable. Sabe de sus secretos. Ya tienen 25 años y por las noches no para de llorar.

[Publicado en el suplemento DOMINGO del diario LA REPÚBLICA, el domingo 11 de febrero del 2007]




martes, enero 23, 2007

LUZ DE MUERTO 4: TANGO DE CEMENTERIO



J.L. Borges


Y NO PODRÁN VIVIRLO


[O un rito contra las flores]




Escribe ELOY JÁUREGUI


La muerte indigna es una traición al principio de crueldad. El espíritu en su manuscrito fracasa como el imaginario tiempo-imagen. Esto lo sabía bien Jorge Luis Borges. De ahí sus muertes solemnes incluso a manos de un cuchillero –Hombre de la esquina rosada-- como Rosendo Juárez y que aseguraba una del montón, lacaya de la Lujanera, que: «para morir no se precisa más que estar vivo».






Cierto, Borges, inventor de sí mismo. En Fervor de Buenos Aires hay otros muertos decorosos: «...ilimitado, abstracto, casi futuro/ el muerto no es un muerto: es la muerte.» O más allá, en el poema Inscripción en cualquier sepulcro: «No arriesgues el mármol temerario/ gárrulas, transgresiones al todopoder del olvido...». Repito, las muertes en el argentino son como las máquinas deseantes de la que hablaba Felix Guatarri cuando se carteaba con Gilles Deleuze. Y cierto, que ese Borges no opina ni clasifica la muerte, apenas nos dice que morir es pensar en crear el vacío y así, inventar la memoria.




Cementerio La Recoleta en Buenos Aires


Pero la muerte apropiada está descrita con magistral ralea en su poema Muertes de Buenos Aires [de Cuaderno San Martín. Bs. As. 1929]. Son apenas 84 versos divido en dos partes. Dos geografías como mares de sepulcros hubiera asegurado el autor con picardía de sepulturero. Dos espacios tatuados de losas. Dos cementerios como astros del silencio del tiempo más viejo del planeta. La Chacarita, el cementerio del pobre y La Recoleta, el camposanto del rico. Del primero dice Borges: «Porque la entraña del cementerio del sur/ fue saciada por la fiebre amarilla hasta decir basta; [...] Muertos de barba derrumbada y ojos en vela, muertas de carne desalmada y sin magia. [...] En tu disciplinado recinto/ la muerte es incolora, hueca numérica;/ se disminuye a fechas y nombres,/ muertes de la palabra.»

En La Recoleta, en cambio, la muerte es grandilocuente y pundonorosa, la recatada muerte porteña. «La consanguínea de la duradera luz venturosa/ del atrio del Socorro/ y de la ceniza minuciosa de los braseros/ y del fino dulce de leche de los cumpleaños/ y de las hondas dinastías de los patios. Luego, aquel Borges aromoso, cuenta del suelo amarillo de las acacias de los costados, esas flores izadas en conmemoración de los mausoleos: «Y en el porqué de su vivir gracioso y dormido/ junto a las terribles reliquias de los que amamos». Curioso Borges, en La Chacarita la muerte es sucia como montonera clandestina de huesos. Al, otra orilla, las flores vigilan la muerte pero por ni más bellas y fragantes pueden acompañar a los que murieron, sin ofenderlos con soberbia de vida , sin ser más vida que ellos.











Perito, de la mirada para adentro, Borges viaja a lo largo de estos 84 versos entre la miseria y la opulencia. Se muere igual, dicen los bíblicos pero Borges los niega. Ningún muerto se parece, cada uno es un hito hecho cadáver antes que un mito hecho leyenda. Y en esa nación irrepresentable de los habitantes del más allá, el poeta descubre dinastía y linajes. Se muere como se vive, dice y, se vive diferente. El cielo no es tanto cielo si en esta tierra hay más muerte que existencia latiendo. Y los cementerios, con su oferta renovada –y en aquí en Lima los hay de todos los precios y olores—desde Borges adquieren abolengo de recuerdo tal como uno fue. No hay muertos diferentes salvo por el panteón donde se yace, porque también para Borges ‘la muerte es vida vivida, la vida es muerte que viene; La vida no es otra cosa/ que muerte que anda luciendo.’

Y acaso un hombre con ese genio nigromante –inventó mundos, seres calañudos y una literatura de augur—tuvo tiempo para existir y gastar su vejez en una agonía visual, luego la postrera ceguera, amen de su muerte clarividente. Ese escritor que hoy apasiona y que vivió entre libros, a la sombra de su madre, que trabajó casi toda su vida en la humedad de una biblioteca, que fue políticamente a contracorriente de su tiempo y que, como máxima tragedia para quien moraba en el reino de las letras, se quedó sin luz –la muerte a oscuras y hermética-- cuando aún le faltaban treinta años y tantas lecturas. Ese Borges fastidiosamente erudito, que escribió sobre neblosos filósofos alemanes, aventureros con inquietudes metafísicas y temas tan «inaccesibles» como la naturaleza del tiempo o tan «vetustos» como el honor y el coraje. Ese viejo sutil que ahora sigue venciendo al olvido y está mucho más actual que los modernos de su tiempo, los que lo acusaron de anticuado hace medio siglo.










En el prólogo de una de sus vidas en «antologías personales» Borges le explica al lector que en sus libros encontrará sus temas habituales: los muertos que perduran con su perplejidad metafísica, la germanística, el lenguaje, la patria y la paradójica suerte de los poetas. Pero olvidaba el rapsoda que en esa escritura también figuran sus camaradas, compinches tan contemporáneo como muertos, aquel Edgar Allan Poe, el otro Robert Louis Stevenson, ese Franz Kafka o acaso el Dante o Cervantes. Porque las obras de estos autores es el edén donde Borges plantó sus símbolos e insignias: el laberinto, el tigre, el espejo, el Dios novelista, el tiempo circular y maleable, las piezas del ajedrez y cierto, sus lápidas tan vívidas. Porque sólo a Borges y a Bioy Caceres –que fueron avezados en la escritura negra—se lees pudo ocurrir escribir el Libro del Cielo y del Infierno y aquel clásico para leer con los ojos cerrados: Un modelo para la muerte.

Ya lo decía el aforista rumano E.M. Cioran, en Borges todos es transfigurado por el juego, por una danza de hallazgos fulgurantes y de sofismas deliciosos. «Es un sedentario sin patria espiritual, un aventurero inmóvil que se encuentra a gusto en varias civilizaciones y en varias literaturas, un monstruo magnífico y condenado». Y yo agrego, a vivir como una simiente de tu jardín para el cielo donde siempre las flores vigilarán tu muerte.





jueves, diciembre 07, 2006

ESTOY ENAMORADO DE MI PAÍS: LOS POETAS



Movimiento Hora Zero. Lima, setiembre 2006. XIII Plenario del V Congreso


EL PALERMO:


Y EL ASERRÍN ILUSTRADO

El bar es el templo de las melancolías, esa prostituta del recuerdo. Las ciudades sólo tienen alma si es que poseen bares. Ahí se halla su registro de ternuras y su canon de pasiones. Los limeños a partir de los cincuenta, casi todos, fueron pasajeros en algún momento de su vida de El Palermo, de La Colmena Izquierda en su cuadra once, fue aquella vicaría de la bohemia y el contrapunto intelectual, entre el aserrín y la noche interminable. El café bar entrañable donde los hombres y las botellas, fundaron la apasionada manera de vivir para la ilusión, los sueños y las utopías de la existencia perpetúa. De esto y de la travesía del Movimiento Hora Zero trata la crónica.














Escribe ELOY JÁUREGUI

i.m.  Eduardo Aguirre "Bola"


1. 
Lima entonces, era una ciudad que amanecía sus convulsos y digestivos años cincuentas. En aquel tiempo, la avenida Nicolás de Piérola, en el centro de la urbe y conocida por los lugareños como La Colmena ─antes que Camilo José Cela habitara en su propia colmena─, era un acrisolado bulevar donde la modernidad y la elegancia caminaban de la mano en medio de una arquitectura que se construya ante la imperiosa necesidad de establecer una urbe cosmopolita. En aquel entonces, Lima consolidaba una identidad urbanística única. Y sus gentes eran esos limeños que se paseaban por esa Colmena Izquierda ─llamada así desde la Plaza San Martín hacia los rumbos del Este─, pasmándose cada día con los nuevos establecimientos de luminosos escaparates, los flamantes restaurantes de neón, sus estrenados cafés de espejos centelleantes y todos sus rostros y todos sus personajes y todos sus sonidos.


Poeta Enrique Verástegui



Al llegar al Parque Universitario ─frente a la antigua casona de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos que le había otorgado ese título─ estaba situado un edificio de seis pisos de rasgos adustos. Era el hotel Colmena en la mismísima; hospedaje obligado para los inéditos limeños de nuevo cuño, habitantes precisos del estrenado tiempo de la creciente capital peruana. En las amplias tiendas del primer piso del hotel y gozando de cierto prestigio ya, el Café y heladería Palermo era parada necesaria para hacerse de una legalidad y prez ─-exigencia propia que la quisquillosa Lima solicitaba a sus coterráneos-─, amén de un momento de contrapunto social y unos cremosos helados, más para el espíritu que para el propio cuerpo.




Los inmigrantes italianos que llegaron al Perú desde el siglo pasado y masivamente después de la Segunda Guerra Mundial, se distinguieron en Lima por establecer sus comercios con aquellas esencias de su fibra peninsular: las pastas y facturas, las helados escrupulosamente batidos y por cierto, sus panes y pasteles generosos. La familia Cocchella era de la zona norte de la península italiana, gente trabajadora pero ocasional. El padre de los Cocchellas había llevado con esmero el negocio del Palermo y el hotel, pero sus intereses mayores estaban puestos en la industria metálica. En el verano de 1950, el respetable señor Cocchella, agotado de tiempo, coloca muy a su pesar un aviso en la vitrina principal de la cafetería: Traspaso tienda, precio moderado. Y esa ya es otra historia.


Tulio Mora leyéndo un poema de su último libro: Simulación de la máscara


2. 
Shinjo Kuniyoshi y su esposa Matsu Arashiro, después de observar con sosegada calma sus primeras 24 horas que pasaron en Lima aquel año de 1929 y luego de la travesía inenarrable de 58 días que los trajo desde Okinawa en el Japón, tomaron la decisión más trascendental de sus vidas: aquí nos quedamos, se dijeron y los dos agregaron sólo con el pensamiento y la mirada en ese mismo instante: hasta que la muerte nos separe. Dos hijos habían quedado en Okinawa, dos hijos que luego murieron en la gran guerra y que nunca volvieron a ver a sus padres porque don Santiago había prometido, al cabo de cinco años, regresar en mejor posición económica. Y desde ese mismo día en el Perú, el joven señor Shinjo pasó a llamarse Santiago y la joven señora Matsu tomó por nombre el de Margarita, ambos flamantes vecinos de las rumorosas y festivas calles porteñas del Callao.


Sérvulo Gutiérrez cuando no pintaba

Antes, muchos años antes, otras familias okinawenses se habían establecido no solamente en Lima sino a lo largo del valle del Alto Rímac al centro, en las valles de Chancay al norte y Cañete al sur. Casi todos, trabajaban en las duras y fatigosas faenas campesinas. Los que se quedaron a vivir en la capital, al principio como pequeños comerciantes ambulantes y ayudantes, se repartieron con familias y amigos, en los barrios del Cercado, La Victoria, Breña, Rímac y los Barrios Altos. Pero para ese entonces, los años cuarentas, ya se habían hecho de pequeños negocios, básicamente la conducción de reducidas bodegas, peluquerías, bares y cafés.


Poetas Miguel Burga y Jorge Pimentel.

Los Kuniyoshi no tardaron en fundar una encomendaría, especie de breve almacén, en la industrial y transitada Plaza Unión a donde se habían mudado con el fruto de sus primeras ganancias. Para Santiago Kuniyoshi, luego de los ingratos sucesos de 1940─1945 y que los afecto de sobre manera, la tienda no le fue ajena. Muchos de sus paisanos, convertidos en expertos comerciantes y luego de administrar el reconocimiento general por sus sacrificios, esfuerzos y superaciones propias, no dejaron de apoyar a la emprendedora familia Kuniyoshi que ya para esto había ido creciendo, también generosamente, con el nacimiento de diez hijos.


Poeta Martín Adán, ciudadano de El Palermo


3.

En El Palermo, don Santiago Kuniyoshi inicia el conocimiento de otro tipo de clientes. Todos llegaban a sus mesas de riguroso traje, cargados de libros y papeles, atados a conversaciones exaltadas e interminables que al principio él no comprendía. Pero don Santiago tenia otra facultad a parte de su palmaria tenacidad, le gustaba escuchar y mirar a los ojos. Así, cayó en cuenta que estaba al frente de una clientela clasificada. Cierto, su establecimiento se ubicaba frente a la universidad de San Marcos, la más prestigiosa y antigua de América. Cierto, estas personas eran distintas a aquella que lo frecuentaron en la encomendaría de la Plaza Unión. Cierto, era muy cierto entonces que había que tener otra aptitud y otro trato porque don Santiago estaba de acuerdo con esa máxima que aprendió muy bien y que decía que el cliente siempre tiene la razón.

El aprendizaje fue su acto mayor. Entonces de un tiempo para adelante, al regresar a su casa de la avenida Brasil, su esposa y sus hijos, observaban a don Santiago leyendo profundamente extraños libros, enigmáticas revistas, indescifrables documentos que el cuidaba que extrema reserva. Eran las publicaciones que sus nuevos amigos, aquellos que habitaban el universo de sus dominios, le prestaban u obsequiaban luego de sesudas y grandilocuentes explicaciones. Don Santiago no tardaría en cambiar. Asía se hizo más reflexivo. Si antes pasaba como un tipo silencioso y de palabras exactas, ahora parecía más bien un monje tibetano, confundido como un cliente más en una de los apartados, tratando de explicar el mundo a sus nuevos amigos que el llamaba “los pensadores”. Entonces, uno de sus hijos, el que más lo seguía, que también se llamaba Santiago y que ya asumía las responsabilidades que exigía el enorme Palermo, descubrí el origen de aquel cambio. El señor Kuniyoshi, había descubierto el casi inexpugnable universo de una buena parte de la intelectualidad peruana. Y ahora, el joven Santiago, había comenzado a seguir los atrevidos pasos de su padre.


El bar, cumbre de las pasiones líquidas

El Palermo era un establecimiento amplio, el más grande que se recuerde en la zona. La atención era esmerada pero nada especial en los servicios de la cafetería, el restaurante y el bar. En su primeros años, sus 22 mesas familiares, alfombradas de aserrín y tatuada por la efervescencia nocturna, albergaban casi las 24 horas de día a un conjunto que reunía a profesores y estudiantes de la universidad de San Marcos y alguno que otro de la Universidad Católica, la mayoría procedía de las Facultades de Letras y de Derecho. Pero también eran clientes conspicuos, toda la feligresía periodística, porque hasta allí llegaban, al cierre de la edición, toda laya de gente de prensa: redactores y reporteros de La Prensa, La Crónica y El Comercio, los diarios más importantes de aquel entonces.


Dos cervezas y la soledad solemne


4. 
El lugar, atraía por varias razones que no eran por cierto el decorado y su escenografía. Era un café y bar como otros cualquiera que existían en los predios de la universidad, el Parque Universitario o la Plaza San Martín. No obstante, la apacible contemplación que observaba don Santiago y sus hijos, la solícita atención que practicaban los mozos ─Broncano, Linares y Vitelio─ y que satisfacían las exigencias más extravagantes del clientelaje sin mayores dramas, era el encanto que trasuntaba ese Palermo de los años cincuentas. Porque los que llegaban con suficientes reservas económicas, podían ver sobre su mesa una buena botella de pisco peruano; los que lucían un presupuesto regular lograban atiborrar su espacio de cervezas y cigarrillos; los que mostraban exiguos recursos alcanzaba a tomarse algunas tasas de café; y los otros, aquellos que caminaban con los bolsillos vacíos, pues nada, se sentaban sin ser molestados y miraban pasar las horas y el mundo rodar.


Pintores Carlos Ostolaza y Oswaldo Higuchi
 

De repente se observaba en agitadas reuniones, juntos pero no confundidos, al novelista José María Arguedas y al maestro Raúl Porras Barrenechea, a los poetas Alberto Escobar y Francisco Bendezú, al estudiante de historia Pablo Macera, y al pedagogo Oscar Franco. A los periodistas Pedro Álvarez del Villar y al crítico y poeta Augusto Salazar Bondy. Al filosofo Víctor Li Carrillo y al estudiante de derecho Félix Arias Schereiber. Al sociólogo Aníbal Quijano y al narrador Eleodoro Vargas Vicuña --en el 55, recién llegado de Arequipa--, al poeta Juan Gonzalo Rose y al historiador Emilio Choy, al cuentista Oswaldo Reynoso y al crítico de cine Hugo Bravo, a las estudiantes de Letras --casi musas--, Esperanza Ruiz, Nécida Coronado y Evelina Gayoso. Todos, jóvenes personaje de un gran fresco que podía retratar la convulsa cultura peruana de los años cincuenta, años de la férrea dictadura militar del General Odría. La mayoría, asistentes en fervorosa procesión desde el leyendoso Patio de Letras de la universidad de San Marcos.


Poetas, Pimentel, Fernando Obregón, Angel Garrido y Eloy Jáuregui.

Otros, en sistemático ritual académico ─los poetas Pablo Guevara, Leopoldo Chiariarse, Washington Delgado y el escritor Julio Ramón Ribeyro─, llegaban en grupos acicalados desde los claustros de la universidad Católica y atiborraban el lugar con su irrecusable deseo de descubrir el Perú de las ideas y de los dédalos políticos de su coyuntura, hallaban, quién lo duda ahora, en el Palermo╗, la libertad que no encontraban en los espacios universitario que la sociedad peruana les había entregado para su continuidad. Si el mítico Bolar rejuraba que en uno de los baños había estrechado su diestra --y su siniestra también-- al mismísimo Ernesto Guevara, antes de ser el Che y antes de ser El Comandante, cuando estuvo de paso a la revolución y en moto. Y contiguos a otros escritores y poetas en ciernes, y junto a otros sublimados artistas de las letras y la plástica, y observados y comprendidos por la familia Kuniyoshi que los albergaban, inmigrantes también a su manera, componían un apasionado mosaico con esos otros parroquianos, la mayoría de clientes, foráneos en Lima, llegados desde el interior de las provincias del Perú a tomar posición en una geografía propia como ajena. 


5.  
Cierto, el Palermo se fue convirtiendo en capilla y catequesis, en aula alternativa y universidad de la propia vida. Aquel fue su atractivo y su pudor. Su exclusivo clientelaje sabía bien que ahí iba a encontrar a sus congéneres, a esos seres que vivían preocupados por el origen de las cosas, por la explicación de los fenómenos totales y por el fondo y la forma estética con que explicar que la vida existe de otra manera. Así, se tejían los diálogos profusos y cotidianos, triviales o trascendentes, triunfales o dramáticos, amargos o hedonistas. Y en cualquier momento hacía su ingreso un gran maestro o un irreverente poeta, un profundo filósofo o un cultivado periodista, un anecdótico pintor o un fulgurante novelista, todos reunidos en ese café y bar limeño que el tiempo convirtió en sala magna e institución.

En medio de esa bohemia y tertulia, la familia Kuniyoshi, don Santiago y sus hijos mayores, protagonizaron una función normativa. Se los respetaba como ellos respetaban el resplandor de las ideas que en esas mesas de El Palermo adquirían categoría de fe teológica. Se los respetaba porque el joven Santiago y su hermano Julio, en los años siguientes, persistieron en esa mutua atención y tomaron la posta dejada por el fundador de aquel lugar entrañable para artistas, pensadores y políticos, desde aquellos tiempos de los primeros años de la década del cincuenta. Porque Santiago y Julio, en tiempos posteriores ─ya existía el piano que era tocado por el maestro Freddy Ochoa cuando el Palermo era ya un snack bar─, con su proverbial protección, apoyaron y animaron publicaciones, presentaciones de libros y hasta respetuosas ceremonias para festejar un cumpleaños o la llegada o despedida de algún hijo ilustre de sus mesas.


Fundador de El Palermo, escritor Oswaldo Reynoso

Suele decirse que el gran poeta peruano Martín Adán fue el primer limeño certificado que inaugura la lúdica costumbre de asistir a el Palermo en las épocas de los italianos al final de la década del cuarenta. Le encantaba el tiempo detenido y el sordo estruendo de las ideas silentes y musicales ─según confesión de aparte─, y porque incluso en su horas más frenéticas ─que las había sobre todo los fines de semana─ era un simple y confuso bar, pero donde nadie lo molestaba ni interrumpía el discurrir de sus imágenes poéticas que escrupulosamente dejaba escritas en finas hojas de servilletas y que el mozo Broncano guardaban con sumiso respeto y para la posteridad.

Igual fervor habitaba en los sentimientos del notable pintor Víctor Humareda, quien todas las noches y mucho más en los años ochentas, se acercaba con su carga briosa de colores remojados en los vinos de su mundo cromático y secreto, a domar sus demonios y a contarle cada vez una historia distinta a Julio Kuniyoshi. Así, los espacios del mítico bar, albergaron en su momento a casi todos los militantes de la llamada Generación del 50, constructores de una revista emblemática: Letras Peruanas. Allí también se forjaron grupos y movimientos, los más importantes, aquel de los prosistas del grupo "Narración" en los años sesentas y su revista del mismo nombre. Un lustro más tarde, en casi la misma mesa, irrumpía con su sibilino universo integral el movimiento poético Hora Zero y todos sus manifiestos y toda su zarabanda de lúcidos locos tiernos.


Palermista, Poeta Cesareo "Chacho" Martínez

Y el Palermo de la familia Kuniyoshi, en aquel apasionante interregno, pertenece a la infinidad de páginas libres de la literatura peruana. Su nombre y su influencia se lee en la novela de Julio Ramón Ribeyro, Los geniecillos dominicales donde los protagonistas, todos jóvenes iconoclastas y al mismo tiempo revolucionarios e incendiarios, traman cambiar el universo al calor de sus ideas y en el esplendor de sus cervezas. Y ha quedado escrito también en célebres poemas, en cuentos y otras novelas como el marco de referencia de otras épocas, como registro vivencial y generacional ─la llamada Guerra Fría, la Revolución Cubana, la muerte del poeta guerrillero Javier Heraud, la Revolución Cultural china, las revueltas de París y Praga, el Chile de Allende y Pinochet y el Perú, desde los fastos de la dictadura odrista, pasando por la anémica gesta demócrata de Belaúnde y hasta la revolución del General Velasco─ en otras estatuas del tiempo.

A Julio Kuniyoshi, en la lejanía de los años, le compitió la ingrata tarea de cerrar el capítulo de un ilustre pasado de este mítico café-leyenda. Fue una noche de noviembre de 1989 cuando se bajaron definitivamente las puertas metálicas del Palermo. Cuarenta años habían pasado desde aquella vez cuando don Santiago o Shinjo Kuniyoshi había encendido las luces majestuosas de sus aposentos que iluminaron con su calor y resplandor a más de una generación de intelectuales, escritores y artistas, y que alguna vez escribieron en alguna de sus mesas, los versos abrumadores de sus vidas y de sus frescas presencias con las cualidades de los espejos de la memoria.

Yo recuerdo de niño ese fulgor y los estruendos que escapaban desde las entrañas de sus mesas del fondo y me preguntaba qué era aquello que se defendía con tanta pasión. Era el café de los ensueños, decían que decía mi padre, también activo concurrente y emisario de las influencias que de aquel Palermo se tejían para el mito. Después, hasta su barra llegue ya de adolescente a pedir una copa de pisco para el frío de la nueva vida, un picante cebiche para agarrar fiereza digestiva y una cerveza fría para soportar mis primeras calenturas ante la sensualidad de las partes ajenas. Años más tarde, en 1973, mi voz se hizo ronca porque ya instalado en una de sus mesas, y con otros jóvenes poetas del movimiento Hora Zero, gritaba cada vez más fuerte por las tardes, alto gritaba con los puños y de noche, para que el planeta oiga mi templanza y ahí ha quedado su filo y su ternura para rendirle este homenaje. 


Poetas Garrido, Jáuregui, fotógrafo Jorge Verástegui, Tulio Mora y Alberto "Cholín" Escalante.




NIETZSCHE Y EL PISCO VARGAS


No sólo Friedrich Nietzsche, más allá del bien y del mal, también desde su antiguo amor a la sabiduría no corrompida, aparecía Ortega y Gasset, y hasta el nirvana como fuente ideológica del fascismo germano, era el fuerte de Arthur Schopenhauer, en los gritos de Jorge Pimentel o Tulio Mora o Enrique Verástegui, jóvenes aún, entre los puchos de la vida y los cigarrillos prestados y las medias botellas de pisco Vargas y los capachos bien remachados. Kant se enfrentaba al general Velasco y la Reforma Agraria a Garcilaso. Así Kin Novak era más mujer que Laura Antonelli o al revés y Gladys Arista era más fiel que Cuchita Salazar. Y recitábamos a Thomas Nashe, poeta impuro del mil quinientos: "Una flor es la belleza, que se marcha y se consume... El polvo ha cerrado los ojos de Helen, es hora de morir estoy enfermo: señor ten piedad de nosotros. Así, a las cuatro de la mañana, apagábamos la luz del Palermo y todos nos íbamos a dormir con Helen. Y así lo recuerdo.

 

[LEER MÁS: "El más vil de los ofidios". Eloy Jáuregui, 2006]