miércoles, marzo 22, 2006

La Sonora sigue matando [de ritmo] *



Según el DRAE, el diccionario de la Real Academia, en su acepción más categórica habla sin dudas de lo CLÁSICO. Dícese de aquello que se considera modelo en su género. Agrega que así se denominan a los periodos de mayor esplendor literario, musical y acaso artístico de un país. Y Punto. Y agrega otras normas lingüísticas que no vienen al caso y que tiene que ver con la antigüedad grecolatina y otras mariconadas de costumbres establecidas.
La Sonora Matancera, agrega más que añade a esta explicación una sola y única oración en el sentido de la fe fundamentalista: Sé es clásico cuando sé es inmortal. Cuando para una tumba hay una rumba y allí mismo funciona la filosofía de la pelvis, la metafísica del catre o como dice Lucho Delgado Aparicio, cuando se existe en perpetuo ejercicio de la desarticulación sacro–ilíaca.
Cuando se habla de cultura de masas o popular hay un subrayado y en negritas que se refiere única y exclusivamente a la música. Ninguna otra expresión es masiva ni verdaderamente popular por su genética integral para embargar todas las partes sensibles del cuerpo y las insensibles de todos los cuerpos, si los hubiese. Y si “América Morena”, como diría Jorge Amado y luego reafirmaría Nicolás Guillén, tiene múltiples riquezas naturales, es su música la que amalgama el espíritu de los pueblos y galvaniza las estructuras con el alma casi siempre sedienta en sus genes –los glóbulos negros--, ardiente de sus gentes.

Contaba Carlos Loza, chalaco insigne, que la gente del Callao conocieron antes que otros a la Matancera a través de las emisoras de onda corta que lograban captar y sólo los viernes, por ejemplo, Radio Progreso de La Habana o la mismos Suaritos o la CMQ, y muchos antes que los discos de la Sonora llegasen por barco. No creo que exista mejor texto periodístico que se hayan escrito en formato libro en el Perú que no sea este homenaje que rubrica Víctor Montero en 1976 “Ahí viene La Sonora Matancera”. Es decir, el antecedente a este nuevo libro ampliado y mejorado. Cierto, en ese entonces no tuvo la difusión que se merecía pero a pesar de ese hecho, el texto está agotado de ahí que esta nueva versión del 2006 es de lectura obligada para los amantes de la música y para las amantes de los amantes.

Montero inaugura una escritura. Yo diría que en lugar de computadora digitó este texto y testosterona con los botones de una rockola. Y este texto no es como le dicen: Nuevo Periodismo o Literatura de la no ficción o Paraperiodismo. Es crónica acrónima y diacrónica. Es decir el tejido sincrético del contar cantando lo encantado. Inventa los vasos y besos comunicantes entre todos los ritmos que expone La Sonora y todos aquellos otros ritmos que él le imprime a su libro. Montero sería Lino Frías --el mejor pianista del grupo-- en todo caso si hubiese tocado con La Sonora. En el libro hay capítulos escritos en guaracha, en guaguancó y hasta en bolero.

De estructura axial, arbolaria, de plataforma tramada de hipervínculos, se narran los sucesos que ocurren –en su parte más importante para los peruanos-- desde julio de 1957 cuando en su mejor momento, La Sonora llega a Lima y desde el aeropuerto de Limatambo hasta el sexto piso del Hotel Bolívar, cuando la multitud de sus seguidores apenas si los dejan respirar. Historiografía comparada. Aparecen desde el presidente Manuel Prado y hasta un gol de taco de Toto Terry. Se cuenta como Celio Gonzáles es llevado en hombros luego de su actuación en la Plaza de Acho y hasta el hotel y qué sucedía con la Guerra Fría. El Perú ya tenía Miss Universo, Gladys Zénder y Guido Monteverde se quejaba por los precios altos para oír cantar a Celio y Carlos Argentino, los dos únicos cantantes no estrellas todavía de la Matancera que llegaron esa vez. Cierto, no puedo negarlo, ese libro, el de 1976, fue un hallazgo más que deslumbramiento para este cronista. Miento si digo que Montero no fue mi inspirador para que yo construyera un estilo y una devoción.

Yo fui cantante como tantos de mis colegas. De a oídas, cierto, gracias a “Los aretes que le faltan a la luna” de Vicentino o “Aunque me cueste la vida” de Alberto Beltrán, y fui bolerista a los 7 años a mi manera y casi con mamadera. Luego con el programa “Ritmo y sabor con la Sonora Matancera” de Radio Libertad –me hice acólito y casi alcohólico precoz--. Allá en los sesentas, cuando la Sonora fue religión en casa de mis padres, empezaba el asunto con el programa al mediodía y uno sin reloj sabía que ya llegaba para el almuerzo el cebiche de bonito con cebollas groseras que preparaba mi madre pero con tierno esmero y luego era fe sagrada empalmar con Radio Victoria y cerrar la faena con “Los Embajadores Criollos” de Rómulo Varillas y “El animador de los multitudes”, don José Lázaro Tello.

Libro riguroso este de Víctor Montero. Hay inmersión como la entienden los periodistas de raza. Son vidas comparadas a la manera de Plutarco no tanto en sus VIDAS PARALELAS sino en existencias para la resistencia. Vidas cotejadas por los espejos del ritmo. Por los géneros e industrias culturales. Crea así el corpus literario con dos pistones, el del CLASICO y el del IMAGINARIO. Montero refunda La Habana y otras ciudades latinoamericanas con una nueva geografía. Lo digo despacito: aquella del amor sonoro.
Y déjenme decirle que Montero también en su momento fue impulsor del emblemático espacio radial "Ritmo y Sabor" y que por buen tiempo condujo el programa junto al maestro Javier Chávez Campoverde y otras voces que habitan en el altar sagrado la música popular. A decir, don César Matías, Guillermo Hernández, Róbinson Tuesta, Raúl Bautista, Carlos Pacchioni, Humberto Chacaltana, “Pachuco” González, Jorge Eduardo Bancayán. Yowad Ali Moli, Yolbi Traverso, David Rivas y otros maestros que de la radio hicieron un pretexto sonoro para hacernos felices.

Esta mañana en ayunas, observaba una joyita que tengo todavía en video. Es de 1989, en el THE CENTRAL PARK DE NEW YORK, UN HOMENAJE A LA SONORA POR SUS 65 ANIVERSARIO. Trece Cantantes –solo queda vivo Nelson Pinedo—y no puede ser más feliz. Sabía que esta noche estaría en este auditorio donde hace dos años presenté mi libro USTED ES LA CULPABLE. Y me puse a llorar porque mi hermano Felipe Gómez, quien se murió el lunes, no le quedó fuerzas para venir a este homenaje, pero yo sé que desde el cielo y con Celio me está oyendo.

Ya lo dije, este texto es La escritura versus La escuchura. Léase la obertura del mismo, en la sección boleros, los de la cuna y los de la cama, lo de oír y los de bailar. Bailar boleros de Vicentino es hacer el amor con ropa y en una loseta. La frase no es mía pertenece a una pituca que me dejó porque no conocía el bulevar de Asia. "No me quieres porque sabes que soy pobre, no te importa que yo pierda la razón, sólo a ti te interesa que sea el cobre, el metal que te alquile el corazón, cuando llegue tu vida al ocaso y te encuentres despreciada por doquier, sufrirás en silencio tu fracaso, llevarás en tu alma un padecer..."

Y es que La Matancera sin ser un orquestón -digamos como la de Benny Moré- practica la primera virtud que Adán descubrió cuando le sacaron la tarjeta roja del paraíso: el ritmo. Sólo su dúo y luego trío de trompetas y sus tumbadoras les dieron a los países empobrecidos del Río Bravo para abajo, un estilo jadeante para respirar aire moruno, un toque mañoso para tomar la sopa y harto swing para caminar engorilados hasta que la tierra se canse de dar vueltas. Además, La Matancera fue la universidad del vivir entre el hilo negro del pecado y la virtud, porque, amén de los extraordinarios cantantes que se pusieron por delante, siempre respetó aquella melodía cotidiana de la filosofía doméstica de cualquier hijo del vecino. Que eso, como lo dijo el maestro Hegel, es bien jodido.

Y la primera visita de La Sonora, en el 57, cuando todavía no existía el pollo a la brasa, cuando todo se oía en blanco y negro y ni la televisión alumbraba por estos lares, algunos elegidos pudieron palpar en vivo con las orejas, con el canorte y con las tripas lo que significaba aquella sagrada agrupación de morenos endiablados; y hasta Fernando Farrés, el animador de turno se niega hoy a creer que fue precisamente él, aquel cristiano que presentó a los ídolos celestiales en carne, piltrafa y hueso y gracias a los auspicios del Té Único.

Por ahí andan las grabaciones de aquella fecha memorable, Celio -el Borges del guapachá- entonando Quémame los ojos y a Carlos Argentino –judío raro por bueno-- preguntándose adonde llevar a su novia para que no le miren el culo los sapazos. Las crónicas de la época dicen que los zambos de La Sonora se perdieron una semana en el Callao y que se tuvo que traer otra vez al mismísimo ministro de gobierno, Esparza Zañartu para que a punta de bayoneta y lengüeta los vuelva a convocar para la despedida en el Cine Miraflores de Surquillo y el Grill Bolívar. No lo puedo negar. Qué cara está la vida, y que ganas de volverla a vivir con estos maravillosos viejos.

* [Texto leído en la presentación del libro: “Tiempo de Matancera, Crónica del gran espectáculo de la vida”. Víctor Montero. Norma, Lima 2006 ]

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