miércoles, abril 12, 2006

CELOS 1. Tu mala canallada la tendrás que pagar



La dulce revancha falaz

Muertamente callados [...] Una noche de velos vuela
por los espacios llevándolos, insepultos.

Sombra del Paraíso. Vicente Aleixandre

Escribe ELOY JÁUREGUI


El maldito celular. El periodista de un diario local, matrero y curtido empieza su nota así demostrando que estos avatares de las elecciones 2006 ya lo tienen podrido: «La maté porque me sacaba la vuelta con otro hombre. Le encontré un celular de ese sujeto, con quien se comunicaba todos los días. Tenía grabadas palabras donde le decía cochinada y media y mensajes de texto que hasta le exigía sexo contranatura» [la última frase es mía por respeto a los presentes].
Aún rabioso, eso fue lo que confesaría a la policía el carpintero Juan José Galiano Carquín (36), un especialista en cochecitos de bebés y quien estranguló a su conviviente, Rosa Iris Trujllo Aparicio (38) el domingo 2 del presente, ya muy de noche e intoxicado por el licor bautizado por el vulgo ligth como «Punto G». La nota rojas sigue sagaz: «El criminal señaló que a las 22 horas aproximadamente llegó a su casa del jirón 15 de Abril Nro.104 del famoso cerro 'San Pedro' en El Agustino. Entonces sin el mayor decoro le salió el indio y sin mayores introitos le dijo sus cuatro verdades a la que fue el amor de su vida durante 9 años. Ella que desde hace buen tiempo no se callaba nada, le enrostró su mala canallada como dice el vals de Pablo Casa Padilla. Luego se agarraron a los golpes, combo y patadas
El popular Jota Jota agregaría más tarde que perdió los estribos cuando Rosa Iris Trujillo, aturdida por los cabezazos y demostrando que tenía estirpe le confesaría que sí pues carajo, que era cierto que le era infiel porque el otro además de solícito y era muy considerado y que no le apestaba el aliento a huacatay y que ya no quería continuar sus relaciones con él porque éste paraba borracho y se olvidaba de la alimentación de sus hijos.
Así, Galiano, como un Miura enloquecido, sacó fuerzas de flaqueza a pesar de estar al borde de los diablos azules y siendo un peruano de 1.63 con tacos aperillados, recordó la vez que su padre lo llevó a ver sus primeras películas de artes marciales y así le contó a la autoridad contradiciendo el paradigma Desconozco mayormente: «Jefecito, yo mismo llamé por teléfono a ese hombre y le exigí que la deje, pero el muy pendejo me respondió de mala manera, por lo que me volví loco y la estrangulé con mis propias manos».

Enterrador no la llores. Igual sucedió hace un tiempo cuando se declaró la epidemia de los celos y sus razonables motivos de ajusticiamiento de autor al mejor estilo hindú. Erick Dongo Carrión, también peruano y de 21 años, jamás imaginó el pobre que sería derrotado por los celos y el maldito ron. Ese sábado, celoso de solemnidad e infectado hasta el tuétano, mató de un balazo en la cabeza a su vecino Juan Francia y luego atiborrado por su dignidad horadada, fue a la búsqueda de su ex enamorada, la aún vivaracha llamada Elizabeth Espíritu y al mejor estilo de la novela negra en versión pirata le coció su humanidad sin asco y con el resto de balas que le quedaron del revólver de su padre, un policía de la DOES.
El episodio ocurrió a las 11 de la noche –esa, es la hora donde los celos y la envida llegan al paroxismo absoluto, según los que los han vivido en carne propia y sobre manera, el celoso Dr. Freud—en la manzana T, lote 3 de la Asociación de Vivienda Virgen del Rosario. Así reza en el parte policial y con uno u otro adverbio de más, se publicó la noticia en casi todos los diarios capitalinos de corte lúdico esa semana provocando un pestífero furor mediático.
Dongo, no era la primera ni la última víctima del recelo y la sospecha pasional. El asunto iba adquieriendo característica de pandemia o de epidemia de achares [celos enfermizos, neurosis enamorada] en estos días. Y si antes fue Willy Aldava, digno vecino del Km 14 de la Carretera Central quien asesinó a su ex conviviente Ursula Malqui; 24 horas antes, en Moquegua el respetable Sr. Lucio Cutipa, con un cuchillo de 30 centímetros cuasi oxidado, acababa con la vida de su pareja, doña Julia Huaynapata y ese mismo día, Gabriela Palacios, ebria de los rencores del amor avinagrado, se lanzó del puente Villena en Miraflores y Josué Jaime la imitó en el tráfago al más allá un pasmo antes y casi por los mismo inmisericorde químicos del alma.
Por culpa de la pollada. Un psicólogo –divorciado por ley ynada más por eso lo dejaré en el más puro anonimato—me explicaba que el alarmante número de crímenes pasionales registrado en todo el país tiene su origen dark en los flagelos de la crisis económica [1]. Otro, un sicoterapeuta, experto en la escuela lacaniana, también divorciado por yerro asimétrico, se atrevió a pronunciarse que el asunto tenía que ver con la proliferación de las polladas, el reconociminto de la yunsa, el consumo de licor chancho, los psicotrópicos sin ISO9000, los programas de Magaly y la vanidad de presunción que produce poseer una tarjeta Wiesecash como cualquier hijo de vecino –celoso también--. Así y no de otra manera, repentinamente la razón se nubla; la inseguridad y los resentimientos acumulados se arremolinan y uno es dos: él y el otro. De ahí provienen los llamados celos bajoventrales, la venganza ciega que parte de la cintura al hipotálamo y no para abajo. Celos tuertos que le llaman; la pareja amada [o no amada, correspondida o no] de pronto se convierte en impredecible verdugo. Y los celos son el cielo de los otros malditos recelos.
Al contrario, para aquellos psiquiatras de esquina, llegar a victimizar al amor de sus amores no tendría mejor origen multiplicado más que en la bibliografía del colectivo Manuela Ramos. Explican que la liberación del calzón, el llamado «choque y fuga», el jacuzzi en oferta del hostal Fortuna de la Av. Aviación, la píldora del día siguiente, un clavo saca otro clavo, las dietas con harto perejil, los amigos cariñosos y The sex and the city, son apenas conectores de la ausencia de razón. Yo que soy feminista, estimado lector, no les creo. Estadísticamente las víctimas, por varios cuerpos, son mujeres y la prensa basura las convierte en peleles de una trama con corte a historieta negra o fotonovela trágica. No obstante, son episodios reales, tristes, casi surrealistas, tramados en el tejido roñoso de villorrios, pensiones, sofas-camas, dormitorios de mujeres solas, donde las ráfagas de furia de pronto desembocan en disparos, gritos, luces de patrulleros, preguntas de policías, lamentos de entierro y estériles investigaciones que terminarán con esta frase: «Y qué cosa quieres, sí era tremenda jugadora».

El crimen sin glamour. Cierto, el amor delirante --el jardín del frenesí, que le dicen-- pasa por su peor momento. Los que cultivan el «Crimen Pasional» como género literario, cinematográfico, telenovelesco y hasta del cómic, al mejor estilo Manga, caminan desanimados. Según el maestro Francisco Umbral –famoso cachudo—, el «crimen pasional» ha perdido fuerza, glamour y hasta precisión adjetival. Ahora le dicen «violencia doméstica» o «agresión matrimonial», y que suena menos romántico y cursi, se queja el maestro.
Crimen Pasional –sí señores, con mayúsculas—los de mi tiempo, con prosapia y solera. Los nombres de los verdugos y las víctimas han quedado grabados en alto relieve en el imaginario colectivo de la lencería nacional. Sigfrido Luza, el Conde Sartorius y hasta me atrevo a colocar a Luis Banchero sin olvidar al tío Rudecindo, patógeno crónico por posesivo activo. Y no señora, porque en aquel tiempo, era crimen por el puro amor y no ajuste de cuentas, que para eso están los esbirros de lo que fue el Banco Solventa.
Crímenes de la lujuria y el erotismo con nombres propios y que jamás se daban el lujo de ser anónimos. Que ella cocinaba bien pero era fanfarrona, exhibicionista, coqueta, derrochadora y mentirosa. En el mejor de los casos: ‘Falsaria’, como cantaría ese bolerazo el gran Leo Marini, himno concupiscente de los Hermanos Martínez Gil [2] para los amores contrariados por el hollín del arrebato.
Ya no existe aquello de: «Así, casi paroxístico y ensopado en su sangre traidora, la sacrificó a navajazos finos y al cabo de la madrugada, volvió por el cuerpo para abandonarlo entre matorrales, bajo un tronco trajinado por la pátina del desprecio y fatigar el último aliento de su corazón entusiasmado». Pamplinas. Ahora la cultura mediática –esa prensa de la chapuza—dice: «celoso clava a trampa y luego se da vuelta». ¿Distinto, no? Si pues señores. Ya lo decía el otro día respecto a la lírica orillera del gran Borges con un delicado suspiro a Rubén Darío: «Las pruebas del delito las traigo en la maleta, las trenzas de mi china y el corazón de él». Estética neorromántica, símbolo, metáfora, orden y venganza. «a su china [o chola caderona] le corta las trenzas, nomás, pero a él le saca el corazón y se lo lleva en la maleta como un charcutero o un verdugo profesional que está tratando de humanizar el oficio».
Es cierto, la modalidad ha dejado la mejor literatura en Latinoamérica con su aroma a calle. Digo yo. Acaso el machismo. O acaso la venganza contra el machismo. Desde Neruda a Puig, de Carlos Fuentes a Severo Sarduy, no existe el «scanner» a favor de la dignidad ni el honor reparado con soldimix. Que cuando una ingresa a la base Adnic del código genético del ofendido o llega a babosear porque se sospecha cornudo, es muy difícil que no proceda al parricidio, al disparate, a la trasgresión, a la fechoría o al homicidio.
En el puzzle de los crímenes se empiezan a ensamblar muchas piezas, pero faltan las que arman el rostro y perfil del criminal. Acaso el tipo es el ex, el reciente, el anterior, el pre o aquel que escribía afiebradas cartas como Florentino Ariza. A saber, el móvil es la venganza frente a ese honor detonado, sea por felación ajena o penetración impropia. Entonces, hoy más que nunca, a una mujer se le puede meter una navaja en el ombligo o pasarle una combi por el pescuezo, el problema es que a mayor oferta erótica de hostales en Lima, mayores celos, a más avisos en la sección Relax de El Comercio más chaveta y harta pólvora recelosa. Entonces: ¡A cuidarse chicas!
LEER más en El más vil de los ofidios. Editorial Alfaguara. En prensa. Editado para julio 2006


2 comentarios:

Llullasunqu dijo...

Buena pluma!
Los elogios sobran, mi estimado.

ElCortaVenas dijo...

Leí todo, me reí, me preocupé, me sorprendí, recordé que estuve a punto de asesinar a alguien, volví a reir... Qué ironía!