miércoles, abril 12, 2006

EL OMBLIGO DE ADÁN


LA LITERATURA DE LAS IDEAS


A propósito de una recaptura de Sir Thomas Browne, el barroco y el ADN del ensayo


Maestro de la prosa barroca y admirado por autores contemporáneos como Borges o Sebald, el británico Thomas Browne fue uno de los pioneros del ensayo como género. Ahora aparece publicado en España [Edición abreviada de: Sobre errores vulgares (o pseudodoxia epidemica) Thomas Browne. Ediciones Siruela. Madrid, 398 páginas] una de sus obras más curiosas: un tratado contra los viejos prejuicios sobre asuntos como la existencia de animales fantásticos, la ausencia de ombligo en Adán y Eva, el color de la piel de los negros o el supuesto mal olor de los judíos.

En este contexto toda afirmación tajante es poco aconsejable, pero abría que cometer una imprudencia. Se sostiene que los primeros referentes de lo que hoy en día entendemos por ensayo, en tanto que género, son por una parte el francés Michel de Montaigne, y por otra, el médico inglés Thomas Browne (Londres, 1605 Norwich, 1682) nombrado caballero por el rey Carlos II en la Restauración, tras la guerra civil inglesa.


Si Montaigne dio nombre a una manera de pensar y de escribir en la que se "reconoce que el irreflexivo acto conocido como escritura es en realidad un salto en la oscuridad" [como apunta sagazmente Chesterton en la compilación de sus escritos publicada recientemente por Acantilado], Browne, por su parte, contribuyó al nacimiento del ensayo con una escritura espontánea, espléndida, y acuñó uno de los estilos más elocuentes del barroco, que ha sido objeto de una inmensa devoción por sus connacionales e influido profundamente en casi todas las literaturas nacionales europeas.

En Montaigne leemos a un espíritu que rápidamente reconocemos como notre semblable. Su prosa leve y precisa, que es al mismo tiempo íntima y desfachatada, es una seña de identidad del homme-des-lettres moderno. En cambio, la nota peculiar de la prosa ensayística de Browne es la manera en que combina el diletantismo científico, la observación y la curiosidad sin límites, con la disidencia y la apostilla crítica, como otras tantas ocasiones para el humor, mientras arropa las prolijas descripciones que dedica a los objetos que estudia en los pliegues que forman sus argumentos. Recordemos que los vericuetos y entresijos de la prosa barroca son siempre algo más que parergon, y que Gilles Deleuze --filósofo dado a las certeras ocurrencias-- llamó nuestra atención acerca del pliegue como uno de los elementos que identifican la esencia del barroco.

Enrique Lynch / LEER MÁS EN…

http://www.elpais.es/articulo/elpbabens/20060408elpbabens_4/Tes/ensayo/arte/digresion

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